Reflexiones acerca de la Santísima Trinidad
en Hildegarda de Bingen

(Artículo del libro "El misterio de la Santisima Trinidad")

 

1. La Santísima Trinidad
2. La concepción celestial
3. La caída
4. La salvación

1. La Santísima Trinidad

Entre todas las obras de santa Hildegarda de Bingen, que abarcan distintas materias, quizás las más fascinantes son las que representan sus visiones cosmogónicas. Esta extraordinaria mujer las ha comunicado en muchas formas: en forma de descripción en prosa ( Scivias, Liber vite meritorum, Liber divinorum operum o De operatione Dei), de alabanza poética (Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales), en forma dramática y musical (Ordo virtutum, salmos), como dibujos, etc. Todas esas formas se complementan, originando en conjunto una verdadera sinfonía de la Creación, la que en sus obras suena, irisa y resplandece por su misterio y sabiduría. Considerando sus obras a la luz de los Evangelios creo que es una auténtica profetisa que ha recibido el don del Espíritu Santo.
Pero de todo el calidoscopio de temas que abarcan sus obras y sobre los cuales podríamos reflexionar, hoy nos detendremos para considerar el misterio de Dios uno y trino tal como se manifiesta en las visiones de Hildegarda de Bingen.
En uno de los poemas - “¡Cuán admirable!” (O quam mirabilis),- dedicados a la Trinidad, que forman parte de su “Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales”, la santa en unas breves palabras perfila el misterio más grande de la vida, la imagen de Dios uno y trino y la Creación. Aquí está el poema:
¡Cuán admirable es la sabiduría
del corazón divino
que ha conocido anticipadamente a cada criatura!
Pues cuando Dios fijó la mirada
en el rostro del hombre, al que modeló,
reconoció toda su obra
en esta intacta forma de hombre.
¡Cuán admirable es el soplo
que al hombre así despertó!
De ahí podemos concluir que, según Hildegarda, Dios antes de la Creación había formado en su corazón, o en su mente, una idea, un modelo o una forma. Y esa idea o modelo tenía forma de hombre. Después creando el mundo Dios encarnó esa forma y despertó a la criatura con su soplo, revelando así la fuente de la vida que es el Espíritu Santo. Y ese soplo, como atestigua Hildegarda, fue la Palabra: “Cuando Dios dijo: Hágase, al punto se revistieron de una figura que la presciencia divina contemplaba como incorpórea antes del tiempo.” (LDO, I.I.VI (VII) Esa figura incorpórea es la figura del Hijo engendrado antes del tiempo.
La cuestión es ¿qué significa esa forma humana en la que Dios, como dice el poema, “reconoció
toda su obra”?
A consideración de esto examinemos el dibujo de Hildegarda de Bingen “El macrocosmos y el microcosmos”.


