“Los Demonios” de Dostoievskiy

o anatomía de las revoluciónes.

       Como se sabe la literatura clásica rusa es una literatura de problemas esenciales. En ella se revela el mal que afecta a la sociedad humana y se busca intensamente la solución de los problemas o el camino hacia el bienestar común.

       En general toda la humanidad, desde la caída de Adán, trata de encontrar ese camino para recuperar su dicha perdida, cuya imagen guarda inconscientemente. Con la llegada de Cristo que anunció: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, se revelaron claramente las dos direcciones de la búsqueda: la cristiana y la de los constructores que desecharon la piedra angular “, es decir, a Cristo. El Camino de Cristo es el camino espiritual o moral. Lo pueden reconocer sólo las personas cuyos corazones están firmemente sometidos a la ley moral. Y éstas son pocas.

      Pero el camino de los constructores, por el contrario, es el camino de la mayoría. A los constructores acude la gente con poca fe, esperando encontrar soluciones a sus problemas en las reformas humanas y hasta en las revoluciones. Aquí no existe moral, porque se cree que el objetivo justifica los medios.

      Los dos caminos se encuentran en una lucha permanente, igual que el espíritu y la carne humana. Toda la obra de Dostoievskiy se refiere a esta dualidad que hasta tiene sus nombres generalizados, tales

como karamázovschina, es decir, el consentimiento a dos cosas contrarias a la vez, por ejemplo, “al ideal de la Madona y al de Sodomía”, o al paraíso y al infierno;

como la locura que se llama schigaliovschina que es el uso de la violencia cruel y del despotismo para conseguir un dudoso bienestar universal;

como también   rascólnikovschina, que se distingue de la schigaliovschina sólo por el tamaño del crimen.

      En “Los demonios” de Dostoievskiy reina la schigaliovschina, ya que es una obra, en la cual se revela el esquema de la destrucción humana y social, el esquema del trabajo diabólico que se hace por las manos de la gente poseída. Los investigadores de “Los Demonios” de Dostoievskiy, principalmente, suelen referir esta obra a la realidad rusa, es decir, a la revolución rusa o al carácter ruso, a la psicología rusa y a la mentalidad rusa. Pero el genio de Dostoievskiy nos lleva más allá del problema ruso, porque el modo de la ofensiva del caos sobre el mundo cristiano que él describe en esta obra, es único para toda la humanidad.

      Tiene dos epígrafes. El primero es tomado de un verso homónimo de Púshkin que se refiere a un viajero que en una noche invernal, viajando en el carruaje por los campos nevados en compañía de un cochero, pierde el camino a causa de la nebulosa luz de luna y de los ventiscos. El fragmento del verso que usó Dostoievskiy, es el siguiente:

Que me mates, si veo la pista.

Nos perdimos, y ahora ¿qué hago?

Son los demonios, por lo visto,

Nos hacen girar en el campo.

[ ……………………………..]

¿Cuántos son, adónde los arrean,

Por qué están cantando tan lastimeramente?

¿Acaso están enterrando a algún duende

o quizás están casando a una fiera?

        Dostoievskiy usó ese epígrafe como una alegoría. Los demonios siempre actúan cuando falta luz, es decir, la fe. Giran, como un ventisco, alrededor de los que perdieron la vista por la oscuridad, llevándolos hacia locura y convirtiéndolos en los poseídos, de tal manera que éstos ya no saben adónde tienen que ir y, llenos del temor y de la superstición pagana, sólo se quejan lastimeramente hasta que su locura los lleva a la muerte, exactamente como había pasado con los puercos del segundo epígrafe, tomado esta vez del Evangelio de Lucas, - con aquellos puercos que se tiraron al abismo (8, 32-36).

“Había allí una gran piara de puercos que pacían en el monte;

le suplicaron que les permitiera entrar en ellos y Él se lo permitió.

Los demonios salieron de aquel hombre y entraron en los puercos;

y la piara se arrojó al lago de lo alto del precipicio y se ahogó.

