Las raíces bíblicas del vegetarianismo

(Artículo del libro "El misterio de la Santisima Trinidad")


“no fue Dios quien hizo la muerte
ni se recrea en la destrucción de los vivientes;
él todo lo creó para que subsistiera,
las criaturas del mundo son saludables,
no hay en ellas veneno de muerte (...),
porque la justicia es inmortal.”
Sab 1, 13-15

“En la senda de la justicia está la vida;
el camino de los rencorosos lleva a la muerte.”
Pv 12, 28

Índice

Prólogo
I. El Reinado de la vida.
II. La conexión mística entre el hombre y toda la creatura.
III. Dios no nos ha legado comer carne y hacer sacrificios de los animales.
IV. La Eucaristía.
V. Jesús se manifestó no sólo ante los hombres, sino también ante los animales
VI. La comida de los apóstoles

Prólogo


¿Qué dice la Palabra de Dios sobre la alimentación humana? ¿De verdad que Dios ha permitido al hombre comer la carne de los animales, de las aves o del pescado?
La obra, escrita en forma de observaciones bíblicas que consisten en la sistematización, la recogida, el análisis y la síntesis de la Palabra de Dios respecto al dicho asunto, demuestra que los sacrificios de los que habla AT, son totalmente parabólicos y la alimentación con la carne desde el principio y para siempre fue claramente y numerosamente repudiada por Dios.
La misma se divide en siete partes. Después de un prólogo corto, sigue el primer capítulo nombrado “El Reinado de la vida”, que exhibe el excelente cuadro de la vida creada por Dios, según los relatos bíblicos y algunas fuentes extrabíblicas.
El segundo capítulo que se llama “La conexión mística entre el hombre y toda la creatura” es un abreviado esbozo teológico acerca del vínculo esencial entre Dios, el ser humano y el animal.
El tercer capítulo intitulado “Dios no nos ha legado comer carne y hacer sacrificios de los animales” reúne numerosos textos de la Sagrada Escritura, que atestiguan el repudio de Dios a los sacrificios carnales y al comer carne, revelando simultaniamente que todas las indicaciones del Antiguo Testamento respecto a los sacrificios y al comer carne son parabólicos.
El cuarto capítulo, “La Eucaristía”, a través del verdadero sentido de la misma demuestra lo absurdo de la creencia en que Jesucristo se alimentaba con la carne y el pescado.
Los capítulos quinto y sexto denominados respectivamente “Jesús se manifestó no sólo ante los hombres, sino también ante los animales” y “La comida de los apóstoles” están basados principalmente en los textos apócrifos que a pesar de ser rechazados por la Iglesia, a veces más corresponden a la lógica de los Antiguo y Nuevo Testamentos, que algunos fragmentos de los Evangelios canónicos, sin duda, con ciertos detalles ora alterados, ora omitidos.
La obra fue escrita con el objetivo de intentar a abrir los ojos de los hombres sobre el significado de la misericordia Divina y sus dimensiones y está dirigida tanto a los que eligieron la vida vegetariana como a todos aquellos a quienes interesa la Palabra de Dios respecto al asunto considerado. Sería interesante también para los teólogos.
El estilo utilizado corresponde al trabajo textológico.

 

 

I. El Reinado de la vida.


Todos saben que después de crear al hombre e instalarlo en el paraíso preparado de antemano, Dios le dijo:
“Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la faz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; para vosotros será de alimento”. (Gen 1, 29)
De ahí se ve que el alimento primordial del hombre fue vegetal, consistía de toda la hierba de semilla y de los frutos de los árboles.
Respecto a las otras creaturas su mandato fue:
“Y a todo animal terrestre, y a toda ave de los cielos y a toda sierpe de sobre la tierra, animada de vida, toda la hierba verde les doy de alimento.» Y así fue.” (Gen 1, 30)
Eso significa que el alimento natural de todo animal y ave de la tierra fue la hierba verde.
La conclusión que se desprende de lo citado es que el alimento primordial tanto de los hombres como de los animales fue vegetal. Así los había creado Dios. Así es su comida natural.
Lo mismo parte de la profecía de Isaías que, aunque se refiere a los tiempos venideros del reino milenario prometido por Cristo durante los cuales el diablo permanecerá atado, muestra el estado natural de las cosas en un mundo lleno de la conciencia Divina. Así dice:
“Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán sus crías, el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará llena de conocimiento de Yahveh, como cubren las aguas el mar.” (Is 11, 6-9)
Y en otro lugar:
“Lobo y cordero pacerán a una, el león comerá paja como el buey, Y la serpiente se alimentará de polvo, no harán más daño ni perjuicio en todo mi santo monte - dice Yahveh.” (Is 65, 25)
Semejantes comunicaciones encontramos también en la literatura apócrifa. Por ejemplo, en los Oráculos sibilinos que son considerados como un apócrifo del Antiguo Testamento, la profetisa habla de lo mismo como si dirigiéndose a una muchacha que personifica tanto la tierra como el cuerpo humano:
“Alégrate, muchacha, y regocíjate, pues te concedió el gozo de la eternidad aquel que creó el cielo y la tierra. En ti habitará y tuya será la luz inmortal. Los lobos y los corderos en los montes juntos comerán el pasto, los leopardos se alimentarán junto con los cabritos, los osos se albergarán con los terneros que viven de los pastos y el carnívoro león comerá paja en el pesebre como la vaca, y los niños, aun los más pequeños, los llevarán atados, pues hará inocuas a las fieras sobre la tierra. Las serpientes, junto con los áspides, dormirán con las criaturas y no les harán daño, pues la mano de Dios estará sobre ellas”. (p. 312; Libro III)
De los fragmentos presentados se desprende claramente que en el paraíso ni los animales, ni los hombres no hacían daño alguno ni entre sí mismos, ni unos a otros, y, consiguientemente, no comían carne. Aquellos de los animales a los cuales hoy llamamos carnívoros, en el paraíso se alimentaban de la hierba verde, es decir, eran herbívoros. La causa de tal paz entre toda la creatura fue y será la alianza con Dios. El Mismo lo testifica a través del profeta Oseas:
“Haré en su favor un pacto el día aquel con la bestia del campo, con el ave del cielo, con el reptil del suelo; arco, espada y guerra los quebraré lejos de esta tierra, y haré que ellos reposen en seguro.” (Os 2, 20)
La Sagrada Escritura promete que ese tiempo volverá. También lo dicen los padres de la Iglesia. Particularmente, Irineo de Lion, uno de los primeros padres de la Iglesia que vivió en el siglo II, escribe: “Y es necesario que una vez restaurada la creación según el plan original, todos los animales estén sujetos al hombre, que vuelvan a comer el alimento que el Señor les dio al principio, como cuando, antes de la desobediencia, estaban sujetos a Adán (Gén 1,26-28) y comían los frutos de la tierra (Gén 1,30) (Contra los herejes, lbr.V, cap.33 punto 4)
En el paraíso no hubo ni muerte, ni dolor. Consiguientemente, nadie, ni el hombre, ni los animales los experimentaban.
Como atestigua el apóstol Pedro en su Apocalipsis, en ese bendito tiempo (o en ese bendito lugar, o en ese bendito estado) que, sin duda, volverá, no se marchitaban hasta las plantas:
“Y el Señor me mostró una región muy grande fuera de este mundo, con luz extremadamente brillante, donde los rayos del sol iluminaban el ambiente; y la tierra era feraz, con brotes que nunca se marchitaban; y llena de especias y plantas siempre florecientes e incorruptibles, produciendo frutos benditos. Y había tanto perfume que el aroma llegaba incluso hasta nosotros.” (Apocalipsis de Pedro, 15-16)
Aunque ese Apocalipsis es considerado apócrifo, no contradice a la Sagrada Escritura e igual que algunos otros textos apócrifos revela o precisa el contenido de las comunicaciones bíblicas.
La abundancia de la que habla el apóstol, la señala también Irineo de Lion quien en la misma obra cita el siguiente relato acerca de los tiempos venideros del regreso al paraíso que los presbíteros habían oído de Juan, el discípulo del Señor:
«Llegarán días en los cuales cada viña tendrá diez mil cepas, cada cepa diez mil ramas, cada rama diez mil racimos, cada racimo diez mil uvas, y cada uva exprimida producirá 25 medidas de vino. Y cuando uno de los santos corte un racimo, otro racimo le gritará: ¡Yo soy mejor racimo, cómeme y bendice por mí al Señor! De igual modo un grano de trigo [1214] producirá diez mil espigas, cada espiga a su vez diez mil granos y cada grano cinco libras de harina pura. Lo mismo sucederá con cada fruto, hierba y semilla, guardando cada uno la misma proporción. Y todos los animales que coman los alimentos de esta tierra, se harán mansos y vivirán en paz entre sí, enteramente sujetos al hombre». (Irineo de Lion. Contra los herejes, lbr V, cap.33 punto 3)
Así, según la Sagrada Escritura, el estado natural de cada creatura - sea hombre o animal, o planta - por el designio de Dios es la vida eterna y feliz que no sabe ninguna carencia, ni enfermedad, ni muerte, ni cualquier otro peligro, mientras que el estado natural de la tierra es la abundancia inagotable.


