¿Pudo acaso Cristo casarse y
tener descendencia?
(Contestando al “Código da Vinci”)

 

(Artículo del libro "El misterio de la Santisima Trinidad")

Ya no es ninguna novedad que el objetivo principal del libro “El código da Vinci” de Dan Brown y de la película filmada sobre el mismo por Ron Howard, es plantar una duda acerca de Jesús. Esta, a primera vista inofensiva, en realidad pretende, desendiosándolo a Cristo, dar un golpe mortal a la fe cristiana. La duda se provoca por el falso “postulado”:
“Cristo se caso con María Magdalena (o la tuvo como la pareja sexual) y tiene descendencia”.
“¿Y por que no?”- puede preguntar uno. Realmente, el “postulado” parece inofensivo, ya que se basa en la humanidad de Cristo: si fue un hombre, debería tener todas las singularidades de este. Es un punto de vista bien mundano. Hasta se encuentran algunos religiosos pertenecientes a distintas confesiones cristianas que no dudan en decir: “y si fuera así, igual no cambiaría nada, ya que no es eso lo que importa en Cristo”. Pero sí, cambiaría mucho, porque desvaloraría tanto la palabra misma de Cristo como el sacramento de su nacimiento. Basta sólo revisar el texto de los Evangelios canónicos para ver la falsedad de tales suposiciones. Sólo el pensar que Cristo pudo tener descendencia carnal de María Magdalena significaría no entender de nada el sentido de sus siguientes palabras:
«Estáis en un error, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios. Pues en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo. Y en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído aquellas palabras de Dios cuando os dice: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos.» (Mt 22, 29-32)
Lo mismo leemos en el Evangelio de Lucas:
«Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.» (Lc 20, 34-38)
De eso se trata también su siguiente conversación con los discípulos acerca del matrimonio, que manifiesta claramente la incompatibilidad de los instintos carnales con los cielos:
“Dícenle sus discípulos: “Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse”.Pero él les dijo: “No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que fueron hechos tales por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mateo 19, 10-12).
Dios que se encarnó en Jesucristo también habló de eso en el Antiguo Testamento:
“No diga el eunuco: «Soy un árbol seco.» Pues así dice Yahveh: Respecto a los eunucos que guardan mis sábados y eligen aquello que me agrada y se mantienen firmes en mi alianza, yo he de darles en mi Casa y en mis muros monumento y nombre mejor que hijos e hijas; nombre eterno les daré que no será borrado.” (Is 56, 3-5)
Los dos fragmentos claramente indican que - aunque es difícil entender – los que desisten de los deseos carnales son más gloriosos en los cielos. Es decir, si bien Cristo no niega el matrimonio terrenal, pero da a saber que el celibato es mucho más preferible , - la idea que después repite el Apóstol Pablo: “ …. bien le está al hombre abstenerse de mujer. No obstante, por razón de la incontinencia, tenga cada hombre su mujer, y cada mujer su marido…” (I Cor 7, 1-2 y todo el capítulo).
Entonces, el abstenerse de los deseos carnales, incluso de la mujer, se presenta como el camino ideal (aunque no indispensable en el estado actual del hombre) para alcanzar el Reino de los Cielos, donde viven los santos.
Un testimonio sobre la santidad de los habitantes celestiales da también el siguiente texto del Apocalipsis (14, 1-5), donde se dice:
“…Seguí mirando, y había un Cordero, que estaba en pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre… Estos son los que no se mancharon con mujeres, pues son vírgenes. Estos siguen al Cordero a dondequiera que vaya, y han sido rescatados entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero, y en su boca no se encontró mentira: no tienen tacha.”
Como evidencia el fragmento, aquí se habla de los que siguieron a Cristo habiéndose renunciado a sus deseos carnales, ya que eran vírgenes, es decir, nunca tocaron a una mujer y no saben mentir.
Pero ¿quién es más santo que el mismo Cristo? ¿Podría Él admitir la preferencia del celibato sólo para Sus discípulos sin darles Su propio ejemplo y obrando como un pecador común y corriente que cae en la tentación de la carne? Es evidente que insistir en eso no es otra cosa que acusar a Cristo de mentiroso, hipócrita y farsante.