Mirando de arriba abajo, lo primero que vemos en él es una cabeza sin el cuerpo yaciendo sobre la otra cabeza que pertenece a una imagen humana. No es difícil adivinar que la cabeza suprema se refiere al Padre que, siendo puro “razonamiento”, no tiene su propio cuerpo y por eso es inmóvil, pero en el dibujo se presenta usando el cuerpo místico del Hijo como suyo. el cuerpo que (dice Hildegarda, parece, repitiendo a Platón,) modeló en su mente. Así el Hijo al mismo tiempo representa tanto la imagen del Padre como su cuerpo místico. Usando la expresión de Hildegarda en otra ocasión (Scivias II,II, p.112), diremos “El Padre se manifiesta a través del Hijo”.
A su vez dentro del Hijo engendrado vemos al hombre creado a imagen y semejanza del Padre, que en el dibujo representa igualmente el cuerpo del Hijo y el mundo creado. Por eso Hildegarda dice que el Hijo a su vez se manifiesta “por el nacimiento de las criaturas” (Ibíd.) o sea por la creación del mundo. Sin mencionar por ahora el mecanismo o el medio de la Creación (que es el Espíritu Santo), podemos concluir que la idea de la creación pertenece al Padre y su realización al Hijo. La imagen, sobre la cual yace la cabeza del Padre es “el Hijo, engendrado por el Padre antes de los siglos, según su divinidad”(Sc.II.II., p.111-112) y la que está dentro del Hijo engendrado es Él mismo, pero ya encarnado en el tiempo. Como dice Hildegarda, “el Hijo encarnado en el mundo, en el tiempo, según Su humanidad”(Íbid), es decir, Cristo que irrumpe en la historia, que representa el cuerpo místico del Padre. A esa última idea, expresada en el dibujo, Hildegarda la repite en otra de sus visiones, diciendo: “Cabeza de todo…hecho miembro de Cristo” (Sc. II, III, p.122).
Como ya he notado, los pensamientos de Hildegarda tienen mucha concordancia con los de Platón. Desde el punto de vista de Platón (Timeo) se podría explicar todo lo dicho de la manera siguiente: el mundo visible (o corporal) está dentro del mundo invisible (o incorporal); eso quiere decir que existen dos realidades: una invisible, incorpórea, inmutable, eterna y la otra, aunque semejante a la primera y del mismo nombre, creada, corporal, sensible, ahora (es decir, después de la caída) mortal o temporal, aunque fue creada para la eternidad. Una es el macrocosmos de Hildegarda y la otra es el microcosmos. Así el microcosmos está dentro del macrocosmos y lo repite en distintas dimensiones, formando siempre en su funcionamiento la imagen humana bajo la cual Hildegarda entiende tanto la imagen varonil como la femenina. Ese último se manifiesta también en el dibujo, donde vemos que “el vientre” del Hijo tiene forma de una rueda y contiene en sí todo el mundo, como vientre de una mujer embarazada que abarca en sí una nueva vida. 1 A su vez eso significa que también bajo el nombre del Hijo, además del Hijo, se esconde asimismo la Hija o la Esposa. Entonces, la Esposa está dentro del Hijo engendrado antes de los tiempos o, en otras palabras, dentro del cuerpo místico del Padre, como estuvo Eva dentro de Adán antes de su formación de la costilla de éste. Por eso se dice en Génesis (1, 27): “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra
los creó”. Y por la misma razón Adán, al ver en la mujer a la “madre de todos los vivientes”(Gen 3, 20), la llamó Eva, que significa precisamente eso.
Ahora lo que pone en marcha a esta rueda de la vida, es el soplo o el Espíritu Santo. Hildegarda de Bingen lo llama “¡Aliento de santidad!” (Sinfonía…, el poema “¡Fuego del espíritu, el consolador!”, p.271), indicando así que el soplo sale de la boca del Padre como “Espíritu ígneo” (Sinfonía, poema del mismo nombre, p.279) que “ardía en amor” (Sinfonía…, el poema “Dios eterno”, p. 48). Lo que atestigua que el Espíritu es el Amor. En muchas otras
ocasiones Hildegarda lo llama al Espíritu Santo “vida que da vida, que todo lo anima, raíz de toda creatura” (Sinfonía…“Espíritu Santo”,p.64) o “vida de la vida de cada creatura, santo eres dando vida a las formas” (Sinfonía…. p. 272), a las formas que crea Dios Hijo. Esa expresión de Hildegarda se apoya en sus visiones, donde Dios mismo explica el papel del Espíritu Santo que se presenta también como la caridad de Dios viviente:
“Yo soy la caridad del Dios viviente, y la sabiduría junto a mí ha realizado sus obras; y la humildad, que echa sus raíces en la fuente viva, ha sido mi ayudante.... Pues yo he escrito al hombre, el que en mí echó sus raíces como una sombra, como también la sombra de cada cosa es vista en el agua. Y por ello soy una fuente viva, pues todo lo que ha sido como una sombra fue en mí y según la sombra este hombre fue hecho con fuego y agua, como también yo soy fuego y agua viva…”. (LDO III.3.2. - Sinfonía.., p.68, notas).
Efectivamente aquí se dice que el modelo que formó el Hijo (la sabiduría, en el fragmento) se quedó como sombra en el Espíritu Santo quien la avivó con fuego y agua o consigo mismo, ya que, como dice: yo soy fuego y agua viva. Y así fue creado todo, no sólo el hombre, sino todo según “la sombra” o imagen. Es decir, todo lo creado a través del Espíritu Santo fue creado por Amor, porque el Amor es el Espíritu del consentimiento del Hijo con el Padre. En el poema “Amor Divino ( Karitas ) o la Caridad”, Hildegarda indica ese consentimiento con las siguientes palabras: “porque le dio el beso de la paz al sumo Rey” (Sinfonía…, “La Caridad abunda”, p. 67). Ese “beso de la paz” es el espíritu del acuerdo con Dios Padre, la aceptación de Su razón, el “sí” a todos Sus proyectos. Por la misma razón en su poema ya mencionado “Espíritu ígneo”, Hildegarda lo designa también como “la voluntad” que “da sabor al alma y su luz es deseo”, es decir, el deseo o voluntad de servir. Entonces es la voluntad o el consentimiento el que actúa.
Eso quiere decir que en la base de la Santísima Trinidad, según cuya imagen fue formado todo el mundo, se encuentran tres fuerzas: la razón, como cabeza suprema, el cuerpo místico como instrumento ejecutivo y la voluntad que los une. Así esas tres fuerzas forman una unidad indisoluble: “Soy un solo Dios indivisible, - se revela el Creador a Hildegarda, - así como en un mismo hombre se hallan el pensamiento, la voluntad y la obra, y sin ellos no sería” (Sc. II, VI, p. 220). Y porque la obra de Dios es tanto Hijo como la Hija, ésta corresponde a la Esposa de Dios Padre, igual que la Iglesia es al mismo tiempo el cuerpo de Cristo y su Esposa, “unidos” para la
vida, “como el cuerpo y el alma” (Sc.II, V, p. 187, VI, p. 223), “porque el cuerpo y el alma obrarán unidos entre sí en mutuo amor por la unción del Espíritu Santo” (Sc.III, VIII, p. 398).

