Tragedia del mundo cristiano

(Artículo del libro "El misterio de la Santisima Trinidad")


El que ama a Jesucristo, ama también su Iglesia. Pero ¡que doloroso es ver como los representantes de las distintas confesiones de esta misma Iglesia se niegan o se menosprecian mutuamente sin tomar conciencia suficiente en su unidad!.. Ese artículo presenta dolorosas observaciones sobre la realidad eclesiástica común, hechas no con la intención de perjudicar a las Iglesias que llevan el nombre de Jesucristo, sino para servirles a todas y poner su grano de arena en la unión espiritual (no política) de ellas.



Como se sabe, la Única, Santa Iglesia fue fundada por Jesucristo que puso como su base la revelación Divina hecha a través de Simón, uno de sus discípulos, cuando éste respondiendo a la pregunta de Jesús «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?», dijo: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.», a lo que Jesús replicó: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.» (Mt 16, 15-19)
Pues, la Iglesia se basa en la “Piedra” de la fe que Jesucristo es el Hijo de Dios. Esa misma idea fue expresada por el apóstol Juan que dijo:
“Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; ese es el del Anticristo” (1 Jn 4, 2-3).
Ese es el rasgo característico de la Iglesia cristiana. Consecuentemente cualquier Iglesia que confesa a Jesucristo como a Dios venido en carne, es una Iglesia cristiana, mientras que aquella que lo venera como uno de los profetas, no la es, porque no está fundada en la revelación hecha a través de Pedro, y consiguientemente, tampoco reconoce las normas morales esencialmente vinculadas con la noción de Dios y establecidas por Jesucristo y sus apóstoles. Entonces también las últimas representan un indicio más de la autenticidad de la Iglesia, mientras que cualquier alteración de esas normas hace evidente que en la base de la Iglesia se encuentra totalmente otra “piedra de la fe”.
De haber definido así los cimientos de su Iglesia, Jesús destacó la necesidad vital de la unidad de todos sus integrantes. “Para que todos sean uno…”, dijo (Jn 17, 21) y en otra ocasión agregó: “Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí mismo no podrá subsistir” (Mt 12, 25).
Pero la Iglesia transgredió el legado de Jesucristo y se dividió contra sí misma formando múltiples confesiones recíprocamente hostiles. En el siglo V se separaron de ella unas Iglesias orientales; en el XI se rajó además en dos grandes confesiones más, a saber, en la católica y en la ortodoxa, que anatematizaron y excomulgaron una a otra; en el siglo XVI de la Iglesia Católica se apartaron los, así llamados, Protestantes o Reformadores y después siguieron a su ves fraccionarse. Tampoco pudo contener su integridad la Iglesia Ortodoxa que dio a luz a las otras confesiones hostiles. Hay nuevos grandes desacuerdos asimismo en la actual Iglesia Católica, que amenazan con una nueva escisión.
La paradoja es que todas esas Iglesias surgidas en el suelo de la discordia conservaron y conservan hasta hoy la misma “Piedra de la Fe”, pero, como si, sin tomar suficiente conciencia para entender la poca importancia o hasta insignificancia ante los ojos de Dios de los motivos de sus discordias.
Aún en el primer siglo el apóstol Pablo definió las causas de cualquier escisión de la Iglesia diciendo: “Os ruego, hermanos, que os guardéis de los que suscitan divisiones y escándalos contra la doctrina que habéis aprendido; apartaos de ellos, pues esos tales no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a su propio vientre, y, por medio de suaves palabras y lisonjas, seducen los corazones de los sencillos.” (Rom 16, 17-18).
Lo mismo decía también el apóstol Judas “Estos son los que crean divisiones, viven una vida sólo natural sin tener el espíritu” (19).