¿Acaso puede un hombre o una mujer abandonarse al celibato, como lo hicieron y hacen miles o millones de cristianos – monjes y monjas -, sin tener delante suyo un ejemplo tan convincente que los impulse hacer lo que desde el punto de vista del hombre mundano no se justifica de ninguna manera? Está claro que no. Y ese ejemplo es de Jesús Cristo, el Cordero de Dios, que vino al mundo por la misma razón, es decir, para liberar a las personas de la esclavitud de sus propios deseos carnales y revelar la nobleza y la belleza de la imagen humana primordial - la imagen que, según los fragmentos presentados, se relaciona evidentemente con el misterio de la virginidad. “Quien pueda entender, que entienda”, - dice Jesús, revelando así que el asunto es muy difícil de entender para la mentalidad humana, pero no imposible.
Del mismo misterio de la virginidad se habla también en los muchos lugares del Antiguo Testamento que se revelan a la luz del Nuevo Testamento. Por ejemplo, predicando el triunfo de sus hijos sobre el diablo (bajo cuya influencia actúan los reyes terrenales), Dios dice por la boca del profeta:
“Ella te desprecia, ella te hace burla, la virgen hija de Sión. Mueve la cabeza a tus espaldas la hija de Jerusalén.” (Is 37, 22).
Con el mismo misterio está relacionado también el misterio del nacimiento de Cristo que fue engendrado no del deseo del hombre, sino del Espíritu Santo a través de la Virgen María. (Mt 1 , 18-25 y Lc 1 , 27-35). Es un lenguaje Divino que nos vuelve nuevamente al sentido misterioso de la virginidad que es, como observó Juan Pablo II en su «Mulieris dignitatem», el signo del Reino Celestial y venidero.
Pero ¿cómo entender todo esto? ¿En qué entonces consiste el misterio del matrimonio? y ¿de donde surgió el falso rumor sobre la relación carnal entre Jesucristo y Maria Magdalena y su “descendencia” carnal?
Comencemos por la última pregunta. El surgimiento de ese rumor tuvo su pretexto en las siguientes líneas del Evangelio apócrifo según Felipe, 55:
“... la compañera [de Cristo es maría] Magdalena. [El Señor amaba a María] más que a [todos] los discípulos (y) la besó en la [boca repetidas] veces. Los demás [...] le dijeron: «¿Por qué [la quieres] más que a todos nosotros?» El Salvador respondió y les dijo: «¿A qué se debe el que no os quiera a vosotros tanto como a ella?».
De haber destacado sólo este fragmento de todo el contenido del Evangelio quienes no pueden entender hicieron sus “importantes” conclusiones que completamente contradicen tanto a las palabras de Jesucristo y a la enseñanza de la Iglesia como al mismo Evangelio apócrifo según Felipe. Para persuadirse en esto y contestar, en la medida de lo posible, a las otras dos preguntas, obsevemos todos los lugares correspondientes de este Evangelio. Y quizás a primera vista ellos nos parezcan absurdos, pero en realidad guardan en si las verdades profundas relacionadas con la esencia del inmaculado matrimonio como la base de la Vida eterna. 1
Primero hay que admitir que el fragmento en cuestión no es completo, ya que en la misma subsección antes de las palabras presentadas se dice lo siguiente:
La Sofía —a quien llaman «la estéril »— es la madre de los ángeles; la compañera [de Cristo es maría] Magdalena...” etc. (Ev. seg. Felipe, 55)
Aquí tenemos una comparación entre Sofía, la madre de los ángeles y la compañera de Cristo María Magdalena. Se sabe que Sofía es una palabra (un nombre) griega que significa Sabiduría 2. En el Antiguo Testamento hay libros dedicados a la Sabiduría que allí se presenta como una personificación de la compañera Divina que participa en todas sus creaciones. He ahí como ella misma se revela: cuando arriba condensó las nubes, cuando afianzó las fuentes del abismo, cuando al mar dio su precepto - y las aguas no rebasarán su orilla - cuando asentó los cimientos
de la tierra, yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de su tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres.» (Parab 8, 27-31)