Viendo los porqueros lo que había pasado, huyeron y lo contaron

Por la ciudad y por las aldeas. Salieron, pues, a ver lo que había

Ocurrido y, llegando donde Jesús, encontraron al hombre del que

Habían salido los demonios, sentado, vestido y en su sano juicio,

a los pies de Jesús; y se llenaron de temor”.

 

       Los dos epígrafes están muy ligados por su sentido. El primer epígrafe indica la causa y el segundo la consecuencia. Los protagonistas de esta novela son viajeros perdidos y algunos llegados hasta un fin violento y cruel de su vida. Según el pensamiento de Dostoievskiy, todos ellos son poseídos. Lo dice por boca de Stefán Trofímovich, que es el único que logra recuperar el camino, pero lo hace al borde de su muerte.

    “ Esos demonios que salen del enfermo y entran en los puercos”, dice Stefán Trofímovich ya moribundo, somos nosotros, nosotros y otros, y Petrusha…y los otros junto con él, quizás también yo el primero, a la cabeza de todos, y nos meteremos, enloquecidos y poseídos, en el mar, y todos nos ahogaremos: lo tenemos bien merecido, porque nada más nos quedará. Pero el enfermo se pondrá bien y se sentará junto a los pies de Jesús… y lo van a mirar todos con asombro…”, dice, pensando en Rusia .

      Así Dostoievskiy de un plumazo en la persona de Rusia esboza el destino de toda la humanidad que, al fin y al cabo, se recuperará y se sentará junto a los pies de Cristo.

      Supuestamente, a todos los protagonistas de la novela que personifican a los demonios, los podemos dividir en los padres, que son los destructores inconscientes de las tradiciones seculares; en los hijos, que son los, así llamados, “constructores”, y también en la sociedad entera, que es la víctima de ambos.

      Stefán Trofímovich es uno de los representantes de la generación de los padres, un esteta, amante de la belleza del arte. Todas sus declaraciones que parecen descubrir un narcisismo “inocente” o un deseo romántico de destacarse, en realidad, constituyen aquellos escalones que al fin de cuentas destruyen la paz y el orden en la tierra que es vitalmente importante. Así ante la sociedad que lo considera una autoridad cultural, se da aires de un portador de ideas nuevas y, respondiendo a la línea del tiempo, manifiesta una rebeldía, digamos, “romántica” o “heroica” contra la religión y contra la Iglesia, acusándolas en el proselitismo y considerándolas como causa de la pobreza del pueblo, porque, como dice, en la religión “ mientras peor viva el hombre o mientras más atemorizado y pobre esté todo el pueblo, más obstinadamente sueña la recompensación en el paraíso, y, especialmente, cuando cien mil sacerdotes se esmeran en excitar ese sueño y especular con él”. Además de acusar a la Iglesia en una aspiración premeditada de mantener a los creyentes bajo el yugo, la inculpa también de la incomprensión de la mujer y, mientras tanto, acalorándose, hasta llega a negarse a ser cristiano. “No soy cristiano, declara Stefán Trofímovich, soy más bien un antiguo pagano como Goethe el grande o como el griego antiguo”.

      Pero romantizando el paganismo, Stefán Trofímovich no se da cuenta que de tal manera eleva la forma o a la creatura, despreciando a la vez al espíritu creador y atribuyendo así a la ruina del orden o de la moral Divina, que es la fuente de la misma belleza que él tanto adora. De ahí surge su siguiente declaración: “Los poseedores de los talentos artísticos más elevados pueden ser al mismo tiempo los canallas más horrendos” y que el uno no impide al otro “. Esa idea parece inofensiva sólo a primera vista. En realidad, desvalorizando al Creador y junto con Él todo lo elevado, se convierte la belleza en un producto de la casualidad y de lo inconsciente.