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1 Esa imagen me hace recordar el IV libro de Esdras, donde Dios siempre compara el mundo con una mujer embarazada: “Ve y pregunta a la que está encinta…” (4, 40) o “Pregunta al seno de la mujer…”, “Pregunta a la que pare…” (5; 46, 51) o “Así como aproximándose la hora del parto…” (16, 39), etc.

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Y en esta imagen, como dice el poema citado, Dios “reconoció toda su obra”.
En “Scivias” (II, I, p. 103) Hildegarda aclara ese asunto: “…el hombre alberga dentro de sí la semejanza con el cielo y la tierra. ¿Cómo? Tiene un círculo en el que aparecen la perspicacia, el aliento y el raciocinio, como en el cielo las luminarias, el aire y los pájaros; y un receptáculo en el que se manifiestan la humedad, la germinación y el nacimiento, igual que en la tierra la lozanía, el fruto y los animales. ¿Qué quiere decir esto? Oh hombre, estás plenamente en todas las criaturas…”. La conclusión es que el mundo tiene la imagen del hombre y fue hecho según las correspondencias, donde siempre están en plena concordancia tres fuerzas, a saber: la razón, la fuerza ejecutiva y la obra. O usando las expresiones de Hildegarda en ese fragmento, la imagen del hombre consta del círculo que es la cabeza, donde están los ojos (perspicacia), la nariz (el aliento) y la razón (raciocinio) y del receptáculo, es decir, del cuerpo que es un ambiente apropiado, donde se hace todo el trabajo.
Esta imagen humana también se proyecta en el sol que designa al Padre, en sus rayos que son como el Espíritu Santo, el que “con un soplo de aire” penetra a la tierra (al Hijo), aviva las aguas, igual que la sangre humana, creando diversas formas de vida. “Así Dios se expresó en el hombre (tanto en el varón como en la mujer)…. hecho a imagen y semejanza suya”, - continúa Hildegarda y añade todavía, - y en éstos… a toda la criatura” (LDO I.I.III) Ésa es la Imagen trinitaria de Dios que Él mismo explicó a Hildegarda de manera siguiente: “Yo soy la vida. También soy la racionalidad, que tiene en sí el aliento de la Palabra que resuena, por la que toda criatura fue hecha. ….Pero también soy un servidor, porque todo lo que tiene vida arde por Mí”. (LDO .I. I.). Es decir, Dios es la vida (o Espíritu Santo), la racionalidad (o el Padre) y el servidor (o el Hijo).
La imagen trinitaria está presente tanto en la Iglesia como en la familia humana, donde el hombre como sembrador simbólicamente corresponde a la cabeza, y la mujer como receptáculo al cuerpo. La vida nace de su mutuo amor, sin el cual no existe. Así el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo que los une, constituyen un solo ser también en la trayectoria de la familia: con una cabeza (que simboliza al hombre sembrador) y un cuerpo (que simboliza a la mujer como la tierra), unidos para la vida eterna, que no contiene la muerte. Y esa unión vital nunca debe ser destruida, porque la destrucción provoca la muerte. “Tanto el uno como la otra no pueden vivir separados”, - añade Hildegarda, indicando su unidad esencial. Exactamente eso significan las palabras de Cristo: “y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mt 19, 5-6). Lo mismo dice el apóstol: “ni la mujer sin el varón, ni el varón sin la mujer, en el Señor” (I Cor 11, 11).
La conclusión que se impone es que cuando un hombre y una mujer contraen matrimonio, en el mundo invisible se forma una imagen trinitaria para la vida eterna, que tiene como cabeza al padre y como el cuerpo a la madre y cuya correspondencia terrenal sería el bebé que nace de su mutuo amor. Trascendentalmente el divorcio es equivalente al homicidio que en la tierra se manifiesta por la mortalidad del hombre/