Como vemos, Sofía, es decir, la Sabiduría es “arquitecto” del Señor, es decir, la que “realiza” y justamente con ella se compara María Magdalena, la compañera de Cristo. Sabiendo que “Dios no ama sino a quien vive con la Sabiduría.” (Sabid 7, 28), podemos hacer una conclusión razonable que María fue elegida por Jesús a causa de su extraordinaria capacidad de la absorción de la palabra del Señor. Eso atestigua, por ejemplo, el hecho que “mientras Marta, (su hermana) estaba atareada en muchos quehaceres” María, “sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra” (Lc 10, 38-42)
Por eso cuando Marta, su hermana, acercándose dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.», El le respondió: “«Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada. » (Lc 10, 41-42)
Hasta que punto María tomaba a pechos la palabra del Señor se ve de la siguiente replica del Mismo:
« ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume” (Lc 7, 44-46). (Lo que “esta mujer” fue María, hermana de Marta y Lazaro, se testifica en Jn 11, 2)
Así en la conducta de Maria percibimos una perspicacia sabia. Y si Jesús fue la encarnación de Dios, ella se portaba como la Sofía. Seguramente eso debía ser el motivo de la presencia de tal comparación en el fragmento del Evangelio apócrifo que consideramos.
Pero prestemos atención también al hecho que aunque las “delicias” de Sofía- Sabiduría “están con los hijos de los hombres” y que, según el Evangelio apócrifo, es “la madre de los ángeles”, este mismo dice que la llaman “estéril”.

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1. Entre los evangelios apócrifos hay falsos y verdaderos. Son falsos, cuando su contenido contradice a las Sagradas Escrituras canónicas del Antiguo y Nuevo Testamentos (tal es, por ejemplo, el Evangelio según San Juan que no sólo por los pensamientos sino hasta por el estilo se difiere de las conocidas escrituras que le atribuyen). Y son verdaderos cuando amplían nuestro conocimiento ya formado por los libros canónicos sin contradecirles. A estas últimas pertenece, por ejemplo, el Evangelio según Felipe; también en cierto modo el Evangelio según Tomas y otros.
Considerándolos bajo la luz del Antiguo y Nuevo Testamentos de la Biblia se puede definir claramente, cuales de estas escrituras apócrifas (o de sus fragmentos) coinciden con la verdad constructiva y cuales no coinciden.
2. De la Sabiduría más detalladamente hablaré en el libro “Creación del mundo” que estoy preparando.

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En relación a esto recordamos las palabras del profeta Isaías que repitió el apóstol Pablo:
“Pues dice la Escritura: Regocíjate estéril, la que no das hijos; rompe en gritos de júbilo, la que no conoces los dolores de parto, que más son los hijos de la abandonada que los de la casada” (Gal 4, 27; Isaías 54, 1)
De ahí surge sólo una conclusión: la esterilidad en la tierra de algún modo se relaciona con la fertilidad en el cielo. Sobre los nacimientos en la tierra y en el cielo el mismo Evangelio según Felipe cuenta:
“Más numerosos son los hijos del hombre celestial que los del hombre terrenal. Si los hijos de Adán son numerosos —a pesar de ser mortales—, ¡cuánto más los hijos del hombre perfecto, que no mueren, sino que son engendrados ininterrumpidamente!.” (28)
Entonces la referencia a María Magdalena en este contexto nos hace pensar que ella se convirtió en la madre de los ángeles que viven eternamente, pero no tuvo ninguna descendencia terrenal, porque su matrimonio no fue como los matrimonios de la tierra que genera a los mortales, y como se ve del fragmento del mismo evangelio, presentado abajo, representaba “una unión sin mancha”:
“El misterio del matrimonio [es] grande, pues [sin él] el mundo no existiría. La consistencia [del mundo depende del hombre], la consistencia [del hombre depende del] matrimonio. Reparad en la unión [sin mancha], pues tiene [un gran] poder. Su imagen radica en la polución [corporal]. (60)
Eso significa que la imagen de la unión matrimonial conocida está manchada. Pero ¿que es entonces la unión sin mancha?