II. La conexión mística entre el hombre y toda la creatura.



Si Dios es Aquel Quien en Su mente creó al hombre como imagen y semejanza Suya, entonces Dios es el Hombre verdadero. Y ya que Dios - el Hombre verdadero - abarca en Sí mismo todo el universo creado por El, también Su imagen terrenal debe contener en sí mismo las imágenes de todo el ser, es decir, debe ser responsable por todas las creaturas terrenales, porque al fin de cuentas ellos le componen. Dicho de otra manera, todo lo que hay en el hombre tiene su imagen en el mundo animal. El sentido y el significado de cada habitante del mencionado mundo animal corresponden a las distintas peculiaridades del hombre. Precisamente eso se revela en el hecho de que al crear al hombre en las personas de Adán y Eva, Dios les sometió todas las demás creaturas:
“Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.» (Gen 1, 28)
El Evangelio apócrifo de Felipe (punto 58) cita una interesante observación, que atribuye a Cristo, respecto al señorío del hombre sobre los animales. Nuevamente no tenemos motivo alguno para desconfiar a la lealtad de este fragmento que no contradice a la lógica de los Evangelios canónicos. En el se dice:
“La superioridad del hombre no es patente, sino oculta. Por eso domina las bestias que son más fuertes que él y de gran tamaño —tanto en apariencia como realmente— y les proporciona su sustento. Mas cuando se separa de ellas, éstas se matan unas a otras y se muerden hasta devorarse mutuamente por no hallar qué comer. Mas ahora —una vez que el hombre ha trabajado la tierra— han encontrado su sustento.”
De ahí se concluye que cuando el hombre vive en la conciencia Divina, es decir, cuando en él habita el Espíritu Santo de Dios, también todo el mundo se hunde en la conciencia Divina y todo se somete al hombre como a Dios. Es por eso que dice el apóstol: “Toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos pueden ser domados y de hecho han sido domados por el hombre.” (St 3, 7)
Mas cuando el hombre se aparta de la conciencia Divina, todo el mundo pierde el amor que unía a toda la creatura y se hace salvaje.
Ciertamente, como atestiguan los fragmentos presentados, en el paraíso toda la creatura estuvo sometida al hombre mientras que él mismo fue “sometido” a Dios. Por eso el hombre, siendo imagen y semejanza divina, gobernaba sobre el resto de las creaturas, como lo hacia sobre su propia naturaleza carnal, es decir, sometía a los animales, como sometía los instintos de su propia carne que fue hecha de la misma tierra que la de los animales. Dios y el hombre formaban uno. Uno, a su vez, formaban el hombre y toda la creatura. En otros términos, el hombre verdadero se revela en la unión con el Creador, y cuando se revela así, la unión con la creatura se realiza automáticamente. Al mismo tiempo el Creador y el hombre se relacionan entre sí conformemente como el principio masculino y el femenino que por la idea de Dios deben formar - y formaban en los tiempos inmemoriales - un ser. Esa unión que se realiza por el Espíritu Santo, sumerge a toda la creatura en armonía, es decir, es el fundamento de la vida de todos los que la forman, porque el hombre y el mundo animal también se relacionan entre sí conformemente como el principio masculino y el femenino o como el de la razón y el de la voluntad actuando en común acuerdo.
De ahí se puede concluir que en la subconciencia humana se esconde el amor a Dios, mientras que en la de los animales yace el amor al hombre, que les hace a imitarlo. [Observándolos podemos notar la atención con que las miradas de las mascotas siguen al hombre, para repetir después sus acciones, aunque los hombres comunes pocas veces se dan cuenta de eso. No son así los amos de las mascotas o de las fieras domadas. Ellos saben bien esa peculiaridad de sus animales. Hoy en el Internet circulan numerosos vídeo-clips donde los animales fueron filmados imitando las acciones de los hombres. Son los elefantes-pintores, es, el perrito Bazuka patinando en skateboard por las calles de Tokio, es el perro surfingista experto, que fue el objeto principal de la atención publica en el campeonato internacional de surfing en Brasil, es el ya famoso loro rock-star y muchos, muchos otros animales, aves, etc.]
Pero el hombre cayó, es decir, la creatura se apartó del Creador, el principio femenino, del principio masculino. La unión se resultó rota. Por eso la caída del hombre provocó la maldición de la tierra. Como dijo Dios: “maldito sea el suelo por tu causa.” (Gen 3, 17) Eso significa que todo lo que vive en la tierra está maldito: todo lo que estaba en la posesión del hombre y que le fue “sometido” a él, se rebeló contra él. De hecho, él se rebeló contra sí mismo: como en la unión mencionada el principio masculino corresponde a la cabeza y el de la mujer, al cuerpo, lo ocurrido se puede comparar con la rebelión del cuerpo contra la cabeza que da alimento a todo el cuerpo proporcionándole todo lo que necesita para la vida. Mas el cuerpo de haber perdido la cabeza comienza absorber a sí mismo. Por eso cuando en el Génesis se dice: “Y le echó Yahveh Dios del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde habiá sido tomado” (3, 23), eso significa que le echó para que domara su carne o su cuerpo hecho de tierra, como debe domar a los animales. La “tierra” (o el cuerpo) cultivada es la tierra dócil, armónica, mientras que la inculta no tiene dueño y es salvaje. Por esa causa cuando el hombre está ausente, es decir, está ausente la cabeza, entonces los fuertes del cuerpo comienzan a matar y comer a los débiles, o en otros términos, el cuerpo comienza su autodestrucción y en la vida entra la muerte. Cuando Cristo dice respecto a los animales: “Mas ahora —una vez que el hombre ha trabajado la tierra— han encontrado su sustento”, se refiere a Su presencia, es decir, a la presencia del Hombre verdadero, que siendo la verdadera cabeza del cuerpo, puede proveer tanto la armonía en la Creación como la inmortalidad de toda la creatura. En el Evangelio de pseudo-Mateo hay relatos que muestran cómo en la presencia de Cristo se domaban y se alegraban incluso las fieras más salvajes. He ahí un fragmento de estos:
“Jesús salió de la caverna, y los leones viejos lo precedían, y los leoncillos jugaban a sus pies.
Los parientes de Jesús se mantenían a distancia, con la cabeza baja, y miraban. El pueblo permanecía también alejado, a causa de los leones, y no osaba unirse a ellos. Entonces Jesús dijo al pueblo: ¡Cuánto más valen las bestias feroces, que reconocen a su Maestro, y que lo glorifican, que vosotros, hombres, que habéis sido creados a imagen y semejanza de Dios, y que lo ignoráis! Las bestias me reconocen, y se amansan. Los hombres me ven, y no me conocen.
Luego Jesús atravesó el Jordán con los leones, a la vista de todos, y el agua del Jordán se separó a derecha e izquierda. Entonces dijo a los leones, de forma que todos lo oyeran: Id en paz, y no hagáis daño a nadie, pero que nadie os enoje hasta que volváis al lugar de que habéis salido”. (XXXV-XXXVI)
“Dios creó al hombre para la incorruptibilidad,” se dice en las Sabidurías, “le hizo imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen.” (Sab 2, 23-24)
La experimenta también la tierra. Antes floreciente y paradisíaca, después de la caída del hombre se empobreció tanto que no sólo el hombre, sino también todos los animales se vieron obligados a conseguir su alimentación con grandes dificultades. Antes llena de abundancia, ahora la tierra se convirtió en un desierto. Justamente así - desierto - lo llama Dios a la tierra, donde habita el hombre. De este modo, el hombre lanzó a sí mismo y a todo el mundo a la lucha por la supervivencia, concitó una hostilidad recíproca sobre todo el ser vivo e indispuso contra sí mismo a muchos de los animales.
Muy interesantes datos respecto a estos acontecimientos fatales se puede encontrar en los textos apócrifos del Antiguo Testamento, algunos de los cuales, como ya he notado, bien corresponden a la lógica de los textos canónicos. Uno de estos es el “Libro de los jubileos,” que nos cuenta, entre otras cosas, por qué y cuando los hombres y los animales comenzaron a comerse mutuamente:
“Cuando los hijos de los hombres”, se dice en el, “comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra y tuvieron hijos, vieron los ángeles del Señor (...) que eran hermosas de aspecto. Tomaron por mujeres a las que eligieron entre ellas, y les parieron hijos, que fueron los gigantes. Creció entonces la iniquidad sobre la tierra, y todos los mortales corrompieron su conducta, desde los hombres hasta los animales, bestias, aves y reptiles. Todos corrompieron su conducta y norma, empezaron a devorarse mutuamente, creció la iniquidad sobre la tierra y los pensamientos conscientes de todos los hijos de los hombres eran malvados siempre.” (El libro de los jubileos, 5, 1-2)
Eso significa que no sólo los hombres, sino también los animales perdieron su imagen primordial. Y el siguiente fragmento del mismo libro nos hace concluir que, de hecho, el ejemplo fue dado por el hombre y los animales sólo reflejaron las acciones humanas como en el espejo:
“Por estas tres causas ha ocurrido el diluvio sobre la tierra, por la fornicación que cometieron los custodios con las hijas de los hombres, contra lo que se les había ordenado. Tomaron por mujeres a cuantas escogieron entre ellas, cometiendo la primera impureza, y tuvieron hijos gigantes, todos ellos descomunales, que se devoraban unos a otros: un titán mataba a un gigante, un gigante mataba a un jayán, éste al género humano, y los hombres, unos a otros. Todos pasaron a cometer iniquidad y derramar mucha sangre, llenándose la tierra de maldad. Luego pecaron con todas las bestias, aves, reptiles y sabandijas, derramándose mucha sangre sobre la tierra, pues el pensamiento y la voluntad de los hombres concebían error y maldad constantemente. El Señor destruyó todo de la faz de la tierra a causa de sus malas acciones y por la sangre derramada en ella.” (Libro de los jubileos, 6, 21-25)
De lo mismo leemos también en el Libro apócrifo de Enoc, que, evidentemente, sirvió como una de las fuentes en la base de las cuales se formó la Biblia. Veremos los detalles que nos proporciona este libro acerca de los gigantes (o titanes) que nacieron de los ángeles y los hombres:
“Quedaron embarazadas de ellos,” se dice en el, “y parieron gigantes de unos tres mil codos de altura que nacieron sobre la tierra y conforme a su niñez crecieron; y devoraban el trabajo de todos los hijos de los hombres hasta que los humanos ya no lograban abastecerles. Entonces, los gigantes se volvieron contra los humanos para matarlos y devorarlos; y empezaron a pecar contra todos los pájaros del cielo y contra todas las bestias de la tierra, contra los reptiles y contra los peces del mar y se devoraban los unos la carne de los otros y bebían sangre. (Libro de Enoc, cap 7, 2-5)
Así pues, el hecho de que los animales se maten mutuamente y se coman no es la ley de la naturaleza, como suele interpretarse, sino es la consecuencia de la violación de la ley fundamental de la vida, cometida por el hombre a quien estaban sometidos todos los otros seres de la tierra. Y bajo este punto de vista se aclara también el significado de las siguientes palabras:
“Fuego y granizo, hambre y muerte,
para el castigo ha sido creado todo esto.
Y dientes de fieras, escorpiones, víboras
Y espada vengadora para la perdición del impío.”
(Si 39, 29-30)
- así, Sitácida expresó el significado del ocurrido, relacionando, figuradamente, todas las desgracias a las que padeció el mundo, con la venganza de Dios. Aunque en realidad no es la cuestión de la venganza - ya que el Amor de Dios no la sabe -, sino la capacidad destructora del pecado, la anormalidad del estado de la separación de Dios en lo que ha caído el mundo, cuando sufre tanto el hombre - que, prácticamente, ha dado las espaldas a la vida - como toda la creatura que habita la tierra: “(¿Hasta cuándo estará de luto la tierra y la hierba de todo el campo estará seca? Por la maldad de los que moran en ella han desaparecido bestias y aves.) Porque han dicho: «No ve Dios nuestros senderos.»” – lamenta el profeta Jeremías (12, 4), subrayando que la culpa por los sufrimientos del ser humano y del animal está en el hombre del cual depende también la liberación tanto su propia como la de las otras creaturas. Por eso los ojos de todo animal están dirigidos a los hombres en una espera subconsciente de su transformación. Como dice el apóstol Pablo:
“Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo.” (Rom 8, 19-23)
Así, la creatura fue sometida a la vanidad no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, porque, como hemos visto, primero pecó el hombre y sólo después el resto de las creaturas. Como consecuencia de este pecado los animales perdieron la capacidad de hablar que tenían en el paraíso, pues sabemos, que la serpiente habló con Eva.
“Y en el día en que salió (Adán) del Jardín”, cuenta el apócrifo mencionado, “En aquel día quedaron mudos las bocas de todas las bestias, animales, pájaros, sabandijas y reptiles, pues hablaban todos, unos con otros, en un mismo lenguaje e idioma. Dios expulsó del Jardín del Edén a todo mortal que allí había: todos fueron dispersados, según sus especies y naturaleza, hacía el lugar que se les había creado. Pero sólo a Adán permitió cubrir sus vergüenzas y no se descubran, como hacen los gentiles. (El libro de los jubileos, 3, 27-31)
Así que, cuando Dios dejó mudas las bocas de los animales, todo lo que ellos podrían o desearían decir se concentró en sus miradas. Y por eso antes de considerarlos carnívoros por la naturaleza o antes de matar y comer a los herbívoros, mira, hombre, a sus ojos y recuerda todo lo que aquí fue dicho, recuerda que reflejan tu propia naturaleza e, igual que tu, esperan la paz y felicidad; que también ellos llevan en su alma la imagen de aquel tiempo feliz, la añoranza por aquel ser hermoso, cuya parte se sentían y quien, aunque, como hoy, se llamaba “hombre”, con el presente no tenía nada que ver.