2. La concepción celestial

Así la familia humana como la unión vital del hombre y de la mujer (igual que la unión de la cabeza y del cuerpo) es una de las correspondencias de la Santísima Trinidad. Ahora veremos, cómo en el estado de la inocencia celestial del hombre
fue previsto, según Hildegarda, el funcionamiento de esta unión matrimonial, que se manifiesta en la concepción.
En Juan (3, 5) Cristo dice: “El que no renazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”. Hildegarda a ese nacimiento lo llama “el sacramento de la Trinidad verdadera” (Sc. II, III, p. 121) y aclara: “La Esposa de Mi Hijo… siempre alumbra a sus hijos en la renovación del Espíritu y del agua” (Sc. II, III, p.118). Pero ¿cómo podemos entender ese misterio? He ahí cómo Hildegarda explica el asunto: “La mujer fue creada por razón del hombre, y el hombre por razón de la mujer. Pues igual que ella procede del hombre, el hombre procede de ella, en armoniosa correspondencia, no se disuelva la alianza de la procreación. Porque han de trabajar unidos en una misma obra, como el aire y el viento entrelazados. ¿Cómo? El viento mueve el aire, y el aire abraza al viento, y en su ámbito subyugan cuanto es verdor y espesura” (Sc. I, II, p.31).
Aquí el aire, que contiene humedad, indica a la mujer como el”lugar sagrado” 2 (Sc.I, II, p.37) o “espejo del Señor”, como lo llama Hildegarda en otra ocasión ( Sc.I, II, p.38), a través del cual el Padre multiplica su imagen; lugar que “arde de amor”, ya que es “el corazón del Padre” (Sc. III, IV, p. 316), donde Él engendra a Sus Hijos. En cuanto al viento, es el “aliento místico” que engendra. “Oh vástago virginal, escribe Hildegarda
en (Sc.II, VI, p.207), - que despuntas, creces, te expandes y haces brotar una inmensa rama llena de retoños, por la que será levantada la Jerusalén Celestial, unido (ungido-?), no de semilla de varón, sino del aliento místico”. A ese “aliento místico”, o semilla celestial, Hildegarda lo llama también “el secreto del Padre de todos” (Sc. II, III, p. 131), que en la concepción celestial mantiene el “lugar sagrado” “íntegro, exento de todo agravio de lesión o herida” (Sc. I, II, p. 37) y no arrumba lo llamado “el espejo del Señor”. Exactamente así fue concebido Cristo, “nacido de Virgen, milagrosamente, sin siembra de varón” y, como Hildegarda admite en su poema “¡Tu iluminada!”, “contra las leyes de la carne que Eva erigió”. “Mas saliste de Mí, - continúa Hildegarda en otro lugar, repitiendo las revelaciones de Dios, - por el ardiente fuego, venido a la tierra como Hombre verdadero, cerrado de sello de la Virgen inmaculada y purísima” (Sc. III, VI, p. 355). De las citas se ve que las leyes de la carne Hildegarda directamente las vincula con el pecado, mientras que bajo la inmaculada concepción de María sobrentiende el amor celestial, lo que hasta cierto punto nos aproxima a la noción analógica sobre el mecanismo de la concepción celestial. “El Espíritu Santo, - escribe ella (Sc.III, VIII, p.402) - suena con armonía en el tabernáculo de la virginidad porque ésta siempre canta la Palabra del Señor para poder abrazar a Cristo con toda la devoción, ardiendo en Su amor, y enterrar en el olvido las apetencias carnales que, en furioso incendio, enervan al hombre, unida al único Esposo, al que nunca tocó el pecado, unida sin deseo de la carne, siempre floreciendo en Él, en gozo de las nupcias reales”. Es decir, para gozar las nupcias reales es preciso “enterrar en el olvido las apetencias carnales” que provocaron la caída, y, como ella misma dice, “honrar a Dios con el recto suspiro de su corazón”. “De este modo, - escribe continuando, - será multiplicada y brillará la simiente de tu corazón, que sembraste en la tierra regada con la gracia del Espíritu Santo” (LDO I.I. VIII (IX).
Los fragmentos presentados testifican que hablando de la concepción y el parto celestial Hildegarda se refiere a una concepción y un parto primordial que debían mantener a la mujer intacta junto a su esposo, como “el cuerpo y el alma” que obran ”unidos entre sí en mutuo amor por la unción del Espíritu Santo” (Sc. III, VIII, p. 398), sin lesión, herida, ni dolor. De ese tipo de concepción, según ella, nace el hombre, que ella llama “verdadero”.3
Ese hombre verdadero es aquel que lleva en sí la imagen trinitaria de Dios, que presta su voluntad ? su oreja a la razón suprema del Padre y se convierte en Su servidor lo que equivale a ser servidor de la Vida. En ese hombre verdadero reconocemos a Cristo.