Ya en aquel tiempo de haber notado algunos rudimentos de la desmembración interna de la Iglesia, los apóstoles exhortaban a los cristianos no permitir la instalación en sus corazones de la hostilidad respecto a sus hermanos en la fe, porque así ayudarían a su carne vencer al espíritu Divino en ellos:
“¿De dónde proceden guerras y contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestros deseos de placeres que luchan en vuestros miembros?” – preguntaba a los creyentes el apóstol Santiago (4, 1) Y como si respondiéndole, el apóstol Pablo explicaba el asunto:
“…pues todavía sois carnales. Porque, mientras haya entre vosotros envidia y discordia, ¿no es verdad que sois carnales y vivís a lo humano? Cuando dice uno “Yo soy de Pablo”, y otro “Yo soy de Apolo”, ¿no procedéis al modo humano? ¿Qué es, pues, Apolo? ¿Qué es Pablo?... ¡Servidores, por medio de los cuales habéis creído!, y cada uno según el don del Señor.” (I Cor 3 , 3-5)
Preguntémonos también nosotros a si mismos: ¿Qué es la Iglesia Católica? ¿Qué es la Iglesia Ortodoxa, la Protestante o la Oriental con todas sus divisiones? ¿No son acaso iglesias-servidores por medio de las cuales una enorme cantidad de personas ha creído en Jesucristo y “cada una según el don del Señor”? Y sin embargo, llamando “Señor” a Jesús y siendo construidas sobre la misma “piedra de la fe”, que ya por sí misma manifiesta su hermandad, las Iglesias antaño se anatematizaron recíprocamente como las anticristianas. Y aunque en los últimos tiempos el anatema multisecular fue revocada y fueron hechos las pases para la reunión, se ve que es muy difícil de revertir las consecuencias de la maldición, porque, además de lo que las Iglesias siguen aun persistiendo en sus negaciones mutuas, existe también el factor humano de los fieles de las diferentas confesiones, acostumbrados al por lo menos menosprecio mutuo, lo cual es todavía más difícil de revertir.
Mientras tanto, según atestigua el apóstol Pablo “nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema es Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo” (1 Cor 12, 3). De ahí podemos concluir que cada una de esas Iglesias llamando “Señor” a Jesús, actúa bajo la influencia del Espíritu Santo, que es el Espíritu del Amor. Mas al pronunciar el anatema o al persistir en la negativa de otras Iglesias que también le llaman “Señor” a Jesús, lo hace bajo la influencia del espíritu de la discordia, opuesto al Espíritu Santo. Esa bifurcación espiritual revela que ninguna de las Iglesias nombradas posee plenamente el Espíritu Santo, ya que además de El, alberga en sí misma el espíritu de la hostilidad. No obstante cada una de ellas cree que es la poseedora de la plenitud de la gracia de la verdad y de la fe - y, con todo, la poseedora única. En este fondo las palabras más hermosas sobre la reunión de las Iglesias se resultan inútiles. Por ejemplo, las siguientes que encontramos en el Decreto Sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II:
“Guardando la unidad en lo necesario, todos en la Iglesia, cada uno según el cometido que le ha sido dado, observen la debida libertad, tanto en las diversas formas de vida espiritual y de disciplina como en la diversidad de ritos litúrgicos, e incluso en la elaboración teológica de la verdad revelada; pero en todo practiquen la caridad. Pues con este proceder manifestarán cada día más plenamente la auténtica catolicidad y la apostolicidad de la Iglesia.
Por otra parte, es necesario que los católicos, con gozo, reconozcan y aprecien en su valor los tesoros verdaderamente cristianos que, procedentes del patrimonio común, se encuentren en nuestros hermanos separados. Es justo y saludable reconocer las riquezas de Cristo y las virtudes en la vida de quienes dan testimonio de Cristo y, a veces, hasta el derramamiento de su sangre, porque Dios es siempre admirable y digno de admiración en sus obras”.
Esa justa declaración, sin embargo, se borra completamente por la siguiente, hecha en el mismo capítulo:
“Por consiguiente, aunque creamos que las Iglesias y comunidades separadas tienen sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia. Los hermanos separados, sin embargo, ya particularmente, ya sus comunidades y sus iglesias, no gozan de aquella unidad que Cristo quiso dar a los que regeneró y vivificó en un cuerpo y en una vida nueva y que manifiestan la Sagrada Escritura y la Tradición venerable de la Iglesia. Solamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es auxilio general de la salvación, puede conseguirse la plenitud total de los medios salvíficos. Creemos que el Señor entregó todos los bienes de la Nueva Alianza a un solo colegio apostólico, a saber, el que preside Pedro...” 1
Prestemos atención a que todas las Iglesias sin excepción se llaman a sí misma católica, es decir, universal. La Iglesia Católica Romana usa esa palabra en dos sentidos a la vez: en el sentido universal y en el particular, ya que la tiene como su nombre particular. Y, por supuesto, como vemos del contexto, se cree a sí misma la única que goza “la misma plenitud de gracia y de la verdad” que Cristo confió a la Iglesia,, por eso a las otras Iglesias las llama “separadas” y“defectuosas”. Ya sólo esa declaración revelando en la misma una gran soberbia, pone ante la reunión de las Iglesias una barrera insuperable, además porque cada una de las confesiones cristianas, como ya fue dicho, piensa en sí misma con la igual altivez considerando que sólo ella es la que goza “la plenitud de gracia y de verdad” y no la otra.