 

III. Dios no nos ha legado comer carne y hacer sacrificios de los animales.

Ya he dicho sobre la alimentación de los hombres y animales en el paraíso. Pero ¿qué precepto dio Dios al hombre después de la caída de éste? Ya en las circunstancias nuevas sobre la tierra empobrecida El dijo al hombre:
“Con fatiga sacarás (...) el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás.»” (Gen 3, 17-19)
Notemos aquí que después de haber expulsado al hombre del paraíso Dios le deja el mismo alimento vegetal – “y comerás la hierba del campo” – aunque ahora éste debía conseguirlo “con el sudor de su rostro”, es decir, con las dificultades. Y evidentemente no sólo el hombre, sino también los animales fueron condenados a lo mismo. Significa que toda la creatura se privó de la abundancia paradisíaca y debía luchar por sobrevivir, en soledad buscando su alimentación.
Después del diluvio nuevamente enseñándolo al hombre cómo debe alimentarse, Dios le dice:
“Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba verde. Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre” (Gen 9, 3).
Se cree que esas palabras de Dios significan permiso de comer carne, pues ha dicho: “Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento”.
Entretanto es perfectamente evidente que bajo del todo que se mueve y tiene vida sobreentiende todo lo que crece como la hierba verde, porque en seguida, para evitar que el hombre interprete mal lo dicho y coma carne, Dios añade: “Sólo dejaréis de comer la carne con su alma es decir, con su sangre.” Y aunque parezca extraño, esa clara prohibición de comer la carne y la sangre se interpreta por la gente, exactamente a la inversa.
Es sorprendente, cómo las personas saben alterar las ideas de Dios ajustándolas según sus deseos y convencer a sí mismas en la justeza de lo que quieren y de lo que no piensan desistir. Esta directa prohibición de comer carne el hombre divide en dos partes: en la primera parte ve un permiso de comerla, aunque no puede negar la prohibición de comer la sangre en segunda parte. Y con eso no piensa que es imposible separar toda la sangre de la carne. Interpretar las palabras de Dios de esta manera significaría, además, olvidar que Dios no cambia Sus mandamientos y no cede ante el pecado de los hombres y también lo que es más importante, las siguientes palabras del apóstol: “Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres convienen en lo mismo”. Eso es lo que ha reunido Dios tanto en los hombres como en cada animal, ave, pez, etc; eso es lo que El ha prohibido separar y eso es lo que había separado Satanás.
Por la crueldad de su corazón el hombre cierra los ojos para no ver la verdad que no le gusta y con todas sus fuerzas se convence que lo que él quiere, quiere también Dios.
Del mismo modo él entiende los sacrificios que le exige Dios. En Éxodo y en Levítico se describe un todo ritual de los sacrificios animales que, sin duda ninguna, deberíamos entender simbólicamente, porque después por la boca de los profetas Dios Mismo reprocha a Sus hijos del mal entendimiento de los sacrificios, diciendo:
“Aunque yo escriba para él las excelencias de mi ley, por cosa extraña se las considera. Ya pueden ofrecer sacrificios en mi honor, y comerse la carne! Yahveh no los acepta; ahora recordará sus culpas y visitará sus pecados: ellos volverán a Egipto.” (Os 8, 12-13)
Está muy claro: Dios no quiere que coman carne y hagan sacrificios de los animales en Su honor, ya que haciendo así vuelven a Egipto de donde El los había sacado, es decir, nuevamente caen en el pecado. Lo repite muchas veces por la boca de todos los profetas. He ahí como lo hace a través de Isaías:
«¿A mí qué, tanto sacrificio vuestro? - dice Yahveh. - Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo de cebones; y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada, cuando venís a presentaros ante mí. ¿Quién ha solicitado de vosotros esa pateadura de mis atrios? No sigáis trayendo oblación vana: el humo del incienso me resulta detestable. Novilunio, sábado, convocatoria: no tolero falsedad y solemnidad. Vuestros novilunios y solemnidades aborrece mi alma: me han resultado un gravamen que me cuesta llevar. Y al extender vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros. Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo. Vuestras manos están de sangre llenas” (Is 1, 11-15)
o a través de Jeremías:
“Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel.
Añadid vuestros holocaustos a vuestros sacrificios y comeos la carne. Que cuando yo saqué a vuestros padres del país de Egipto, no les hablé ni les mandé nada tocante a holocausto y sacrificio” (Jer 7, 21-22).
No se puede decir más claro: en el día, cuando los sacó del Egipto, no les mando ni comer carne, ni hacer sacrificios carnales. Incluso muestra al hombre lo absurdo de sus holocaustos y ofrecimientos carnales, diciendo:
“No tengo que tomar novillo de tu casa,
ni machos cabríos de tus apriscos.
«Pues mías son todas las fieras de la selva,
las bestias en los montes a millares;
conozco todas las aves de los cielos,
mías son las bestias de los campos.
«Si hambre tuviera, no habría de decírtelo,
porque mío es el orbe y cuanto encierra.
¿Es que voy a comer carne de toros,
o a beber sangre de machos cabríos?
(Salm 50, 9-13)
Ciertamente, ¿acaso todo lo que hay en el mundo y lo que el hombre ofrece a Dios no le pertenece al Creador? ¿Acaso necesita nuestro Señor que el hombre le ofrezca lo que no le pertenece sino pertenece al El mismo? ¿Acaso creó Dios a todo animal para comer la carne de Sus creaturas y beber su sangre? El Mismo dice que tipo de sacrificios quiere:
“Lo que les mandé fue esto otro:”, continúa Dios hablando a través de Jeremías, “«Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, y seguiréis todo camino que yo os mandare, para que os vaya bien.» (Jer 7, 23)
También en salmos:«Sacrificio ofrece a Dios de acción de gracias, cumple tus votos al Altísimo” (Salm 50, 14)
Es decir, quiere sacrificios espirituales: el cumplimiento de las promesas y no los ofrecimientos carnales. Lo mismo repite por la boca del profeta Oseas:
“Yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos” (6, 6);
Y también, cuando el profeta Miqueas pregunta a sí mismo:
“- « ¿Con qué me presentaré yo a Yahveh, me inclinaré ante el Dios de lo alto? ¿Me presentaré con holocaustos, con becerros añales? ¿Aceptará Yahveh miles de carneros, miríadas de torrentes de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi delito, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?»”, - el Señor le responde:
“- «Se te ha declarado, hombre, lo que es bueno, lo que Yahveh de ti reclama: tan sólo practicar la equidad, amar la piedad y caminar humildemente con tu Dios.» (Miq 6: 6-8)
Pero ¿cómo, entonces, explicar la descripción detallada de las reglas de los sacrificios que leemos en el Pentateuco de Moisés?
La explicación, como ya he dicho, es única: estas reglas son totalmente simbólicas, vinculadas con la conexión mística entre el hombre y el resto de la creatura. Para convencernos en esto, reflexionemos, por ejemplo, sobre las siguientes palabras del profeta:
“Ofrecerás cada día en holocausto a Yahveh un cordero de un año sin defecto: lo ofrecerás cada mañana.” (Ezeq 46, 13)
Es obvio que nadie puede diariamente ofrecer en holocausto un cordero de un año y sin mancha alguna. Pues año tiene 365 días, lo que significaría que el creyente 365 días seguidos debería tener tal cordero, siempre de un año y siempre sin mancha. Y eso es imposible incluso si no consideremos la estricta periodicidad de la reproducción de los animales y el bienestar desigual de los hombres.
Entonces ¿qué quiere decir aquí Dios? En el idioma de la eternidad el animal significa un cierto estado o cualidad de hombre, y cuando Dios pide sacrificios, refiere a los sacrificios espirituales, es decir, quiere que el hombre le sacrifique sus desordenados deseos carnales. El cordero, por ejemplo, representa un símbolo de candor y humildad, los que, a los ojos de Dios, son las cosas más valiosas que puede tener el hombre. Eso significa que el hombre debe cada mañana recibir a Dios permaneciendo tan puro y humilde como lo es un cordero de un año. Justamente en eso consiste el verdadero holocausto y el verdadero sacrificio que requiere la represión de parte del hombre de sus instintos carnales, es decir, requiere que el hombre degüelle simbólicamente su propia carne y queme sus propios pecados. Este es el sacrificio que debe repetirse diariamente. De hecho, sobre los sacrificios propios a los hijos de Dios nos informa el libro apócrifo “Los Testamentos de los doce patriarcas”:
“Ofrecen al Señor un sacrificio de suave olor, una ofrenda razonable y sin sangre” (Testamento de Leví 3, 6)
Dice “sin sangre” y prestemos atención que son las palabras de Liví, a cuyos hijos fue dada la ley del sacerdocio (Levítico), que se refería al oficio divino y a los sacrificios. Esas palabras atestiguan muy claramente que la comprención de la ley con el tiempo fue tergiversada y la misma ley comenzó a entenderse carnalmente.
La restauración del sentido olvidado viene con la llegada de Cristo.
“También vosotros”, dice el apostol Pedro, “cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales,” (1 Pedro 2, 5)
La mala interpretación de los sacrificios se convierte en una desgracia para el hombre. He ahí como lo dice Dios:
“mas lo que hubo fue jolgorio y alegría, matanza de bueyes y degüello de ovejas, comer carne y beber vino (...) Entonces me reveló al oído Yahveh Sebaot: «No será expiada esa culpa hasta que muráis» - ha dicho el Señor Yahveh Sebaot”. (Is 22, 13-14)
Y en otro lugar:
“Se inmola un buey, se abate un hombre, se sacrifica una oveja, se desnuca un perro, se ofrece en oblación sangre de cerdo, se hace un memorial de incienso, se bendice a los ídolos. Ellos mismos eligieron sus propios caminos y en sus monstruos abominables halló su alma complacencia.
También yo elegiré el vejarlos y sus temores traeré sobre ellos, por cuanto que llamé y nadie respondió, hablé y no escucharon, sino que hicieron lo que me parece mal y lo que no me gusta eligieron.” (Is 66, 3-4)
Prestemos atención a los primeros dos renglones del fragmento: “Se inmola un buey, se abate un hombre, se sacrifica una oveja, se desnuca un perro.” Estas palabras nos apuntan que cuando Dios dijo al hombre “No matarás”, no sólo refería a los hombres, sino a cualquier ser vivo, cualquier animal, ave, etc. El resto de los renglones hacen recordar los siguientes acontecimientos que tuvieron lugar a lo largo de los “cuarenta” años en el desierto, a donde Dios condujo a sus hijos después de la salida de Egipto. Cuando los israelitas comenzaron a quejarse por la ausencia de la carne y del pan, diciendo: “« ¡Ojala hubiéramos muerto a manos de Yahveh en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta hartarnos! Vosotros nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea.»” (Ex 16, 2-3), entonces Dios les mandó la mana celestial: “Aquella misma tarde”, se relata en el Éxodo, “vinieron las codornices y cubrieron el campamento; y por la mañana había una capa de rocío en torno al campamento. Y al evaporarse la capa de rocío apareció sobre el suelo del desierto una cosa menuda, como granos, parecida a la escarcha de la tierra. Cuando los israelitas la vieron, se decían unos a otros: «¿Qué es esto?» Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: «Este es el pan que Yahveh os da por alimento.” (Ex 16, 13-15)
Pero los israelitas no se contentaron sólo con el maná y volvieron a quejarse. Y he ahí cómo les respondió Dios:
“...«Y al pueblo le dirás: Santificaos para mañana, que vais a comer carne, ya que os habéis lamentado a oídos de Yahveh, diciendo: "¿Quién nos dará carne para comer? Mejor nos iba en Egipto." Pues Yahveh os va a dar carne, y comeréis. No un día, ni dos, ni cinco, ni diez ni veinte la comeréis, sino un mes entero, hasta que os salga por las narices y os dé náuseas, pues habéis rechazado a Yahveh, que está en medio de vosotros, y os habéis lamentado en su presencia, diciendo: ¿Por qué salimos de Egipto?»....