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2 “...vosotros, - dice Hildegarda en Sc. I, II, p.43), - oh hombres, abrumados bajo el grave peso del cuerpo, no veis esa inmensa gloria preparada para vosotros…”
3 Así, reflexionando sobre la concepción celestial según Hildegarda de Bingen, me pregunto ¿podría compararla con la de las plantas terrenales, cuya fecundación se realiza por la tercera fuerza, es decir ora por el viento, ora por las abejas?

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3. La caída

Ya que todo vive mientras forma parte de la santísima Trinidad, está claro que la separación de sus partes corresponde al homicidio, igual que la separación de la cabeza respecto del cuerpo.
Precisamente por eso Dios dice a Hildegarda, “no debe haber cabeza sin vientre y sin los demás miembros” (Sc.III, XI, p. 466). Porque la vida está en el Padre, Él es la verdadera cabeza de todo ser viviente que debe prestarle su “cuerpo” para poder vivir. Igual que la Iglesia que es cuerpo místico del Hijo. Como dice Hildegarda en pos de los Evangelios, “el Hijo de Dios es la Cabeza de la Iglesia; el vientre y los demás miembros que siguen son la Iglesia y sus hijos” (Ibíd.). Lo mismo se puede decir sobre la familia, que como cualquier unión viviente, tiene imagen humana formada de la unión de la cabeza que es el hombre, y del cuerpo que es la mujer, mientras que los dos juntos representan el cuerpo místico de Dios. Por eso fue prescrito por Dios: “que no separaran en el hombre lo que, por designio divino, estaba unido en él”, ya que eso significaría matar, cuando fue dicho:”No matarás” (Ex 20, 13), “ni desgarrarás, pues, - repite Hildegarda, - lo que ha sido hecho a imagen de Dios” (Sc.II,V, p. 186-187 ).
Sin embargo fue precisamente eso que quiso hacer Lucifer, que era la estrella más brillante del círculo décimo, más cercano a Dios, del orden angelical. Siendo criatura, no era otra cosa que la parte del cuerpo místico del Padre; pero por su soberbia quiso “dividir la integridad de lo divino”.(Sc.I,I, p.26), manifestando así la insumisión a la suprema razón. Es decir, quiso ser otra cabeza y crear su propio mundo. Pero como dice Dios: “¿Acaso conviene que en un mismo pecho haya dos corazones? Tampoco en el cielo debe haber dos dioses” (Sc.I.III. p.28). En su arrogancia Lucifer, como un homicida, atentó contra la vida y por eso fue arrojado del cielo a las tinieblas. Así, según Hildegarda, al quedarse vacío el círculo décimo de los coros angelicales donde él habitaba antes, Dios decidió sustituirlo por otra criatura, esta vez de carne, para que no se repitiese lo que hizo Lucifer, y sacando de éste toda la gloria, la guardó para el hombre, predestinándolo al círculo décimo. Pero las aspiraciones del demonio no desaparecieron. Hildegarda testifica que al advertir que “Eva…albergaba en sus entrañas la entera muchedumbre del género humano” (Sc.I, II, p. 29-30), Lucifer, en las tinieblas a donde fue arrojado por Dios, se dijo a sí mismo:”He aquí mi fuerza: la procreación de los hombres; por tanto el hombre es mío” (Ibíd., p. 34), y desde ahí le inculcó a la serpiente, que más le correspondía por su aspecto, seducir a Eva. “Como el ladrón, - escribe Hildegarda, - que entra furtivamente para robar la joya más noble y preciosa del rey, así se deslizó con engaños la serpiente añagaza desde la voraz entraña del Demonio y arrebató pérfidamente la amada gema de la santa inocencia y la castidad en la que el Espíritu Santo habitaba” (Sc.II, III, p. 130). Es decir, quiso él mismo ocupar el lugar del Padre, sustituyendo Espíritu Santo por su espíritu impuro, y logró hacerlo cuando