He ahí, por ejemplo, cómo se estima la Iglesia Ortodoxa que sigue inquebrantable en lo que “la Iglesia Ortodoxa es la única verdadera Iglesia que conserva la plenitud de la fe” 2 Como dice la resolución de la Tercera Conferencia anteconsilial de todos los ortodoxos (1986), “La Iglesia ortodoxa en la convicción profunda y autoconciencia eclesiástica que ella es la que tiene y testifica la fe y las Tradiciones de la Única Santa Conciliar y Apostólica Iglesia, firmemente cree que ocupa el lugar central en el proceso del avance hacia la unión de los cristianos en actualidad..... La misión y el deber de la Iglesia Ortodoxa es la enseñanza de la verdad en toda su plenitud que contiene La Sagrada Escritura y La Sagrada Tradición, lo que le comunica su carácter universal.... Esa responsabilidad de la Iglesia Ortodoxa, igual que su misión ecuménica respecto a la unidad de la Iglesia, fue expresada por los Concilios Ecuménicos (generales). Estos destacaban especialmente el lazo indisoluble de la verdadera fe con la Comunicación en los Sacramentos. La Iglesia Ortodoxa siempre procuraba atraer distintas Iglesias y confesiones cristianas a una búsqueda asociada de la unidad cristiana perdida, para que todas lleguen a la unión de la fe...” 3
Del mismo modo proceden las Iglesias Protestantes, incluyendo la Anglicana, que también se declara la única que conserva “la plenitud de la fe católica y apostólica y su continuidad con la Iglesia primitiva de Cristo”. 4
Y eso a pesar de la advertencia de Jesucristo Mismo contra la semejante autoestima y el menosprecio de los otros:

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1. Concilio Vaticano II. Decreto sobre el ecumenismo. Cap I. Princípios católicos sobre el ecumenismo.
2. ??????? ??????? (???) ???????????? ??????? ? ??????????? ????????. "?????? ?????? ???????????? ???????": ??? ??? ??????? – /Obispo Callist. La Iglesia ortodoxa y la reunión de los cristianos. La Única santa católica Iglesia” ¿Qué significa?: / http://apologia.narod.ru/basis/uer/uer_ecumenizm.htm - (Nota: Las fuentes en ruso y armenio y también las palabras en griego se puede recuperar en el texto comopleto del libro dado en PDF)
3. ????. ???? ??????????? ???????????. ???????? ???????? ????????? ? ????????? ??????? ???????????? ??????. ???????????? ????????????? ??????????? ????- /La Página web oficial del Patriarcado de Moscú. Los principios básicos de la posición de la Iglesia Ortodoxa Rusa respecto al mundo heterodoxo. El testimonio ortodoxo al mundo heterodoxo./:
http://www.mospat.ru/index.php?mid=91
4. Istoria de la Iglesia anglicana. Iglesia Episcopal Anglicana de Chile. Cap. XIV. Diferencias entre la reforma protestante y la reforma de la Iglesia Anglicana.: http://www.freewebs.com/anglicana/capitulo14.htm

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“No juzguéis”, decía, “y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados” (Lc 6, 37).
Hasta había contado a los que “se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola:
«Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias."
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.» (Lc 18, 9-14)
Naturalmente, lo dicho no se refiere sólo a las personas, sino también a las Iglesias, pues la Iglesia misma es una Persona, cuya cabeza es Jesucristo. 5 Así que ni la autoelevación ni el narcisismo pueden ser indicios de la plenitud de la fe y de la verdad, sino el humilde reconocimiento de la superioridad de las otras Iglesias, la que testificaría la plena presencia en las Iglesias del Espíritu Santo, que es el Espíritu del amor que une a sus servidores y la ausencia absoluta del espíritu opuesto que los divide.
Pero creyendo que sólo ella es la verdadera y considerando a las otras Iglesias como decadentes, cada una de ellas pone barreras en la comunicación recíproca con los representantes de las otras confesiones cristianas. Esas barreras se manifiestan, por ejemplo, cuando surge la necesidad de la comulgación, del bautismo o de los casamientos mixtos.