Se alzó un viento, enviado por Yahveh, que hizo pasar codornices del lado del mar, y las extendió sobre el campamento, en una extensión de una jornada de camino a uno y otro lado alrededor del campamento, y a una altura de dos codos por encima del suelo. El pueblo se dedicó todo aquel día y toda la noche y todo el día siguiente a capturar las codornices. El que menos, reunió diez modios, y las tendieron alrededor del campamento. Y todavía tenían la carne entre los dientes, todavía la estaban masticando, cuando se encendió la ira de Yahveh contra el pueblo, y lo hirió Yahveh con una plaga muy grande. Se llamó a aquel lugar Quibrot Hattaavá, porque allí sepultaron a la muchedumbre de glotones.” (Números 11, 18-20,31-34)
No puede ser más claro. Eso fue una indicación más de Dios que el alimento no debe ser carnal, porque cualquier asesinato es un testimonio del desamor y lleva en sí el germen del odio. Por eso se dice en los Proverbios:
“Más vale un plato de legumbres, con cariño,
que un buey cebado, con odio” (Prov 15, 17)
Pero los hijos de Dios en su ceguera no lo escucharon y continuaron ofrecerle sacrificios sangrientos y comer carne convirtiendo así su comida, por la expresión del profeta, en el “pan de duelo”:
“No harán a Yahveh libaciones de vino,
ni sus sacrificios le serán gratos:
cual pan de duelo será para ellos,
cuantos lo coman se harán impuros;
pues su pan será para ellos solos,
no entrará en la Casa de Yahveh.” (Os 9, 4)
También es porque ellos, además de otras cosas, cambiaron “el pan de Dios” por la carne y olvidaron el legado de su Padre.
La indignación e ira de Dios por la matanza de los animales para comer su carne se ve también de sus siguientes palabras pronunciadas por la boca del profeta Ezequiel, y aunque son largas, vale la pena presentarlas:
“Compón una parábola sobre esta casa de rebeldía. Les dirás: Así dice el Señor Yahveh: Arrima la olla al fuego, arrímala, y echa agua en ella. Amontona dentro trozos de carne, todos los trozos buenos, pierna y espalda. Llénala de los huesos mejores. Toma lo mejor del ganado menor. Apila en torno la leña debajo, hazla hervir a borbotones, de modo que hasta los huesos se cuezan. Porque así dice el Señor Yahveh: ¡Ay de la ciudad sanguinaria, olla toda roñosa, cuya herrumbre no se le va! ¡Vacíala trozo a trozo, sin echar suertes sobre ella! Porque su sangre está en medio de ella, la ha esparcido sobre la roca desnuda, no la ha derramado en la tierra recubriéndola de polvo. Para que el furor desborde, para tomar venganza, he puesto yo su sangre sobre roca desnuda, para que no fuera recubierta. Pues bien, así dice el Señor Yahveh: ¡Ay de la ciudad sanguinaria! También yo voy a hacer un gran montón de leña. Apila bien la leña, enciende el fuego, cuece la carne a punto, prepara las especias, que los huesos se abrasen. Y mantén la olla vacía sobre las brasas, para que se caliente, se ponga al rojo el bronce, se funda dentro de ella su suciedad, y su herrumbre se consuma. Pero ni por el fuego se va la herrumbre de la que está roñosa. De la impureza de tu inmoralidad he querido purificarte, pero tú no te has dejado purificar de tu impureza. No serás, pues, purificada hasta que yo no desahogue mi furor en ti. Yo, Yahveh, he hablado, y cumplo la palabra: no me retraeré, no tendré piedad ni me compadeceré. Según tu conducta y según tus obras te juzgarán, oráculo del Señor Yahveh” (Ezeq 24: 3-14).
Así Dios nos advierte que nuestra conducta volverá hacia nosotros como un bumerangue. ¡Recuerden esas palabras al comer carne!
Conformemente con los presentados textos canónicos, también los “Oráculos sibilinos” condenan los sacrificios sangrientos. Por ejemplo, hablando, aparentemente, de los hombres del venidero Reino milenario de Dios, la sibila destaca: “Ellos se negarán a ver toda clase de templos y altares, edificaciones sin sentido de piedras mudas, mancilladas por la sangre de animales y por los sacrificios de cuadrúpedos; dirigirán su mirada hacia la gran gloria del único Dios...” (p.314 - Libro IV)
Refiriéndose a los sacrificios gratos para el Creador, que El espera de nosotros, ella proclama tras los profetas del Antiguo Testamento:
“Harás sacrificios a Dios inmortal, grande y excelso; no fundirás el grano de incienso en el fuego ni degollarás con el cuchillo al cordero velludo, sino que, junto con todos aquellos que llevan tu sangre, cogerás unas aves salvajes y, entre plegarias, las dejarás partir, elevando los ojos al cielo; verterás agua en el fuego puro a la vez que exclamarás así: “Igual que el Padre te engendró como Palabra, así solté yo un ave, veloz Palabra, mensajera de palabras, mientras con aguas santas salpiqué tu bautismo, mediante el cual surgiste del fuego”. (p. 341, Libro VII)
En otro lugar aconseja:
“Rechaza los anteriores preceptos y límpiate de su sangre, pues él no se aplaca con tus cantos ni tus plegarias, ni atiende a tus sacrificios perecederos, él, que es imperecedero; preséntale un himno santo surgido de inteligentes bocas y aprende quién es él, y entonces verás al creador”. (p. 355; libro VIII)
También por la boca de sibila Dios una vez más expresa toda su aversión hacia los sacrificios sangrientos:
...pues queman carnes y huesos llenos de médula cuando sacrifican en sus altares y vierten sangre para las divinidades y encienden candiles para mí, que soy el que da la luz, y ellos, mortales, me hacen libaciones de vino como si fuera un dios sediento, borrachos para nada por ídolos inútiles. No necesito de vuestros sacrificios o vuestra libación, ni la grasa maldita, ni la sangre abominable, pues éstan son las ofrendas que harán para recuerdo de reyes y tiranos a sus espíritus, ya muertos, como si fueran seres celestiales, realizando así un rito impío y pernicioso....El hombre es mi imagen dotada de recta razón. Dispón para él tú una mesa limpia e insangüe, repleta de bienes, y da pan al hambriento, bebida al sediento y vestidos para el cuerpo desnudo: proporciónaselo de tu propio esfuerzo con manos puras”. (p. 357, Libro VIII)
Sibila cita asimismo las palabras de los verdaderos fieles que renuncian los sacrificios carnales reemplazándolos por los espirituales:
“...ni nos permitimos enviar gozosos por la compensación, sangre del degüello de ovejas a las libaciones en que se sacrifican toros, como expiación del castigo terreno, ni osamos mancillar el resplandor del éter con el grasiento humo que sale de la pira carnívora, ni con impuras exhalaciones; por el contrario, gozándonos con puros pensamientos, con ánimo cordial, inagotable amor y manos llenas de dones, gratos salmos y divinos cantos, estamos llamados a elevar nuestro himno sin fin y sin falsedad a ti, Dios creador de todo, de profunda sabiduría”. (p. 360, Libro VIII)
Lo que Dios, de verdad - incluso después del diluvio -, no le permitió al hombre comer carne asignándole sólo los vegetales, manifiesta también el hecho que para mandar a Sus profetas revelaciones, exige que no coman carne y se alimenten sólo de las plantas. Así, dice Dios a Ezdras: “Y tú si perseveras otros siete días, mas sin ayunar durante ellos, irás a los floridos campos donde no hay casa edificada, y sólo comerás flores del campo, y no probarás carne ni beberás vino, sino flores. Ora al Altísimo sin cesar, y vendré y hablaré contigo. Y fui, como me dijo, al campo que se llama Ardath, y me senté entre flores; y comí de las hierbas del campo, y me sacié de ese alimento.” (IV Ezdr 9, 23-26)
Desde este punto de vista es interesante el siguiente relato bíblico sobre las preferencias de los hijos de Yoaquin rey de Judá:
“El año tercero del reinado de Yoyaquim, rey de Judá, Nabucodonosor, rey de Babilonia, vino a Jerusalén y la sitió. El Señor entregó en sus manos a Yoyaquim rey de Judá, así como parte de los objetos de la Casa de Dios. El los llevó al país de Senaar y
depositó los objetos en la casa del tesoro de sus dioses. El rey mandó a Aspenaz, jefe de sus eunucos, tomar de entre los israelitas de estirpe real o de familia noble, algunos jóvenes, sin defecto corporal, de buen parecer, instruidos en toda sabiduría, cultos e inteligentes, idóneos para servir en la corte del rey, con el fin de enseñarles la escritura y la lengua de los caldeos. El rey les asignó una ración diaria de los manjares del rey y del vino de su mesa. Deberían ser educados durante tres años, después de lo cual entrarían al servicio del rey. Entre ellos se encontraban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, que eran judíos. El jefe de los eunucos les puso nombres nuevos: Daniel se llamaría Beltsassar, Ananías Sadrak, Misael Mesak y Azarías Abed Negó. Daniel, que tenía el propósito de no mancharse compartiendo los manjares del rey y el vino de su mesa, pidió al jefe de los eunucos permiso para no mancharse.
Dios concedió a Daniel hallar gracia y benevolencia ante el jefe de los eunucos. Pero el jefe de los eunucos dijo a Daniel: «Temo al rey, mi señor; él ha asignado vuestra comida y vuestra bebida, y si llega a ver vuestros rostros más macilentos que los de los jóvenes de vuestra edad, expondríais mi cabeza a los ojos del rey.» Daniel dijo entonces al guarda a quien el jefe de los eunucos había confiado el cuidado de Daniel, Ananías, Misael y Azarías: «Por favor, pon a prueba a tus siervos durante diez días: que nos den de comer legumbres y de beber agua; después puedes comparar nuestro aspecto con el de los jóvenes que comen los manjares del rey, y hacer con tus siervos con arreglo a lo que hayas visto». Aceptó él la propuesta y les puso a prueba durante diez días.
Al cabo de los diez días se vio que tenían mejor aspecto y estaban más rollizos que todos los jóvenes que comían los manjares del rey. Desde entonces el guarda retiró sus manjares y el vino que tenían que beber, y les dio legumbres.”
(Dan 1, 1-16)
Así, Dios por todos los medios deja saber a sus hijos, cómo deben alimentarse, les comunica que la comida habitual, incluso los manjares de la mesa real, manchan al hombre y que la misma debe ser vegetal. También en el siguiente fragmento Dios no solamente reprende junto con otros pecados el consumo de la carne, sino lo atribuye a los pecados mortales sea quien sea que lo cometa. Así dice a los que se creen sus hijos, pero no cumplen sus preceptos:
“Entonces, la palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: Hijo de hombre, los que habitan esas ruinas, en el suelo de Israel, dicen: «Uno solo era Abraham y obtuvo en posesión esta tierra. Nosotros somos muchos; a nosotros se nos ha dado esta tierra en posesión.»
Pues bien, diles: Así dice el Señor Yahveh: Vosotros coméis con sangre, alzáis los ojos hacia vuestras basuras, derramáis sangre, ¡y vais a poseer esta tierra! Confiáis en vuestras espadas, cometéis abominación, cada cual contamina a la mujer de su prójimo, ¡y vais a poseer esta tierra! Les dirás: Así dice el Señor Yahveh: Por mi vida, que los que están entre las ruinas caerán a espada, a los que andan por el campo los entregaré a las bestias como pasto, y los que están en las escarpaduras y en las cuevas morirán de peste. Convertiré esta tierra en soledad desolada, y se acabará el orgullo de su fuerza. Los montes de Israel serán devastados y nadie pasará más por ellos. Y se sabrá que yo soy Yahveh, cuando convierta esta tierra soledad desolada, por todas las abominaciones que han cometido.” (Ezeq 33, 23-29)
Los profetas anuncian que llegará el día del castigo para el hombre por todas las violencias que ha hecho, incluso por la matanza de los animales:
“Pues la violencia hecha al Líbano te cubrirá”, dice Dios por la boca del profeta Habacuc, “y la matanza de los animales te aterrará, (por la sangre del hombre y la violencia a la tierra, a la ciudad y a todos los que la habitan) (2, 17).
De lo mismo dice por la boca del profeta Zacarías:
“Porque hasta estos días no había paga para los hombres ni paga para el ganado;
paz ninguna había, a causa del enemigo, para el que salía y entraba, y yo había dado rienda suelta a todos los hombres unos contra otros.” (Zac 8, 10)
Al contrario, a los que se preocupan por los animales Dios los llama dichosos:
“Dichosos vosotros, que sembraréis cabe todas las corrientes, y dejaréis sueltos el buey y el asno” (Is 32, 20)
Que el desvelo por los animales es de agrado de Dios lo atestigua también la siguiente parábola: “El justo se cuida de su ganado, pero las entrañas de los malos son crueles.” (Parab 12, 10)