Eva, instigada por él, degustó la manzana del árbol prohibido y la dio a comer también a Adán. El significado de la manzana prohibida que llevó a Adán y Eva a la caída, Dios lo explica a través de Hildegarda, diciendo: “después de que Adán y Eva fueron expulsados del jardín de las delicias, conocieron la obra de concebir y parir hijos. Pero como al caer en la muerte por su desobediencia percibieron la dulzura del pecado – cuando supieron que podían pecar -, transformaron la justicia de esta obra procreadora que Yo instituí en placer ignominioso…” (Sc. I, II, p. 34). En este pasaje se aclaran dos cosas: la primera es que a la forma actual de la concepción y parto el hombre, según Hildegarda, la conoció después de su caída, es decir, fuera del paraíso; la segunda es que esa forma se contrapone a la otra, instituida por Dios que fue transformada, en expresión de Hildegarda, en placer ignominioso. En «Scivias» Hildegarda reiteradamente indica que el placer corporal es ignominioso, porque apetece la carne y, ya que la carne es sólo polvo cuando no reconoce a Dios, apetecer la carne es lo mismo que apetecer la muerte. Es por eso que dice Dios: “la unión de la mujer al hombre… no se realizará en el olvido de Dios” (Sc. I, II, p. 30), porque consumido en el placer carnal, carece del Espíritu Santo que, según el Apóstol, siempre lucha contra la carne (Gal 5, 17), y su fruto no es de vida, sino “de muerte” (Rom 7, 5). Por esa misma razón a esa obra Hidelgarda la llama “homicida”, porque despreciando la razón suprema y su sabiduría, se concentra en el cuerpo. Así el Espíritu Santo se queda apartado de la procreación y la imagen trinitaria se resulta como si dividida o decapitada.
Mientras tanto es justamente el Espíritu Santo el que mantiene cualquier imagen viviente, uniendo sus partes, es decir la cabeza mística con el cuerpo místico. Es como si fuera el eje de la Trinidad. Por eso dice Cristo: “Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro.” (Mt 12; 31-32). También Hildegarda señala como pecado el menosprecio del Espíritu Santo en la concepción, lo que a su vez nos hace recordar las palabras de Yahvé decepcionado en Génesis (6, 3): “No permanecerá para siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne; que sus días sean ciento veinte años”. A los engendrados sin participación del Espíritu Santo Hildegarda los llama “engendrados en la miseria humana” (Sc.II, VII, p. 263), “concebidos en el pecado”, “nacidos en la culpa”, (Sc.III, X, p.441) , etc. Con ese tipo de concepción Hildegarda vincula también la aparición de todo tipo de dolor que rompe la armonía de la construcción celestial. Dios dice, según ella: “… (Que)se abstenga de entrar en Mi templo la mujer, que corrompe su integridad virginal con varón hasta que sane la llaga de su corrupción” (Sc. I, II, p. 38). Eso una vez más quiere decir que la concepción primordialmente ideada no debía interrumpir la integridad virginal de la mujer que, según fue revelado a Hildegarda, al principio gozaba de la inocencia y doncellez de sus esponsales, estando junto a su esposo aún intacta” ( Sc.II, VI, p. 233). En muchas ocasiones Hildegarda muestra que la carne concebida de la simiente del varón, es pesada 2 y difiere de la carne celestial, porque “con el sabor de la manzana que Adán probó en desobediencia, penetró en su carne y en su sangre una perniciosa dulzura y así surgió la ponzoña de los vicios” (Sc.I, IV, p. 68), que desde aquel tiempo permanece en la simiente del varón. Así igual que el hombre, sometido a Dios, se opuso a Él cuando quebró su precepto, también la creación, sometida al hombre para servirle, se opuso al hombre.