“De hecho, todas las iglesias ortodoxas!, escribe el obispo ortodoxo Callist, permiten una comunicación recíproca llamada “iconómica”, en las situaciones, cuando los cristianos no ortodoxos siendo lejos de sus iglesias no pueden acceder a los sacramentos de su propia Iglesia, entonces con el especial permiso pueden tener acceso a la comunión de las manos de un sacerdote ortodoxo. Pero ¿es correcto lo contrario? ¿Puede un cristiano ortodoxo en caso de ausencia de una parroquia ortodoxa en cercanía – lo que a menudo ocurre en el Occidente – comulgar en las Iglesias no ortodoxas? La mayoría de los teólogos ortodoxos responde: no, es imposible”. 6
Es evidente que la semejante declaración, además de que manifiesta el no reconocimiento de la hermandad con las demás confesiones, revela también que considera a esas últimas como indignas e impuras.
Según escribe el mismo obispo, “existe también el problema de los matrimonios mixtos: aquella situación humana, cuando la separación delante del altar es extraordinariamente dolorosa. En estos casos se puede también de vez en cuando – desde luego, no regularmente – permitir la comunicación mutua encima de los limites de las Iglesias.” 7
Prácticamente, las cosas no son mejores ni en la Iglesia Católica, ni en la Protestante. Por ejemplo, respecto a los matrimonios ínterconfesionales la teología moral católica dice: “Cuando Pablo recomienda casarse "en el Señor" (1 Cor 7,39), hace referencia al matrimonio con una persona que comparte la misma fe”. 8
Hay que destacar aquí que las demás confesiones cristianas, contrariamente a todas las indicaciones nuevo testaméntales, se consideraban y siguen considerándose por la Iglesia Católica como otra fe y por lo tanto la misma, según la fuente nombrada, siempre se atuvo a la
siguiente regla: “En el caso del matrimonio entre dos bautizados, de los que uno solo

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5. En la base de la Iglesia está la misma Santísima Trinidad que está en la base de Dios y del hombre.
6. Ver n.2
7. Ibíd.
8. G.Cereti. Teología moral: matrimonios mixtos. http://www.mercaba.org/DicTM/TM_matrimonios_mixtos.htm

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pertenece a la Iglesia católica, el derecho canónico heredado de la época medieval y recogido en el Código de 1917 preveía un impedimento (mixta religion) que era definido como "dirimente", porque declaraba ilícito, pero no inválido, el matrimonio contraído sin la dispensa de este impedimento”. 9
La situación no mejoro mucho después del Concilio Vaticano II. Una serie de condiciones que se pone ante aquella persona que quiere contraer un matrimonio interconfesional, simplemente abruma, pues todas esas condiciones se concentran en las particularidades mientras que lo principal se queda sin atención, como si no existiera.. En una palabra, los católicos, igual que los ortodoxos, consideran las demás confesiones como defectuosas e impuras.
Ambas Iglesias si no en la teoría (desde hace poco), pero en la práctica tampoco reconocen el bautismo realizado en las otras confesiones y exigen un nuevo bautismo como si el anterior no hubiera celebrado en el nombre del Mismo Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Ante tal desmaña volviéndose a las palabras ya citadas del apóstol (1 Cor 3, 3-5), preguntémonos nuevamente: ¿ Acaso no procede cada una de estas Iglesias al modo carnal o humano, cuando en sí misma ve sólo méritos, mientras que en las otras encuentra nada más que faltas? ¿Acaso no procede cada una al modo carnal, cuando se cree la única Iglesia verdadera y fiel a Cristo, y enseña a sus parroquianos que las otras Iglesias representan una religión distinta y a veces hasta contraria a Cristo o, si no contraria, de todos modos, defectuosa, privada de la plenitud de la gracia Divina? Teniendo como guía el Nuevo Testamento, ellas, sin embargo, nunca evocan las siguientes palabras del apóstol o no las relacionan con las Iglesias:
“Pero tú ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú ¿por qué desprecias a tu hermano? En efecto, todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios”. ( Rom 14, 10) o estas:
“No os complazcáis en vuestra propia sabiduría” (Rom 12, 16), es decir, no se pongáis arriba de los demás y no los juzgáis. Pero sin reconocer en sus acciones alguna disconformidad con la Palabra de Dios, las Iglesias justifican su mutuo rechazo, en primer lugar, con las diferencias dogmáticas que, sin embargo, después de haber sido bien consideradas se resultan inexistentes y debidas “exclusivamente a la fraseología”.
Veremos, por ejemplo, como se resolvieron esas “diferencias” entre la Iglesia Ortodoxa y las Orientales, no calcedónicas, declaradas anteriormente como heréticas y apostatas.