      Sin embargo, Stefan Trofimovich no dice nada nuevo. Aquel pensamiento refleja la lucha permanente que, desde los tiempos de la caída, la criatura lleva contra el Creador o la carne contra el espíritu. También hoy está de moda. Somos testigos de una tendencia vigente de sospechar o buscar en los grandes artistas , cuyas obras revelan una extrema elevación del espíritu del hombre, unos rasgos que no los honren, que los pongan en ridículo o los presenten con colores infames y desvalororicen así su índole humana. Por ejemplo, justamente de este modo la cinematografía, algunos “investigadores”- de toda clase psicólogos, médicos y otros. - nos procuran presentar tardíamente a tales grandes compositores como Mozart, Beethoven, Tchaykovski Schuman, Schubert, etc. Pero con todo esto se olvidan una simple verdad, que el hombre se manifiesta por lo que crea y no puede crear nada que no sea él mismo. En la Santa Escritura se dice: “como los colores, así las tinturas; y como el creador así la creación, y como el agricultor, así el sembrado” (IV libro de Esdras, 9 , 17). Y no puede ser de otra manera.

      Volviéndose a Stefan Trofimovich, diremos que, aunque las declaraciones de este tipo desafíen la Palabra Divina, Stefan Trofimovich no es revolucionario. Como ya hemos dicho, es un esteta, pero es un esteta que no sabe el origen verdadero de la belleza o, diciéndolo de otra manera, es un esteta irresponsable, porque las semillas que pone crecen de un modo diferente de lo que él pensaba. Es evidente que su sentido estético había nacido de la admiración por la forma pura, detrás de la cual él no vislumbraba al espíritu . Pero en la conciencia de los hombres la admiración por la forma pura pronto convierte a ésta en la cosa principal, suplantando poco a poco cualquier noción sobre el espíritu y hasta haciéndolos negar todo lo que se relacione con el. Así nace el racionalismo extremo y, como su prolongación, el nihilismo. Stefan Trofimovich se da cuenta de todo esto, sólo cuando sus ideas, al parecer “inofensivas”, dan frutos violentos, revolucionarios y destructivos. Entonces él entiende repentinamente, que el juego se ha terminado y cuando ya es tarde, grita ahogándose de indignación:  Declaro que Shakespeare y Rafael son superiores a la liberación de los campesinos, superiores a la nacionalidad, superiores al socialismo, superiores a la generación juvenil, superiores a la química, superiores a toda la humanidad, porque ya son el fruto, verdadero fruto de toda la humanidad y, quizás, el fruto superior que podría existir! Es la forma ya conseguida de la belleza, sin que yo, quizás, no aceptaré vivir…Acaso ¿saben Ustedes? que sin el hombre ingles la humanidad aún puede sobrevivir, sin el hombre ruso mucho más, sin la ciencia puede, sin el pan puede, sólo sin la belleza no puede, porque entonces no habrá nada más para hacer en el mundo! Aquí está todo el misterio, toda la historia está aquí! La misma ciencia no subsistiría ni un minuto sin la belleza y se volvería al descaro, no podrían inventar ni un clavo...”

      Aquí Stefan Trofimovich ya presiente, consciente o aun inconscientemente, que el misterio de la belleza y de la perfección está en el fondo de todo. Tras esa comprensión de la belleza ya está Dios y Su Gloria. Ante ella los problemas terrenales pierden su importancia, es decir, la belleza se entiende como el reflejo de la perfección espiritual y primordial del ser humano y de toda la creación. En ella se presiente aquella dimensión, donde no hay lugar para lo feo y la muerte. Ahora esa belleza que tanto él valora, ese ideal de Madona que tanto admira, ya no es sólo una forma para él. Ya es la voz de Dios que habla, de aquel Dios a quien había despreciado con sus declaraciones anteriores.

      Pero definitivamente Stefan Trofimovich se despierta de su sueño, cuando ve el vínculo entre la destrucción de la religión cristiana y el salvajismo del espíritu humano que se rebela contra todo lo elevado y bello creado por la humanidad. Al enterarse sobre las intenciones salvajes de su hijo que fue adepto a ideas nuevas, presiente, indignado, el día, en que “un lacayo maloliente y libertino se encarame con tijeras en las manos sobre la escalera y desgarre el semblante divino del gran ideal, es decir, de la Madona, en nombre de la igualdad, envidia y…digestión. Viendo con horror los frutos de sus irresponsables declaraciones que se manifestaron en el nihilismo de la generación de los hijos y, especialmente en el demonismo más grande de su propio hijo, a quien ni siquiera había criado, ni amado nunca, exclama con desesperación: “¡No era esa en absoluto, en absoluto nuestra aspiración, no entiendo nada. Dejé de entender!.