4. La Salvación

Pero si la mujer o el “cuerpo” fue la causa de esta tragedia, la salvación también surge del mismo causante, es decir de la mujer o del “cuerpo”, que vuelve a la unión vital con Dios, su cabeza. Esa mujer es Santa María, o nueva Eva, que “a Su hijo recibió, no de carne de varón empapado por el deseo, sino del secreto del Padre de todos”. A esa carne Hildegarda la llama “carne verdadera” y al Hijo “el Hombre verdadero”. Quienes “imitan a Mi Hijo en la castidad, - dice Dios en Hildegarda, - con ellos se puebla la Jerusalén Celestial” porque abandonaron los vicios y amaron las virtudes. (Sc.I, III, p. 33). Al deseo carnal Hildegarda contrapone los goces celestiales. He ahí cómo lo hace en un pasaje con un gran valor poético: “Me despojaré de las pasiones carnales para unirme al Amado, a la sombra de Su amor me sentaré, a la sombra largamente apetecida, colmada de Su ardor me cobijará del infesto fuego”. ¿Cómo? Embriagada de pasión por Su amor, someteré el fuego del amor carnal, al que apagaré con la voluntad de mi alma. Por eso su dulce fruto, que saboreó mi alma al suspirar por el Señor, es más dulce a mi paladar que toda la dulzura sentida de la carne, otrora apetecida”, porque es “el bálsamo de la resurrección a la vida, por la que los muertos se han levantado, el bálsamo celestial que cura las heridas de los pecados…” Eso es el amor celestial donde la virginidad se une al único Esposo, al que nunca tocó el pecado”, se une “sin deseo de la carne, siempre floreciendo con Él, en el gozo de las nupcias reales” (Sc.III, VIII, p. 401-402). En su poema “Ave, María. De Santa María” Hildegarda escribe:
¡Ave, María, creadora de vida!
Al reconstruir la salvación,
perturbaste a la muerte
y aniquilaste a la serpiente.
Hacia ésta Eva se elevó
con su cuello erguido,
henchida de soberbia.
A aquélla aplastaste
cuando engendraste
al Hijo de Dios desde el cielo.
Así María restauró la unión conyugal con Dios, la que fue destruida por Eva, y el fruto de esta restauración es Cristo concebido sin la semilla, sembrada en el hombre por el demonio. De este modo la antigua serpiente fue aplastada y la humanidad encontró el camino de la liberación. De eso se trata también el dibujo de Hildegarda que figura bajo el nombre del «Amor de Dios”.