Según cuenta el ya mencionado obispo ortodoxo, en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado tuvieron lugar diferentes encuentros consultivos entre los teólogos de ambas partes. Los efectos de estos encuentros “se resultaron inesperadamente positivos. Se esclareció que por la cuestión principal que causó la división histórica – a saber, la cuestión referida a la persona de Cristo, - prácticamente no existen ningunas divergencias reales. La discrepancia, como fue constatado en Argus, se encuentra exclusivamente en el nivel de la fraseología. En resumen los delegados declararon: “En unos a otros reconocemos la única fe ortodoxa de la Iglesia.... En el fondo del dogma cristológico encontramos un acuerdo pleno entre nosotros”. Como fue declarado en la consulta de Bristol, “unos de nosotros sostienen dos naturalezas, dos voluntades y dos acciones, unidos hipostáticamente en la persona de Jesucristo, y los otros, la única naturaleza divina/humana, voluntad y acción en el mismo Cristo”.10
Así, toda la disensión, todas las maldiciones seculares se resultaron injustificadas. Pero si en el alto nivel teológico ya fue declarada la unidad de la fe, en el nivel inferior de los rangos eclesiásticos y de los creyentes comunes las negaciones se continúan, pues lo que se había plantado por los siglos, no se extermina tan fácilmente.
Veo la misma diferencia fraseológica, aunque todavía no reconocida, en las diferencias dogmáticas entre la Iglesia Católica y la Ortodoxa. El centro de la discordia es el símbolo de la fe
que los católicos denominan filioque manteniendo que el Espíritu Santo procede tanto del Padre

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9. Ibíd.
10. Ver n.2

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como del Hijo. Los ortodoxos, al contrario, sostienen que el Espíritu Santo procede sólo del Padre. Pero ¿es legítimo plantear semejante problema, si reconocemos que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo es uno, Dios Único? Pues dijo Jesús: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 30). ¿No nos encontramos ante la falta del deseo de entender unos a otros?, ya que tienen razón tanto los ortodoxos, diciendo que el Espíritu Santo procede del Padre, como los católicos que afirman que el Mismo procede del Padre y del Hijo. Y a la vez no tienen razón ni unos, ni los otros, porque separan la unidad Divina y en esta separación construyen sus discordias, tanto más que El Cristo Mismo testificó el uno y el otro, pues no dividía la integridad Divina:
“Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre,” decía, “el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí.” (Jn 15, 26)
Y en otro lugar:
“Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo”. (Jn 20, 21-22) o
“Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo” (Jn 5, 26)
En estas palabras no hay nada contradictorio, aunque en el primer fragmento Jesucristo dice que el Espíritu procede del Padre y en el otro, muestra que procede también de El, es decir, del Hijo. Pero habla El del Padre o del Hijo siempre se refiere a una sola Persona en su integridad y no a sus integrantes, pues la Persona consiste de dos principios (de la cabeza y del cuerpo) unidos de tal manera que uno no puede existir sin el otro. Así que esas declaraciones aparentemente contradictorias en realidad expresan la misma verdad, porque cuando hablamos del Padre, pensamos también en el Hijo y en el Espíritu Santo, y cuando hablamos del Hijo, pensamos también en el Padre y en el Espíritu Santo. Resulta que los teólogos en algunos casos reconocen esa unidad de las tres Personas Divinas y en los otros no reparen en ella, como, por ejemplo, en el pleito alrededor del filioque. Eso a su vez evidencia que, a pesar de sus afirmaciones contrarias, la plenitud de la verdad no se manifiesta y no puede manifestarse en ninguna de las Iglesias que se oponen, ya que siendo desunidas no pueden tener aquello que se manifiesta sólo en la unidad.
“Cuando venga él, el Espíritu de la verdad,” dice Jesucristo, “os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros” (Jn 16, 13-15).
Si todo lo que tiene el Padre pertenece a Cristo, significa también el Espíritu del Padre es del Cristo. Entonces ¿qué sentido tiene la disputa que divide lo que es unido por Dios, es decir, divide la integridad de Dios?
Pero si las” diferencias” dogmáticas oprimen, aun más lo hacen los pleitos por las diferencias canónicas o rituales. Pues en fin de cuentas la unidad no supone la igualdad y no exige la supremacía de alguna de las confesiones, sino la unidad en la diversidad, el amor fraternal, ayuda mutua y comprensión mutua a pesar de todo, ya que todas están basadas en la misma “Piedra de la fe”, es decir, en Jesucristo Mismo, Dios verdadero y Hombre verdadero, la cabeza de la Iglesia “ que es “, según el apóstol Pablo, “su cuerpo, la plenitud del que llena todo en todo” (Ef 1,22-23). Y ese cuerpo debe ser santo, pues pertenece a Cristo que es santo.