IV. La Eucaristía.

A pesar de todo esto, los hombres suelen considerar la palabra de Dios desde el punto de vista carnal y no espiritual y justifican la matanza universal de los animales como la ley “natural”. Los médicos seriamente afirman la necesidad de la comida carnal para el hombre. Algunos incluso comparan al hombre con los animales carnívoros absolviendo así su conducta por la de éstos. Pero lo más triste es que el consumo de la carne se estableció no sólo entre “los sabios” de éste mundo, sino también entre los cristianos y hasta en la Iglesia. La mayoría de los sacerdotes seriamente afirma que Jesús comió la carne de cordero en la Pascua, es decir, comió la carne sacrificada, afirma a despecho del testimonio directo de Dios Mismo que ya he citado:
“¿Es que voy a comer carne de toros,o a beber sangre de machos cabríos? (Salmo 43, 13).
Y si creemos que Jesucristo es Dios venido en carne, Aquel Dios que hablaba por la boca de los profetas del Antiguo Testamento, entonces ¿cómo podemos pensar que El, contradiciendo a Si Mismo, de repente comienza a comer carne de Sus criaturas? Además sabemos que el apóstol Pablo el comer de las víctimas compara directamente con la idolatría:
“Fijaos en el Israel según la carne. – escribe el, - Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en comunión con el altar?¿Qué digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? O ¿que los ídolos son algo? Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entréis en comunión con los demonios. No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios.” (1Cor 10, 18-21)
Aquí San Pablo dice unívocamente que ofrecer sacrificios y comer la carne sacrificada significa ofrecer sacrificios a los demonios y servirles, porque no se puede servir a Dios y al mismo tiempo comer la carne de sus creaturas. ¡Es asombroso, cómo el hombre sabe cerrar los ojos, para no ver lo que no le conviene!
Según el Evangelio apócrifo de los ebonitas, Jesús Mismo no comía carne. Cuando los discípulos Le preguntaron a Jesús:
“¿Dónde quieres que te organicemos la cena de Pascua?”
El les respondió:
“¿Os parece que Yo deseo comer carne con vosotros, en esta pascua?”
Y continuó su idea en el otro lugar del mismo Evangelio: “Yo he venido a acabar con los sacrificios y si vosotros no dejáis de sacrificar, la ira no se apartará de vosotros” (30,16).
A pesar de que esa comunicación enteramente coincide con la lógica de las escrituras canónicas del Antiguo Testamento que he presentado arriba, el Evangelio es muy criticado. Porque la tentación de comer carne es tan grande que confunde hasta a los fieles representantes de la Iglesia. Uno de ellos es el San Epifanio de Salamina (s.IV). Sin ninguna intención de refutar sus indudables meritos generales, quiero solamente llamar la atención al hecho de que su posición respecto a la cuestión considerada aquí es enteramente contraria a la intensión general de toda la Sagrada Escritura. Y he ahí por que: en su trabajo “Panarion”, acusando a los ebonitas en hereje, particularmente, respecto al asunto de la carne él escribía:
“En cuanto al comer carne ¿no se revela, acaso, su falta de discernimiento? Primero, el Señor come la Pascua judía. La Pascua judía consistía en cordero y en pan ácimo, en comer la carne asada de cordero. Y como los discípulos preguntaron al Señor: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?” (Mt 26, 17-18), el Señor les respondió: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la casa: "El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?"El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros.» (Mc 14, 13-15). También dice el Señor Mismo: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros” (Lc 22, 15). No dijo simplemente la Pascua, sino esta Pascua, para que nadie interpretara según sus suposiciones. Así pues la Pascua consistía en carne asada, etc. Pero ellos anulando sin permiso la conexión verdadera de las palabras, cambiaron el sentido e hicieron decir a los discípulos: “¿Dónde quieres que te organicemos la cena de Pascua?” y El respondió: “¿Os (µ?) parece que Yo deseo comer carne (???a?), con vosotros, en esta pascua?” Pero ¿acaso no prueba todo la falsificación que hicieron, cuando la conexión de las palabras grita que la interrogación fue añadida? en lugar de decir: “Yo deseo”, ellos añadieron “acaso” (µ?). Empero el Señor Mismo, ciertamente, dijo: “Yo deseo comer carne con vosotros, en esta pascua”, mas ellos habiendo añadido la palabra “carne”, engañaron a sí mismos de haber hecho una falsificación y de haber dicho: “¿Os parece que Yo deseo comer carne con vosotros, en esta pascua?” Pero resulta evidente que el Señor participó en la Pascua y comió carne, como ya he dicho.”
Interrumpamos por un instante la cita, para reflexionar acerca de las suposiciones del autor.
Respecto de la partícula interrogativa (µ?) podemos decir, que como hemos visto en las observaciones presentadas arriba, precisamente es su presencia la que se justifica por la lógica de la Sagrada Escritura (o la Palabra de Dios Yahve que se encaró después en Jesucristo) que desde el principio luchó contra la mala interpretación de los sacrificios, porque en estos no se habla de los sacrificios carnales, sino de los sacrificios de los instintos de la carne humana. En este sentido la partícula interrogativa, más bien fue, a la inversa, sacada por los otros y no añadida, y los que la sacaron, se equivocaron, pues al hacerlo no pensaron que los denunciaría toda la Sagrada Escritura, muchos testimonios de los profetas, como, por ejemplo, el ya citado del profeta David que, de hecho, es la misma pregunta que Jesús hizo a sus discípulos, según el Evangelio de los ebonitas:
“¿Es que voy a comer carne de toros, o a beber sangre de machos cabríos?” (Salmo 43, 13).
Además, ya que los tres primeros evangelios canónicos no son suficientemente claros en la fecha de la Pascua, es evidente que el autor confunde la Cena con la Pascua, sin considerar la clara información que nos da respecto a eso el Evangelio canónico de Juan que dice unívocamente que la Cena tuvo lugar en el jueves [“Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta» (Jn 13, 29)] y que Cristo fue crucificado el viernes, en la víspera del sábado Pascual:
“Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu. Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado - porque aquel sábado era muy solemne - rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis.” (Jn 19, 30-35)
Consiguientemente, primero: Cristo no participó en la Pascua, porque murió antes y no pudo comer cordero. Y el segundo: no comió no sólo por el hecho de estar ya muerto, sino también porque eso sería contra Su voluntad divina. En la Cena anterior a la Pascua El propuso una nueva Pascua para Sus seguidores, ya que: “tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo.» Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados.” (Mt 26, 26-28)
Lo hizo para mostrar a Sus discípulos que la Pascua es El Mismo y no la carne del animal sacrificado. Y cuando dijo: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros” (Lc 22, 15), tenía en cuenta esa nueva Pascua en la víspera de la cual en lugar del cordero sería sacrificado El Mismo.
De este modo El los advirtió que no deben comer la carne sacrificada, porque El la cambió por Sí Mismo. El cordero era El. Y no podría ser otro cordero que anularía el sacrificio del Señor. Cuando se sacrifica el Señor, cualquier otro sacrificio es absurdo. No era la carne que debían comer los apóstoles en la Pascua, sino pan que personificaba la carne (la Palabra) de Jesucristo inmolado para la salvación de la humanidad. Por eso el apóstol dice:
“Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva; pues sois ázimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado.” (1Cor 5, 7).
Así que no era la carne tradicional del cordero que Cristo propuso comer en memoria de su sacrificio, sino el pan, es decir, una comida vegetal. No fue demolido un animal, sino Cristo. Lo que el Señor propone comer pan en lugar del cordero es una directa anulación de la horrible tradición de sacrificar animales y comer carne. En el cambio de ésta El propone el pan. Precisamente es el pan lo que hay que comer en memoria del sacrificio del Señor y no la carne. Por lo tanto entender las palabras de Cristo“Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros” (Lc 22, 15) como Su deseo comer carne del cordero sacrificado es una aberración contraria tanto al sentido general de Su enseñanza como al del Antiguo Testamento.
Pero sin advertir todo esto San Epifanio de Salamina trae otro “argumento” a favor de la comida carnal y, como él piensa, contra la hereje de los ebonitas que afirmaban que no comían carne, porque Cristo les prohibió hacerlo:
“Pero serán delatados también por aquella visión que fue revelada al San Pedro bajo la imagen del lienzo, dentro del cual hubo toda suerte de animales, reptiles y aves, y la voz del Señor le dijo: “Levántate, sacrifica y come”. Y ya que Pedro respondió: «De ninguna manera, Señor; jamás he comido nada profano e impuro.», el Señor le dijo por segunda vez: «Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano.» (Hechos 10:13-15). Porque la solidez de la verdad se hallará de dos maneras. Si dirán que el San Pedro al decir “nada profano o impuro” se refería a toda la comida de modo que para él todos los bueyes y cabras y ovejas y aves son impuros, entonces serán inmediatamente descubiertos por su modo de vida anterior. Porque fue judío y se unió al Salvador ya siendo casado, con hijos y suegra. Y los judíos comen carne y el comer carne no es considerado por ellos como algo impuro y prohibido. Pues, como al principio él comía carne y, suponemos, que lo hacía hasta su encuentro con el Salvador, se resultaría que lo que no se consideraba impuro, él tampoco lo creía impuro, porque no extendía la noción de lo impuro y de lo profano sobre toda la comida, sino sólo sobre aquella que se creía impura y profana por la Ley. Pero nuevamente, como está mostrado que Pedro no toda carne creía impura, sino la que impura por la Ley, el Señor al comunicarle, cual es el rasgo más distintivo de la Santa Iglesia Cristiana, le mandó nada considerar impuro. Porque puro es todo lo aceptado con el agradecimiento y la bendición de Dios. Pero esa visión empleada en el sentido de la vocación de los paganos significaba que los incircuncisos no se consideran impuros o profanos. Por lo demás las palabras de Pedro no se referían al hombre, sino a lo que está prohibido por la Ley, lo que para todos puede ser claro. Y la insensata enseñanza herética cae en todos los sentidos”. **
No hay duda que la visión de Pedro no debe considerarse al pie de la letra, como no se debe entender al pie de la letra, por ejemplo, el orden de Dios comer el rollo que ofreció al profeta:
“Y me dijo: «Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel.» Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo, y me dijo: «Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy.»
Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel. Entonces me dijo: «Hijo de hombre, ve a la casa de Israel y háblales con mis palabras. (Ezeq 3, 1-4)
Del mismo modo no se puede entender literalmente el siguiente ofrecimiento del Señor comer Su propia carne. Justamente fue por la semejante interpretación material que muchos discípulos del Señor le abandonaran, cuando El dijo:
“Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. (Jn 6, 51-57)
Entender al pie de la letra esas palabras del Señor que aparentemente invitaba a comer Su propia carne y sangre, significaría no saber orientarse en la palabra de Dios. Así que también la visión de Pedro no lo invitaba a comer a todas esas creaturas “impuras”, sino rompía con los prejuicios respecto a los otros pueblos a los que los judíos creían impuros. Además, Pedro mismo lo explicó más abajo:
«Cuando Pedro entraba salió Cornelio a su encuentro y cayó postrado a sus pies. Pedro le levantó diciéndole: «Levántate, que también yo soy un hombre.» Y conversando con él entró y encontró a muchos reunidos. Y les dijo: «Vosotros sabéis que no le está permitido a un judío juntarse con un extranjero ni entrar en su casa; pero a mí me ha mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre.” (Hechos 10, 25-28).
Esa explicación, por supuesto, no fue desconocida al San Epifanio y él mismo la cita. Lo que es imposible entender es ¿por qué incluso después de citarla insiste ver en la visión de Pedro un argumento a favor de la comida animal?
Mientras tanto el apóstol Bernabé hablando de la simbología de los preceptos de Moisés respecto a la comida “animal”, los explica de la manera siguiente (aunque el fragmento es grande vale la pena citarlo en su integridad):
“Y lo que Moisés dijo: No comeréis cerdo ni águila, ni gavilán ni cuervo, ni pez alguno que no tenga escamas, no es sino que tomó tres símbolos en inteligencia. Por lo demás, díseles en el Deuteronomio: Y estableceré con este pueblo mío justificaciones. Luego no está el mandamiento del Señor en no comer, sino que Moisés habló en espíritu.
Ahora bien, el cerdo lo dijo por lo siguiente: "No te juntarás—dice—-con hombres tales que son semejantes a los cerdos; es decir, que cuando lo pasan prósperamente, se olvidan del Señor, y cuando se ven necesitados, reconocen al Señor, al modo que el cerdo, cuando come, no sabe de su señor; mas cuando tiene hambre, gruñe y, una vez que toma su comida, vuelve a callar.
Tampoco comerás el águila, ni el gavilán, ni el milano, ni el cuervo. No te juntarás—dice—ni te asemejarás a hombres tales, que no saben procurarse el alimento por medio del trabajo y del sudor, sino que arrebatan en su iniquidad lo ajeno, y acechan como si anduvieran en sencillez, y miran por todas partes a quién despojar por medio de su avaricia, al modo que estas aves son las únicas que no se procuran a si mismas su alimento, sino que, posadas ociosamente, buscan la manera de devorar las carnes ajenas, siendo perniciosas por su maldad.
Y no comerás—dice—la morena ni el pólipo ni la sepia. No te asemejarás—dice, juntándote con ellos, a hombres tales, que son impíos hasta el cabo y están ya condenados a muerte, al modo que estos peces, que son los únicos maldecidos, se revuelcan en el fondo del mar y no nadan como los otros, sino que habitan en la tierra del fondo.
Mas tampoco comerás liebre. ¿Por qué? No serás corruptor ni te asemejarás a los tales. Porque la liebre multiplica cada año su ano, pues cuantos años vive, tantos agujeros tiene.
Mas tampoco comerás la hiena. No serás—dice— adúltero ni corruptor, ni te asemejarás a los tales: ¿Por qué? Porque este animal cambia cada año de sexo y una vez se convierte en macho y otra en hembra.
Mas también tuvo razón de abominar de la ardilla. No serás—dice—tal cuales oímos que son los que cometen, por la impureza, iniquidad en su boca, ni te unirás con las mujeres impuras que cometen la iniquidad en su boca. Porque este animal concibe por la boca.
En conclusión, tomando Moisés tres símbolos sobre los alimentos, así habló en espíritu mas ellos lo entendieron, conforme al deseo de la carne, como si se tratara de la comida. De esos tres mismos símbolos toma también David conocimiento, y dice igualmente: Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de impíos, al modo como peces nadan entre tinieblas en las profundidades del mar; y en el camino de los pecadores no se detuvo, al modo de algunos que aparentan temer al Señor y pecan como el cerdo, y sobre silla de Pestilencia no se sentó, al modo de las aves apostatadas para la rapiña. Ahí tenéis perfectamente lo que atañe a la comida.
Dice otra vez Moisés: Comerás todo animal de pezuña partida y que rurnia. ¿Qué quiere decir? El que toma el alimento, conoce al que le alimenta y, refocilando en él, parece alegrarse. Bellamente lo dijo con miras al mandamiento. ¿Qué es, pues, lo que dice? Juntaos con los que temen al Señor, con los que meditan en su corazón el precepto de la palabra que recibieron, con los que hablan y observan las justificaciones del Señor, con los que saben que la meditación es obra de alegría y rumian la palabra del Señor.
¿Y qué significa la pezuña partida? Que el justo camina en este mundo y juntamente espera el siglo santo. Mirad cuán hermosamente legisló Moisés. 12. Mas ¿de dónde pudiera venirles a aquéllos entender y comprender estas cosas? Mas nosotros, entendiendo, como es justo, los mandamientos, hablamos tal como quiso el Señor; pues para que esto entendamos, circuncidó nuestros oídos y corazones”. (Epístola de Bernabé cap. 10)
Concordamos o no con la tal explicación, de todos modos no podemos negar que la lengua de la Biblia es alegórica. Y es así, porque las ideas del hombre mortal no pueden abarcar todo lo que hay en la eternidad y, según el designio de Dios, el único modo de transmitirle los conocimientos necesarios es a través de las parábolas. Como atestiguó el evangelista, “todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo” (Mt 13, 34-35).
Así pues, al contrario, se parece más a la herejía la confirmación que Dios se alimentaba con la carne de Su propia creatura. Aun más, sospechar a Cristo en tal tragonería monstruosa significaría no entender ni el objetivo de Su llegada, ni el fin de Su auto sacrificio, ni Quien es El. Hay poca gente que se da cuenta del verdadero sentido del hecho que Jesucristo prefirió nacer en el establo, entre los animales, en el por qué los Evangelios destacan que su madre lo puso en el pesebre, en lo que de esta manera El nos decía que el hombre injustamente cree que los animales son seres inferiores. El los prefirió a las personas sin corazón. Entre ellos encontró amparo y no entre los hombres. ¿Y todo esto para matarlos y comer después su carne, como lo hacen los hombres? ¡Jesús que clavó Su carne en la Cruz, que la crucificó por nosotros, por purificarnos de nuestros pecados – y de repente dando el tributo a Su carne! Es un non-sens. Basta que un poco pensemos, para que entendamos que cediendo a las instigaciones del enemigo de Dios, sin darse cuenta procuramos acomodar la palabra de Dios a nuestros deseos carnales y al mismo tiempo sinceramente creemos que somos buenos. Pero no nos engañemos: quien quiere comer carne, está a favor de la matanza de los animales, creaturas de Dios y no recuerda que
“no fue Dios quien hizo la muerteni se recrea en la destrucción de los vivientes;
él todo lo creó para que subsistiera,las criaturas del mundo son saludables,
no hay en ellas veneno de muerte (...),porque la justicia es inmortal.” (Sab 1, 13-15).