En el mismo Evangelio se dice que “el matrimonio impoluto es un verdadero misterio”, que “no es carnal, sino puro; no pertenece a la pasión, sino a la voluntad; no pertenece a las tinieblas o a la noche, sino al día y a la luz.” (122) y también que “La cámara nupcial no está hecha para las bestias, ni para los esclavos, ni para las mujeres mancilladas, sino para los hombres libres (seguramente, de la pasión) y para las vírgenes” (73). Las últimas palabras subrayan una vez más la diferencia entre el matrimonio terrenal y el celestial, ya que en la tierra una virgen al casarse pierde su virginidad, mientras que en el cielo la conserva intacto. Es un misterio.
“Manifiestos están los misterios de la verdad a manera de modelos e imágenes,- continua el Evangelio, - mientras que la cámara nupcial —que es el Santo dentro del Santo— permanece oculta.” (124)
A la luz de lo dicho el beso del Señor adquiere un sentido especial. Es un testimonio de “la unión sin mancha”. La esencia de ésta fue, en forma abreviada, expresada por el profeta Ezequiel:
“Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas.” (Ezeq 36, 27). Ese espíritu se infunde por la palabra de la boca. Es por eso que dijo Jesús:
“Quien bebe de mi boca, se hará semejante a mí. Yo mismo me convertiré en él, y los secretos se le revelarán.” (Evang.ap. según Tomas, 108), es decir; se llenara del Espíritu Santo. O en otras palabras, adquirirá la sabiduría. Y esa palabra es como el beso del amor:
“ [el que ...] por la boca; [si] el Logos hubiera salido de allí, se alimentaría por la boca y sería perfecto. Los perfectos son fecundados por un beso y engendran. – se dice en el mismo Evangelio. - Por eso nos besamos nosotros también unos a otros (y) recibimos la fecundación por la gracia que nos es común.” (31)
Todos sabemos que en la tierra nadie nace del beso. Por eso es evidente que aquí no se habla del nacimiento carnal, sino del espiritual que se funda sobre la unión perfecta de los dos en una imagen. Así como dice el profeta David:
“Mas yo, en la justicia, contemplaré tu rostro, al despertar me hartaré de tu imagen.” (Salmos 17, 15)
Esa saciedad es la concepción, ya que da comienzo al reflejo de la esencia del amado con la palabra y el hecho, creando innumerosas imágenes que son los hijos verdaderos del hombre. Precisamente de esto habla el siguiente fragmento del Evangelio que consideramos:
“Las obras del hombre provienen de su potencia; por eso se las llama las «Potencias». Obras suyas son asimismo sus hijos, provenientes de un reposo. Por eso radica su potencia en sus obras, mientras que el reposo se manifiesta en los hijos. Y estarás de acuerdo en que esto atañe hasta la (misma) imagen. Así, pues, aquél es un hombre modelo, que realiza sus obras por su fuerza, pero engendra sus hijos en el reposo. ” ( Evang . Seg ú n Felipe, 86)
Pero ¿cuáles la causa de la “polución corporal” que mancha la unión perfecta y priva al hombre de la eternidad? El mismo Evangelio así contesta a esta pregunta:
“Mientras Eva estaba [dentro de Adán] no existía la muerte, mas cuando se separó [de él] sobrevino la muerte. Cuando ésta retorne y él la acepte, dejará de existir la muerte.” (71)
Y después en las subsecciones 78-79: “Si la mujer no se hubiera separado del hombre, no habría muerto con él. Su separación vino a ser el comienzo de la muerte. Por eso vino Cristo, para anular la separación que existía desde el principio, para unir a ambos y para dar la vida a aquellos que habían muerto en la separación y unirlos de nuevo. Pues bien, la mujer se une con su marido en la cámara nupcial y todos aquellos que se han unido en dicha cámara no volverán a separarse. Por eso se separó Eva de Adán, porque no se había unido con él en la cámara nupcial.”