Explicando la naturalidad y hasta la necesidad de las diferencias entre las Iglesias, el apóstol Pablo escribía:
“Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común, Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad. Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, yo no soy del cuerpo» ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo» ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Si todo el cuerpo fuera ojo ¿dónde quedaría el oído? Y si fuera todo oído ¿donde el olfato? Ahora bien, Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad. Si todo fuera un solo miembro ¿dónde quedaría el cuerpo? Ahora bien, muchos son los miembros, mas uno el cuerpo. Y no puede el ojo decir a la mano: «¡No te necesito!» Ni la cabeza a los pies: « ¡No os necesito!»......
Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte”. (1 Cor 12, 4-21 ? 26-27)
No se puede decir más claramente. Y todos lo saben, pero lo consideran sólo como reglas intraconfesionales, ya que además de su confesión, no reconocen a ninguna otra.
Entretanto esas palabras ponen en evidencia que las discordias entre las Iglesias que profesan a Jesucristo venido en carne deberían considerarse como “la medida de la fe” que les otorgó a cada una el Señor según la función que cumplen en el organismo de la Iglesia. Así que, incluso cuando se trata de las confusiones, éstas no deben dar lugar a las alteraciones del legado del amor dejado por el Cristo, no pueden llevarnos a destruir Su cuerpo, porque las confusiones son como las enfermedades: se puede curarlas. Y el mejor médico es el amor mutuo que se manifiesta en la infinita paciencia – parecida a aquella con la que el Mismo Señor acogió nuestras afecciones, - y en la aplicación de todos los esfuerzos para curar al enfermo. Pues, cuando se enferma alguno de los órganos o de los miembros del organismo humano, todos los demás se esfuerzan para ayudarle y así poder nuevamente establecer su funcionamiento regular. Pero ¿por qué no se hace lo mismo con el cuerpo de Cristo?
Sólo hay una respuesta posible para esa pregunta: es porque las Iglesias no perciben el cuerpo que forman en su integridad y armonía, incluso cuando afirman lo contrario; y no lo hacen por la falta del amor entre los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Y cuando el amor está faltando, entonces lo sustituyen otros sentimientos, tales como la ambición, la autoveneración y la aspiración a dominar sobre las otras confesiones. Con todo, se desestiman también las siguientes advertencias del apóstol:
“…No os estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual. Pues, así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo los unos para los otros, miembros” (Rom 12, 3-5)
“Porque si alguno se imagina ser algo, no siendo nada se engaña a sí mismo”, añade él en otra ocasión. (Gal 6, 3).
Esas palabras, sin ninguna duda, pueden referirse también a todas las Iglesias que se oponen, pues las que” invocan el nombre del Señor” son hermanas y si una de ellas “se imagina ser algo, no siendo nada se engaña a sí mismo”. Ante cualquier discordia deberían sólo exhortar una a otra, corregirse, perdonarse y amarse mutuamente, dejando el juicio al Juez Superior. “Hermanos,” dice para este caso el apóstol, “si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado. Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo”. (Gal 6, 1-2)
Ese desacuerdo entre las Iglesias, la imprecisión en las definiciones de las religiones llevaron a los creyentes a una confusión total.
A menudo tanto entre los católicos como entre los ortodoxos, protestantes o orientales se puede escuchar conversaciones como la éste:
- “¿es cristiano?
- No, es católico (o es protestante) ”
y al revés:
- “¿es católico?
- No, es cristiano”
Como si no fueran cristianos todos ellos...
Este hecho es un testimonio de la ignorancia de los creyentes respecto a los cimientos de su propia fe y respecto a las otras confesiones. Los fieles acostumbrados por las Iglesias fiarse por entero de los sacerdotes, es decir, del factor humano, no reflexionan por sí mismo sobre la Santa Escritura, y ni siquiera quieren leerla por su propia iniciativa. Parece que las Iglesias completamente dejaron de creer que el Espíritu Santo patrocina al que, verdaderamente quiere conocer la Palabra de Dios y le proporciona tanto conocimiento, cuanto éste puede asumir. Como resultado la mayoría de los creyentes sabe, mas no se da cuenta en el significado de la “piedra de la fe” que a todos ellos, sin distinción de las confesiones, les convierte en hermanos ante los ojos de Dios y no entiende que negando a sus hermanos, en realidad, niega la integridad del cuerpo Divino. Mientras tanto sería suficiente sólo un poco pensar, para captar la unidad radical de todas las confesiones cristianas, la que paradójicamente por los jefes de las Iglesias se reconoce y se niega a la vez.