V. Jesús se proclamó no sólo ante los hombres, sino también ante los animales.

Así se dice en la “Historia de la muerte del santo apóstol Juan”:
“Aquel Quien se proclamó a través de sus apóstoles. Aquel Quien no descansó desde el inicio de la creación del mundo, pero que siempre fielmente salvó a los que querían la salvación. Aquel Quien manifestó su ser a través de toda la naturaleza, también se proclamó ante los animales”. ***
Pero ¿cómo podemos entender eso?
Los Evangelios canónicos pocas veces mencionan a los animales, mientras que los apócrifos están repletos de historias sobre ellos. El Evangelio canónico según Marcos sólo alude al hecho que en el desierto Cristo “estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían”, (Mc 1, 13) de lo que podemos concluir que los animales no le hacían daño y, consecuentemente, fueron domados o amansados. Y por el apóstol Juan sabemos que Jesús hizo mucho más milagros que fue mencionado en su libro (Jn 20, 30). Pero lo que falta en los evangelios canónicos se completa en las escrituras apócrifas. En éstas además de otras historias hay muchas que se refieren a los animales. Los vemos amansados en la presencia de Cristo (como, por ejemplo, en el fragmento del evangelio apócrifo de pseudo-Mateo citado arriba), resucitados por Él o hablando como los humanos. Los milagros que realizaba Jesucristo después repetían los apóstoles. Existe hasta un cuento que relata cómo el apóstol Pablo bautizó a un león. Lo cito enteramente:
“... De repente de la valle de cementerio apareció un enorme y terrible león. Orabamos y por eso Lemma y Ammia no chocaron con la fiera. Y cuando terminé mi oración, el león se arrojó a mis pies. Cobrando ánimo lo miré y dije: “¿Qué quieres, león?” Me respondió: “Querría ser bautizado”. Entonces alabé a Dios que le dio a león la facultad de hablar y a su siervo, la salvación. Precisamente en este lugar corría un río. Bajé a la orilla y el león me siguió mientras que Lemma con Ammia, igual que palomitas asustadas que vuelan a casa para salvarse, seguían rezando mansamente hasta que escucharon mi voz alabando a Dios. Pero también yo sentía terror y estaba estupefacto del hecho que tuve que llevar a un león hacia el agua, como si fuera un buey, y bautizarlo. Y he ahí, hombres, hermanos, yo estaba parado en la orilla exclamando y diciendo: “Tú que estás en las alturas, amparo para los pobres y consolador de los que sufren, que cerraste la boca de león ante Daniel, que a mi me enviaste al Señor nuestro Jesucristo, sálvame de la ferocidad de la fiera, para que yo cumpla Tu prescripción. Después de haber rezado así, tomé al león por la crin y con el nombre de Jesucristo tres veces lo sumergí en el agua. Y cuando él salió a la orilla, se sacudió y me dijo: “¡Que esté contigo su misericordia!” Y le respondí: “También contigo”.
Entonces el león se corrió gozoso a la selva...”
Otra vez el San Pablo se encontró con este león en el circo, donde, condenado en hechicería, estaba esperando a ser devorado por los leones:
“... ¡Muerte al hechicero! ¡Muerte al mago!”, gritaba la gente, “Miró el león a Pablo y Pablo miró al león y reconoció en él a aquel león que vino a bautizarse por él. Y movido por la fe le preguntó: “León, ¿no fuiste tú a quien bautice?” Y le respondió el león: “Si”. Y Pablo volvió a preguntarlo: “Pero ¿cómo te atraparon?” Y le respondió el león con la voz humana: “Igual que a vos, Pablo”. Entonces soltó Jerónimo a muchas fieras, para matar a Pablo, mientras que contra el león mando a numerosos arqueros, para que aquel también fuera asesinado. Pero de repente desde el cielo – aunque el mismo permanecía despejado - retumbó una tormenta con granizo. Muchos aquí encontraron su fin, y los otros huyeron. Pero el granizo no tocó ni a Pablo, ni al león, en cuanto a las otras fieras todas ellas fueron aplastadas por el. El granizo fue tan fuerte que incluso cortó y arrancó la oreja de Jerónimo. Y, huyendo, la gente gritaba: “¡Sálvanos, Dios! ¡Sálvanos Dios del hombre que luchó con la fiera!”. Se despidió Pablo silencioso con el león y se fue del circo. Al llegar al puerto subió al barco que iba a Macedonia, porque hubo mucha gente que se apresuraba irse de la ciudad, como si ésta estaba por perderse. Y subió Pablo al bordo como uno de los que huían. Mientras que el león, como le corresponde, se fue a las montañas.” (Los hechos del apóstol Pablo)***.
Alguien puede ver en este relato una fantasía que carece de verdad, pero no puede no admitir que desde el punto de vista del ser humano no es más fantástico que la marcha de Cristo por las aguas, la transformación de agua en vino, la multiplicación de los panes, la resucitación de los muertos, etc. Pero el que cree en el amor de Dios a todas sus criaturas, no dudaría en la veracidad de este relato, como no duda en los demás milagros hechos por Jesucristo. Todo lo que ha creado el Señor, ha hecho para la vida eterna. Sus propias palabras nos lo indican:
“Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado”. (Jn 17, 1-2)
Aquí la expresión “toda carne” abarca en si a toda creatura. A menudo el hombre – hasta el creyente – piensa que la vida eterna está prometida sólo al ser humano. Pero los primeros cristianos pensaban de otra manera. Ellos no olvidaban que si en el paraíso no hay muerte, no la hay para nadie. El apóstol Felipe, por ejemplo, dijo a un buey: “No hagas daño alguno al hombre, ve con tu amo y sírvele. A ti también, como a tu amo los curará el Señor de tal modo que nunca más sufrirás” (Los hechos del apóstol Felipe). Eso significa que el Señor ha venido a curar y dar salvación no solamente al hombre, sino también a los animales que padecen por la culpa del mismo. En el “Apocalipsis” según San Juan los vemos en los cielos junto con el hombre. Ahí se dice: “Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: «Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos.» Y los cuatro Vivientes decían: «Amén»; y los Ancianos se postraron para adorar” (Apoc 5,13-14).
Toda la paradoja está en el hecho que muy frecuentemente leímos, pero no nos damos cuenta en lo leído, es decir, sabemos e ignoramos, vemos y no vemos al mismo tiempo. Y se cumple en nosotros la profecía de Isaías: “Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado.” (Mt 13, 14-15)