Aquí nuevamente vemos la imagen trinitaria de Dios: la misma cabeza del Padre, usando como cuerpo el de su Hijo, que simboliza simultáneamente tanto al Hijo como a la Hija en la representación de María como la Esposa con el manso cordero en el área del corazón. La mansedumbre de María, permitiendo que actúe el Espíritu Santo del Amor de Dios, con el nacimiento del Hijo Divino ha derrotado a la serpiente, a la que pisa con sus pies. El monstruo aplastado junto con la serpiente, que muerde la oreja derecha del monstruo, simboliza al hombre caído, vicioso, que presta su oído a la serpiente en lugar de escuchar a Dios. De esta manera la cabeza de la serpiente ocupa el lugar de Dios y también de la cabeza del monstruo que junto con su cuerpo constituye la imagen espiritual de la serpiente, como una inversión blasfema e infernal de la Trinidad Divina. El monstruo es negro y horroroso y manifiesta tanto la imagen de la humanidad caída como la del llamado Hijo de la Perdición a quien el Demonio, imitando a Dios, hará nacer de su semilla criminal a través de una madre depravada como “la cabeza de la iniquidad”, quien en un reflejo infernal de Cristo vendrá para defender y restaurar la trinidad falsa, formada por su padre Lucifer, que por “la carne envenenada” se había apoderado de la humanidad. Por eso Cristo, que es el único camino de la salvación, nacido sin la participación de éste, nos enseña a rezar al Padre que está en los cielos, para no confundirlo con aquel que usurpó la paternidad de los hombres, intentando formar una trinidad falsa. Por eso a la Santa Trinidad Hildegarda la llama ”la Trinidad verdadera “, la que lleva en sí la vida, mientras que lo creado por el Demonio lleva en sí la muerte.
Para esa Santísima Trinidad verdadera Hildegarda de Bingen tiene también un dibujo especial que abarca todo lo dicho.
Pero para entenderlo mejor recordemos las palabras de Cristo: “Pues en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo” (Mt 22, 30) o las palabras del Apóstol, que reflejan el estado espiritual o celestial del hombre: “ya no hay…ni hombre, ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3, 28). La forma angelical que vemos dentro del círculo, es Cristo, es decir,

el hombre verdadero hecho de aquella, en expresión de Hildegarda, “luminosa materia” 4 o carne, en la cual el hombre y la mujer forman una unidad indivisible, una unidad que vive eternamente. Lo último lo indica el círculo fogoso, en el cual se encuentra esa figura, y que representa al Espíritu Santo, ya que “por Él fue concebido según la carne, el Hijo único de Dios, nacido de una Virgen en el tiempo, que irradió en el mundo la luz de la claridad verdadera”.

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4. Sobre esa luminosa materia Hildegarda escribe en su espléndida sinfonía dentro de los poemas,
dedicados a María, Madre de Dios, bajo el nombre “¡Magnífica gema!”. En la traducción presentada en el libro “Scivias” en la p. 487, suena así:
Oh gema esplendorosa, sereno despuntar del Sol
Que ha colmado tu regazo cual manantial
Del corazón del Padre dimanado:
Su Palabra Única
Por ella creó la materia primera de este mundo
Que Eva llenó de sombras.
El Padre hizo esta Palabra hombre en tu seno
Así que tú eres la luminosa materia
Por la que exhaló la Palabra todas las virtudes
Como de la primera materia forjó
La creación toda……….
En el libro “Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales” se presenta otra versión de la traducción de este poema (p. 73)

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También vemos que todo lo abarca otro círculo de la luz esplendorosa blanca que, como explica Hildegarda, es el Padre. Ese dibujo una vez más muestra que, según Hildegarda, la simiente celestial está en el corazón Divino, es decir, en el Espíritu Santo que arde siempre en amor como aquella zarza bíblica que ardía, pero no se consumía nunca. (Ex 3, 2) Y sólo esta simiente espiritual es responsable por la vida humana, por el crecimiento de un pueblo espiritual tal como Dios había prometido a Abraham (LDO I.I. VIII (IX).



Bibliografía

* Hildegard de Bingen. Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales. Traducción de María Isabel Flisfisch. Introducción y comentarios de María Isabel Flisfisch, María Eugenia Góngora, Italo Fuentes, Beatriz Meli y María José Ortúzar. Editorial Trotta,S.A., 2003.
* Hildegarda de Bingen. Scivias. Conoce los caminos. Traducción de Antonio Castro Zafra y Mónica Castro. Editorial Trotta, S.A. 1999.
* Hildegarda de Bingen Liber Divinorum Operum (sólo la traducción de una visión, hecha por prof. Azucena Fraboschi).
* Biblia de Jerusalén. Nueva edición revisada y aumentada. Editorial Desclée De Brouwer, S.A., 1998.


Bs.As.2005

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