Por lo tanto no es sorprendente que a consecuencia de todas estas medias tintas se alteran también las nociones relacionadas con la unidad de la Iglesia, por ejemplo, la noción sobre el ecumenismo. Esa palabra comenzó a usarse muy a menudo después del Concilio Vaticano II, porque uno de sus decretos refería al ecumenismo de las confesiones cristianas. Pero, extrañamente, el contenido de este Decreto se adultera por muchos representantes tanto del mundo cristiano como no cristiano. La llamada al ecumenismo presentada ahí, frecuentemente se atribuye por ellos no sólo a las confesiones cristianas, sino también a las religiones no cristianas. Se lo hacen – concientemente o no - confundiendo dos completamente distintos decretos, a saber: el “Decreto sobre el ecumenismo” y el Decreto « NOSTRA AETATE». Este último se refiere al dialogo con las religiones no cristianas y no contiene la palabra “ecumenismo”. Propiamente dicho, este último decreto se trata de las formas modernas de la evangelización del mundo no cristiano, de aquella evangelización que fue legada por el Mismo Cristo a los apóstoles, pues muchas veces los apóstoles llevaban al mundo la luz del Evangelio a través de los diálogos.
En cuanto al Decreto Sobre el Ecumenismo, éste se refiere sólo a las confesiones cristianas – hecho que se marca muy claramente en su comienzo:
“En este movimiento de unidad, llamado ecuménico,” se dice ahí, “participan los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesucristo como Señor y Salvador; no sólo individualmente, sino también reunidos en comunidades, en las que han oído el Evangelio y a las que cada uno llama Iglesia suya e Iglesia de Dios.” (Introducción)
Eso significa que en el dicho movimiento no participan ni los representantes del judaísmo, ni los islámicos ni los budistas, ni los partidarios de cualquier otra religión, cuya “piedra” de la fe no es Jesucristo. Los que participan son aquellos que “invocan al Dios Trino” y para los cuales Cristo es el “Señor y Salvador”. Es decir; aquí se trata de la unión exclusivamente de los cristianos.
No obstante y a causa de las ideas vagas respecto a las diferencias entre las distintas religiones la mayoría de las personas entiende el ecumenismo como un llamamiento a la unión de todas las religiones en la base de la, así llamada, “moral omnihumana”. Pero este punto de vista ignora un momento muy importante, relacionado con las raíces de las nociones morales del hombre que son siempre religiosas, porque parten de la lógica de la percepción de Dios y del ser humano. Por eso cada religión tiene su moral que difiere de la de otras. Pues, si la moral cristiana exige no resistir al mal con la violencia, la de otras profesa ojo por ojo o alienta la masacre de los “infieles”. Si la moral cristiana respecto a la familia demanda exclusivamente la monogamia, las otras religiones permiten tanto monogamia como poligamia. La última no solamente no va contra la moral de ellas, sino hasta se considera más natural que la monogamia. Si para los cristianos Dios es Espíritu, las otras lo entienden como la naturaleza. Y si los cristianos, por lo tanto, reconocen al hijo de Dios por el espíritu, los otros lo vinculan con la carne. Por eso si los cristianos en sus reglas morales se guían por el espíritu, la moral de otras religiones se vincula, más o exclusivamente, con las necesidades del cuerpo. De ahí lo que para los cristianos es un pecado mortal (por ejemplo, la práctica de las distintas aberraciones sexuales), las otras religiones ora no siempre lo condenan o reprueban, ora, al revés, lo estimulan. Se podría continuar la enumeración, pero no es ese el objetivo del presente artículo.
Esas diferencias, como ya fue dicho, no son casuales, porque parten de la lógica de la percepción de Dios y del ser humano, la que es distinta en cada religión, pero la misma en cada confesión cristiana.
No queda dudas que en el fondo de tan profundas diferencias es ridículo hablar de
la “moral omnihumana”. Entonces, en el dicho Decreto se habla sólo de la alianza entre aquellas confesiones que se basan en la misma “piedra de la fe” y en la misma moral, porque a pesar del fraccionamiento de la Iglesia, todos sus integrantes conservaron esas dos nociones y de este modo atestiguan que, en realidad, todas ellas forman una sola religión que ha dado al mundo muchos santos y devotos. Estos nacen en todas las confesiones. Por eso cada una de las Iglesias, - sea Católica, Ortodoxa, Protestante o Oriental- son afamadas por los santos y misioneros que con su vida y muerte propugnaron a Jesucristo; en cada una de estas Iglesias hubo y hay, junto con los errores, mucho mérito, muchos nobles espíritus que condicionaron aquellos benditos frutos que enriquecieron la humanidad.