Se trata aquí de aquella unión perdida entre el hombre y la mujer que les debía proporcionar la inmortalidad y la que ahora es muy difícil de entender. Al separarse Adan y Eva ya no podían contener el Espíritu Santo en si, y se convirtieron en los portadores de los espíritus impuros de los cuales dice el mismo Evangelio:
“Entre los espíritus impuros los hay machos y hembras. Los machos son aquellos que copulan con las almas que están alojadas en una figura femenina. Las hembras, al contrario, son aquellas que se encuentran unidas con los que están alojados en una figura masculina por culpa de un desobediente. Y nadie podrá huir de estos (espíritus) si se apoderan de uno, de no ser que se esté dotado simultáneamente de una fuerza masculina y de otra femenina —esto es, esposo y esposa— provenientes de la cámara nupcial en imagen.” (61)
Sin embargo aquí mismo Cristo promete que “Los separados serán unidos [y] colmados. Todos los que [entren] en la cámara nupcial irradiarán [luz], pues ellos [no] engendran como los matrimonios que [...] actúan en la noche. El fuego [brilla] en la noche (y) se apaga, pero los misterios de esta bodas se desarrollan de día y (a plena) luz. Este día y su fulgor no tienen ocaso. Si uno se hace hijo de la cámara nupcial, recibirá la luz. Si uno no la recibe mientras se encuentra en estos parajes, tampoco la recibirá en el otro lugar. Si uno recibe dicha luz, no podrá ser visto ni detenido, y nadie podrá molestar a uno de esta índole mientras vive en este mundo, e incluso, cuando haya salido de él, (pues) ya ha recibido la verdad en imágenes.” (126-127)
Esa buena nueva sobre la restauración de la verdadera humanidad se vincula aquí con la luz, es decir, con el conocimiento de la verdad y – lo que es notable – con el conocimiento de “la verdad en imágenes”. El siguiente fragmento aclara el asunto:
“... si la imagen y el ángel están unidos entre sí: tampoco se atreverá nadie a acercarse al hombre o a la mujer. Aquel que sale del mundo no puede caer preso por la sencilla razón de que (ya) estuvo en el mundo. Está claro que éste es superior a la concupiscencia [... y al] miedo; es señor de sus [...]”, evidentemente, instintos. (61)
Entonces, la unión del hombre con la mujer aquí se presenta como la del ángel con la imagen. Es aquella unión que libera al hombre de todo miedo y pasión y lo convierte en el señor de la naturaleza. La unión se realiza, cuando la imagen tan perfectamente refleja al Ángel, que ambos se convierten en uno. En esta unión todo se queda en la superficie, claramente visible, sin ningún engaño, porque la hermosa forma coincide con el contenido y no hay ni necesidad, ni posibilidad de ocultarlo.
Pero ¿qué espíritu habitaba el cuerpo de Jesucristo, sino el Espíritu Santo? Sospechar que Cristo pudo unirse con una mujer de modo terrenal, significaría privarlo de su divinidad y pureza. En este caso también se perdería el sentido de su nacimiento de una Virgen que fue predicho aun en los tiempos del Antiguo Testamento: “Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal, escribía el profeta Isaías: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.” (Is 7, 14)
El nacimiento de la Virgen tiene gran significado, ya que la carne de aquel que no es nacido del semen del hombre es absolutamente otra. Eso atestigua el mismo Evangelio según Felipe que dice del cuerpo de Cristo: “[su cuerpo] era perfecto: [tenía sí] una carne, pero ésta [era una carne] de verdad. [Nuestra carne al contrario] no es auténtica, [sino] una imagen de la verdadera”. ( Ev . Seg . Felipe, 72).
Todos nosotros fuimos creados como “envases” o “tiendas” para la propia estación de Dios, pero al violar una vez las reglas, nos convertimos en la morada de los espíritus impuros. Y toda la lucha de Dios reflejada en las Sagradas Escrituras se trata de la restauración del hombre creado por El para Sí mismo, es decir, para que habite en él el Espíritu Santo del Creador.
Y esa restauración en muchas cosas depende también de nosotros mismos, de nuestra voluntad libre de la pasión y semejante a la que demostró María, la madre de Dios, cuando aceptó albergar en sí el espíritu de Dios.