VI. La comida de los apóstoles.



La objeción principal contra lo dicho, que se puede suponer, se trataría del hecho que Cristo contribuía a los pescadores en su pesca, dos veces alimentó con el pescado a miles de sus oyentes y Él mismo lo comió. Pues si, así fue, según los Evangelios canónicos, pero teniendo en cuenta los preceptos divinos acerca de la alimentación de toda su creatura, podemos ver que no se trataba del permiso de comer pescado. El hecho es que enseñando a las personas que vivían de la pesca Jesús empleaba las nociones familiares para ellos y sobre las mismas construía sus parábolas. Él no sólo decía todo en parábolas, sino también actuaba de modo alegórico, como si transformando la vida cotidiana en la alegoría del servicio. He ahí un ejemplo de eso:
“Cuando se aproximaron a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos, entonces envió Jesús a dos discípulos, diciéndoles: «Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y enseguida encontraréis un asna atada y un pollino con ella; desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dice algo, diréis: El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá.» Esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del profeta: Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asna y un pollino, hijo de animal de yugo”.(Mt 21, 1-5)
Del mismo modo es simbólico todo lo que se trata del pescado y de la pesca. Pues no es casual, como creo, que los primeros llamados por Cristo sean pescadores, a los cuales Él convirtió en los “pescadores de hombres” (Mt 4, 19). La red pesquera es la mejor alegoría para la actuación de Dios que pretende separar a sus hijos de los del enemigo. En el Evangelio según Mateo Él dice:
“También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes”. (Mt 13, 47-50)
Aquí los ángeles del cielo se comparan con los pescadores que separan la pesca. Esa alegoría tiene raíces muy profundas. Se extienden hacia la creación del mundo. Como ha dicho el apóstol, “hace tiempo existieron unos cielos y también una tierra surgida del agua y establecida entre las aguas por la Palabra de Dios, y que, por esto, el mundo de entonces pereció inundado por las aguas del diluvio, y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados para el fuego y guardados hasta el día del Juicio y de la destrucción de los impíos”. (2 Pedro 3, 5-7)
Pues, si tomar en consideración que todo el universo fue hecho de agua y por agua, entonces todo que lo habita es comparable con el pez. De ahí el agua es el símbolo de la vida y los peses que viven en el agua, el de toda carne, del mismo modo como la misma carne, la simbolizan los granos buenos que crecen junto a la cizaña. Mas el labor de los pescadores que echan la red consiste en el separar los peses. En consecuencia los buenos peses se quedan para el uso y los malos se tiran. El “pez” bueno es el unido con el Espíritu de Dios y el malo, es que representa un alma sin espíritu Divino.Con esto vinculan las siguientes palabras de Jesús: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu.” (Jn 3, 5-6). Aquí está también el significado del bautismo cristiano llamado a unir el Espíritu de Dios con la carne. Desde este punto de vista es representativa la siguiente profecía de Ezequiel que se remonta al Reino Milenario de Cristo en la tierra:
“Me dijo: «Esta agua sale hacia la región oriental, baja a la Arabá, desemboca en el mar, en el agua hedionda, y el agua queda saneada. Por dondequiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Los peces serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente. A sus orillas vendrán los pescadores; desde Engadí hasta Eneglayim se tenderán redes. Los peces serán de la misma especie que los peces del mar Grande, y muy numerosos. Pero sus marismas y sus lagunas no serán saneadas, serán abandonadas a la sal. A orillas del torrente, a una y otra margen, crecerán toda clase de árboles frutales cuyo follaje no se marchitará y cuyos frutos no se agotarán: producirán todos los meses frutos nuevos, porque esta agua viene del santuario. Sus frutos servirán de alimento, y sus hojas de medicina.» (Ezeq 47, 8-12)
Ahí hay que prestar atención a dos momentos. Primero, a la presencia de los pescadores y, el segundo, a un indicio más que de alimento servirán los frutos de los árboles, es decir, los vegetales. Pero entonces surge la pregunta: ¿si comida es vegetal, por qué se dice aquí que los pescadores se tenderán redes?
Porque los pescadores en este lenguaje alegórico representan a los nuevos custodios de la Creación que vendrán en lugar de aquellos que provocaron la caída del hombre. Ellos van a tender las redes del Espíritu Santo sobre toda la carne asegurando de este modo la alianza entre la carne y el Espíritu Santo de Dios.
Así, todos los episodios de los Evangelios relacionados con la pesca encubren en sí una alegórica ilustración de “lo que estaba oculto desde la creación del mundo”. Sería un error considerarlos como el permiso para comer el pescado. De todos modos Jesús no vino a prohibir sea lo que sea, sino a explicar la Palabra de Dios, para que los que la oigan y cumplan sean salvados y los que la desprecien reciban, según su merecido.
No aceptar que el lenguaje bíblico es alegórico significaría dar a lo eterno la imagen de lo perecedero. Mas debe ser al revés: para que lo creado viva eternamente, debe llevar la imagen de lo eterno al que podemos conocer sólo en el espíritu y no por la experiencia. Sin embargo cuando todo lo dicho en la Biblia entendemos literalmente, nos apoyamos sólo en nuestra experiencia, en nuestra sensitividad, y no en el espíritu. Entonces colaboramos con la prolongación de este mundo pecaminoso y detenemos el establecimiento del Reino de Dios tanto en nosotros como alrededor nuestro.
La Iglesia primitiva lo entendía y se dirigía más por el espíritu que por la carne (lo atestiguan los escritos apócrifos), y mientras permanecía pura estaba perseguida. La persecución se terminó, cuando la Iglesia por haber cedido ante algunas de las exigencias de la carne llegó a un compromiso con el mundo.
Una de estas exigencias se refiere a la carne como alimento. Evidentemente, el motivo de tal concesión fue el deseo atraer cuanto más gente a la Iglesia. Y algunos representantes de la misma comenzaron un ataque masivo contra esta idea del cristianismo primitivo en fin de hacerlo más aceptable para el hombre común. Como consecuencia, el compromiso fue legalizado a través de la negación de aquellos Evangelios que denunciaban su falsedad. Con el tiempo el compromiso empezó entenderse como el precepto de Dios y hoy ya hay poca gente que reflexiona sobre la simple verdad a la que nos indica el libro apócrifo de José el carpintero: “... para todo hombre hay un gran temor que es la muerte: para el hombre y para todo animal doméstico, o para la bestia salvaje, o para el reptil, o para el pájaro, en una palabra, para toda criatura bajo el cielo, que posee un alma viviente, es un dolor y una aflicción esperar que su alma se separe de su cuerpo. Así, pues, mi Señor, que esté tu arcángel junto a mí hasta que mi alma se separe sin dolor de mi cuerpo” (Historia copta de José el carpintero, XIII).
Pero nosotros cerramos nuestros ojos y no queremos verla.
Mientras tanto en algunos apócrifos se quedaron comunicaciones – pocas, lamentablemente, – referidas a la comida de los apóstoles, que nos hacen ver que los apóstoles se abstenían de la carne prefiriendo alimentarse con simple comida vegetal. Así, por ejemplo, del apóstol Judas Tomas decían que “ayuna mucho y reza mucho y come pan y sal y bebe agua, y lleva una vestimenta y no toma nada para sí de la gente, y todo lo que tiene da a los otros”. (Los hechos del apóstol Judas Tomas – el milagro segundo)
Se sabe también que Juan el Bautista se alimentaba sólo con la comida vegetal. Lo conocemos del fragmento del Evangelio de Ebionitas que disponemos, donde se dice que él “comía miel silvestre, que tenía el gusto del maná, como un dulce de manteca”. (Evang. de Ebionitas; 15)
También en la “Historia de los hechos del apóstol Juan el hijo de Zebedeo” se dice que “comía él una vez al día entre nueve y diez horas, después de terminar su oración. Su comida consistía del pan, de las legumbres y lentejas cocidas que compraba en cada ciudad. Habiendo terminado de comer, tomaba sólo agua”. (Historia del apóstol Juan el hijo de Zebedeo)***
A propósito, en esta misma historia del apóstol Juan (a diferencia de los evangelios canónicos) se dice de Cristo resucitado: “Y en el tercer día se levantó de la casa de los muertos y nosotros Lo vimos y Él habló con nosotros. Y nosotros comimos pan con Él”. El pescado no se menciona. Cual de los textos está alterado – el canónico o el apócrifo -, se ve claramente de todo lo dicho aquí, lo que a su vez se generaliza por las siguientes palabras de Jesús que nos comunica el Evangelio apócrifo de los esenios:
“Pues en verdad os digo que de una misma Madre procede cuanto vive sobre la tierra. Por tanto quien mata, mata a su hermano. Y de él se alejará la Madre Terrenal y le retirará sus pechos vivificadores. Y se apartarán de él sus ángeles y Satán tendrá su morada en su cuerpo. Y la carne de los animales muertos en su cuerpo se convertirá en su propia tumba. Pues en verdad os digo que quien mata se mata a sí mismo, y quien come la carne de animales muertos come del cuerpo de la muerte. Pues cada gota de su sangre se mezcla con la suya y la envenena; su respiración es un hedor; su carne se llena de forúnculos; sus huesos se convierten en yeso; sus intestinos se llenan de descomposición; sus ojos se llenan de costras; y sus oídos de ceras. Y su muerte será la suya propia. Pues solamente en el servicio de vuestro Padre Celestial son vuestras deudas de siete años perdonadas en siete días. Mientras que Satán no os perdona nada y debéis pagarle todo. Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, vida por vida, muerte por muerte. Pues el coste del pecado es la muerte. No matéis, ni comáis la carne de vuestra inocente presa, no sea que os convirtáis en esclavos de Satán. Pues ése es el camino de los sufrimientos y conduce a la muerte. Sino haced la voluntad de Dios, de modo que sus ángeles os sirvan en el camino de la vida. Obedeced, por tanto, las palabras de Dios: "Mirad, os he dado toda hierba que lleva semilla sobre la faz de toda la tierra, y todo árbol, en el que se halla el fruto de una semilla que dará el árbol. Este será vuestro alimento. Y a todo animal de la tierra, y a toda ave del cielo, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, donde se halle el aliento de la vida, doy toda hierba verde como alimento. También la leche de todo lo que se mueve y que vive sobre la tierra será vuestro alimento. Al igual que a ellos les he dado toda hierba verde, así os doy a vosotros su leche. Pero no comeréis la carne, ni la sangre que la aviva. Y en verdad demandaré vuestra sangre que brota con fuerza, y vuestra sangre en la que se halla vuestra alma. Demandaré todos los animales asesinados y las almas de todos los hombres asesinados” (Evangelio de los esenios, de la Paz)
Como vemos, estas sus palabras están en plena concordancia con la lógica de toda la Sagrada Escritura. Entonces, la Palabra de Dios - la fuente de la verdad que nos enseña amor y caridad – aborrece a cualquier asesinato y manifiesta que Dios designó a todo ser terrenal alimentarse con los frutos y la hierba de la tierra. Dar caso o no a este precepto del Creador es la decisión de cada uno como también cada uno es responsable por la misma.

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Concluyendo me gustaría señalar que todo lo dicho aquí no debe entenderse como una manifestación contra la Iglesia. El eje de la misma es espiritual y sea como sea su nombre en la tierra – católica, ortodoxa, oriental o protestante, - abarca a todos aquellos a quienes es íntima la figura de Jesucristo incluso cuando los representantes terrenales de las distintas confesiones cristianas no siempre corresponden a nuestras expectativas. Iglesia es como un raudal que lleva consigo todo lo que cae en él, y que siempre se purifica a lo largo de su corriente. Y si hoy me atrevo a no estar de acuerdo con algunos pensamientos de los padres de la Iglesia, es porque ellos mismos con sus obras fundamentaron mi fe y ahora apoyándome sobre este fundamento puedo seguir adelante. A Jesucristo, a la Sagrada Escritura y a ellos debo todo lo que conseguí entender y lo que escribo.

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* Todos los fragmentos del Libro de los jubileos, del Libro de Enoc y de los Oráculos sibilinos han tomados del libro de A.Díez Macho (Ediciones Cristiandad). Apócrifos del Antiguo Testamento, vol. II y IV;
Irineo de Leon. Contra herejes: de http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/zs.htm
Los textos de los apócrifos son tomados de las siguientes páginas web y de los libros:
a) Biblioteca Upasica. Textos apócrifos del NT: http://www.upasika.com/evangelios_apocrifos.htm#visiones
b) Literatura extrabíblica. Textos del A y N Testamentos: http://extrabiblica.tripod.com/apnt.html
c) Los apócrifos del NT: Libros apócrifos: http://personal.auna.com/marcos/apocri.htm
d) Apócrifos Evangélicos. – Ediciones Libertador Bs.As. 2003
Evangelio de los Esenios (de la Paz) Ed. Por Edmond Székely Londres,1937 Primera edición: Junio de 1986 Octava edición: Febrero de 2001
** Ambos fragmentos presentados de la obra del San Epifanio han traducidos por mi de la traducción rusa, ya que no logré encontrar ninguna traducción castellana. [???????? ????????. ? ? ? ? ? ? ? ?: http://khazarzar.skeptik.net/books/epiph/panarium/index.htm] . (Nota: Las fuentes en ruso y armenio y también las palabras en griego se puede recuperar en el texto comopleto del libro dado en PDF)
*** Ya que tampoco conseguí traducciones castellanas de algunos textos apócrifos, los traduje yo misma del ruso. Todos son tomados de “?????????? ????? ???????” [http://www.krotov.info/] y son los siguientes:
“Historia de la muerte del santo apóstol Juan” (??????? ? ??????? ????????? ??????? ???????? ? ???????????)
“Historia del apóstol Juan el hijo de Zebedeo” (??????? ????????? ????????, ???? ?????????)
“Los hechos del apóstol Pablo” (?????? ?????)
“Los hechos del apóstol Judas Tomas” (?????? ???? ???? ????????)

 

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