Pero la tragedia consiste en el hecho que ni una de estas Iglesias se mostró capaz de reconocer y valorar verdaderamente “los logros” de las otras Iglesias, porque en la subconciencia de la ideología eclesiástica a menudo yace exclusivismo nacional o racial – sea el griego, romano, eslavo, ingles o cualquier otro (en algo parecido al de la ideología del judaísmo) - y por eso ni una puede proyectar sobre la Iglesia las siguientes palabras del apóstol: “Si vivimos por el Espíritu, sigamos también al Espíritu. No seamos vanidosos provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente” Gal 5, 25-26)
“… no hay distinción entre judío y griego, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan. Pues todo el que invoque el nombre del Se ñ or se salvará”. (Rom 10, 12-13). Esas palabras evidencian que en el cristianismo no son importantes las distinciones nacionales o raciales, porque pertenecen a la carne y no al espíritu. El mismo apóstol explica, por qué no deben gloriarse ni ningún mortal, ni ninguna raza terrenal:
“¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien a los locos del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios a los d é biles del mundo, para confundir a los fuertes. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios” (I Cor 1, 26-29)
Por la misma razón la verdadera Iglesia no puede ni estar sometida a un gobierno terrenal, ni tener una estructura gubernamental, ni agruparse alrededor de una raza terrenal. Iglesia es el sembrador. Su tarea principal consiste en el desvelo por la educación cristiana y la moral de sus fieles. El resto juzgará Dios Mismo.
Una vez Cristo dijo: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra”. (Jn 8, 7)
Paradójicamente, arrojando piedras una a la otra, las Iglesias, no obstante, se consideran sin pecado y santas, pero no está claro, lo hacen por la falta de comprensión de la palabra que profesan o por menospreciarla, pues el apóstol enseña: “Quien dice: “Yo le conozco” y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él”. (I Jn 2, 4)
“Si decimos: “No tenemos pecado”, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: “No hemos pecado”, le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros” (I Jn 1, 8-10)
¿Acaso esas palabras no caracterizan a cada una de las Iglesias hostiles que en lugar de unirse en el amor, en lo que constituye la esencia de su fe, se desunen a causa de las cosas poco importantes, relacionadas con las tradiciones, las particularidades de los ritos, las expresiones verbales, la mentalidad de los pueblos o de las confesiones? Y de esta manera obligan a sus fieles seguir tras los humanos y sus resoluciones que les desunen en lugar de empujarlos tras el Espíritu Santo que les une a todos y que está en la base de cada una de las Iglesias que trágicamente se oponen entre sí. Sólo armándose del Espíritu Santo que es el Espíritu del Amor, se puede superar todas esas discordias interconfesionales. Pero apenas el Espíritu Santo se asoma como el sol detrás de las nubes, éstas se apresuran cerrarlo nuevamente.
«En vano me rinden culto”, decía a tales Jesús, “ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.» Les decía también: «¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición! (M? 7, 7-9)
En el panorama de todo esto ¿qué pueden hacer aquellos cristianos que por la obra del Espíritu Santo perciben las Iglesias en su integridad y unidad, aman a todas las confesiones como las partes de la única Iglesia de Cristo, toman conciencia de la hermandad de las que profesan a Jesucristo; quienes veneran tanto los ritos y cánones ortodoxos repletos de una profunda hermosura mística, como la elevada humanidad de las misas católicas, la rigurosa sensatez de las celebraciones anglicanos, la severa enajenación de las de los armenios y la sencillez de las reuniones protestantes?
Entonces me pregunto: ¿a qué Iglesia pertenezco? ¿Dónde está aquella en la que no hay lugar para hostilidad, en la que se irradia sólo el verdadero amor cristiano: la que reconoce cualquier bautismo realizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; la que no construye obstáculos para los matrimonios interconfesionales que se realizan en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, no complica la recepción de la comunión de las manos de los sacerdotes de otras confesiones y no la rechaza cundo ésta se hace en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, etc., etc.?
Como respuesta evoco las palabras del obispo anglicano Tomás Ken y apropiándolas enteramente, digo a mi misma: pertenezco “...a la santa, conciliar y apostólica Iglesia que fue antes de la desunión del Oriente y Occidente”.

Bs.As.2009

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