He ahí como el Evangelio según Felipe nos presenta ese misterio:
“Digamos —si es permitido— un secreto: el Padre del Todo se unió con la virgen que había descendido y un fuego le iluminó aquel día. Él dio a conocer la gran cámara nupcial, y por eso su cuerpo —que tuvo origen aquel día— salió de la cámara nupcial como uno que ha sido engendrado por el esposo y la esposa. Y asimismo gracias a éstos enderezó Jesús el Todo en ella, siendo preciso que todos y cada uno de sus discípulos entren en su lugar de reposo.” (82)
Así, contra aquellos que no pueden entender la palabra de Dios e intentan a argumentar su convicción absurda sobre la unión carnal de Cristo con María Magdalena, atestigua hasta el mismo Evangelio al que apelan poniendo en manifiesto su mentira, su desconocimiento y su incomprensión. La descendencia de Cristo es inmensamente mayor que ellos creen. Somos todos nosotros, los cristianos que amamos su palabra e intentamos vivir según ella; son nuestras almas transformadas, que tienen sed de la justicia, de la verdad y de la bondad; asimismo es el enorme número de los ángeles celestiales que no conocemos.
Así que está claro que tras la afirmación sobre la cual Dan Brown construye su libro y Ron Howard, su película, se oculta la lucha de la carne mortal habitada por el espíritu impuro contra Aquel que da vida y quien es el primer hombre verdadero, según lo dicho:
“Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida.” (1 Cor 15, 45)-
No es fácil ser un cristiano verdadero. El Cristianismo autentico llama al hombre a la perfección espiritual. “…Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”- dice Cristo en Mt 5, 48, repitiendo lo que Él Mismo había dicho en el Antiguo Testamento:
“Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo” (Levítico, 11, 44).
Y esa perfección es antes de todo la perfección moral. “Quien pueda entender, que entienda”, - dice el Señor, porque no todos entienden, sino sólo aquellos en cuyos corazones Dios grabó sus leyes, aquellos, cuyo único deseo es subir, elevarse más y más hacia las alturas de la verdadera vida, reestableciendo más y más la imagen Divina en ellos mismos, la imagen que habían perdido al sentirse hijos de la carne. Ese deseo es la presencia Divina en el hombre que lo aviva y fortalece como el sol aviva y fortalece a un retoño hasta que sea un árbol fuerte y hermoso, un árbol de la vida. Y lo hace hundiéndolo en el resplandor suave de su amor que nunca se extingue.
Conformemente existe en el mundo una realidad: las personas se dividen en dos categorías: en los hijos de la carne y en los hijos del Espíritu, transformados y renacidos a través de la palabra de Jesucristo. Una mente carnal, que considera sus deseos como la cosa más importante de su vida y que de nada está acostumbrada a privarse, no puede imaginar que, de verdad, existen hombres con el espíritu tan elevado que son dispuestos al auto sacrificio para el bien del prójimo, hombres que ven más allá de la vida terrenal, más allá de la muerte…
Los que insisten en la afirmación gratuita del casamiento de Cristo o los que no niegan esta posibilidad son los hombres de la mentalidad carnal y todavía están muy lejos de entender la fe cristiana y su llamado, desprecian el camino de la transformación que, a pesar de todo, no está cerrado para nadie. Tales hombres apelan a las personas con poca fe, aprovechando su mal conocimiento de los Evangelios y de la Palabra de Dios. Además, la convicción en que Cristo podría tener descendencia, sería un buen terreno para la aceptación de su adversario (prometido por la Sagrada Escritura) en calidad de Su descendente. A eso ya a su manera se dedica la “Nueva Cronología de la Historia Universal” que se desarrolla en la Universidad Estatal de Moscú por los doctores de distintas ciencias bajo la dirección de A.T. Fomenco.
El engaño se funda en el sustituir la verdadera descendencia Espiritual de Cristo por una falsa descendencia carnal.
Pero un cristiano verdadero jamás dará importancia a las blasfemias que siempre volaron y siguen volando en el aire, porque en él habla y actúa nadie más que el mismo Jesucristo.

Bs.As.2006-2009

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