      Al final el cuadro de la violencia salvaje, extendida como el fuego, lo hace huir en una confusión extrema . “¡Esa gente!”, exclama , “Toda la noche he visto la lumbrada horrible de sus hechos. No podrían terminar de otra manera […]. Me fugo del delirio, del sueño febril, me fugo a buscar a Rusia”.

      El sufrimiento y la frustración vivida lo llevan hasta pensar que todos son infelices en el mundo y, por eso, es menester perdonarlos a todos. “Perdonar para ser eternamente libres, para terminar con el mundo y ser completamente libres”. Perdonar significa excluir la venganza. Perdonar, es decir, amar a los que les hicieron daño y terminar con los instintos terrenales, liberándose de ellos. Como ya he dicho, Stefan Trofimovich es el único de los protagonistas de la novela que descubre sus confusiones y al final de su vida vuelve al camino de Cristo. Sus últimas palabras que descubren su conversión, son el acorde triunfal de toda la obra: “Y ¿qué es lo que vale más que el amor? El amor está por encima de la existencia, el amor es la corona de la existencia, y ¿cómo sería posible que la existencia no hubiera sido sometida al amor? Si yo le he amado a Él y he alegrado por mi amor, ¿sería acaso posible que Él me apagase a mí y a mi alegría y nos convirtiese en nulo? Si existe Dios, entonces soy inmortal! Esa es mi profesión de Fe[…] Ya sólo el saber siempre que existe algo inmensamente más justo y feliz que yo, me llena plenamente de una inmensa conmoción y gloria, sea quien yo fuere y haga lo que hiciera! Saber y en todos los instantes creer, que en algún lugar existe una felicidad perfecta y apacible para todos y para todo, es mucho más importante para el hombre que su propia felicidad[…] Toda la ley de la vida humana requiere que el hombre siempre pueda adorar lo que es inmensamente grande. Si se lo privara de lo que es inmensamente grande, no podría vivir y moriría en desesperación. Lo grande y lo infinito son necesarios para él, igual que aquel pequeño planeta, donde vive...”

      Así Stefan Trofimovich descubre la grandeza inconmensurable de Dios y vuelve a la fe que negaba. La profundidad de su conversión se manifiesta en las palabras:” Toda la ley de la vida humana requiere que el hombre siempre pueda adorar lo que es inmensamente grande. Si se lo privara de lo que es inmensamente grande, no podría vivir y moriría en desesperación”. Esta frase encierra toda la teología del nexo entre el hombre y Dios a través del amor, sin el que el hombre no dura en la vida y muere en desesperación. Pero el nexo con Dios se establece por la aspiración del perfeccionamiento en el amor de Dios y del prójimo. Y no existe otro camino para la vida.

      Sin embargo las cosas ya estaban hechas. Y él puso su grano de arena en la destrucción de la fe de los hombres, porque casi toda su vida habló y vivió como un pagano. Tal paganismo existe hasta hoy. En todas partes de la tierra la carne combate al espíritu, pretendiendo convertir todo el mundo en un reino completamente despojado del espíritu, un reino que, como regla, lleva hacia la violencia y perdición.

        Pero Stefan Trofimovich no fue el único que jugaba en este peligroso juego. Lo hacía también Karmazínov, otro representante de los padres en la novela, famoso escritor, conocido como “la persona más inteligente en la ciudad”. Y he ahí, a pesar de ser la autoridad más grande de la sociedad y uno de sus pilares, lo único que hace Karmazinov, es adula a la juventud revolucionaria, procurando gustarle con todas sus fuerzas. En una conversación con Pedro Stefanovich, movido por el deseo de llevar el paso con el siglo y presentarse como una persona avanzada, él, igual que Stefan Trofimovich, llega a negar a Dios: “Yo no creo en ningún Dios”,  dice, “Me calumniaron delante de la juventud. Yo siempre he consentido a todos sus movimientos “. Ya que Dios es la moral, el paso que sigue tras negar a Dios, es la renuncia a la moral. Y Karmasinov no tarda en darlo. Su cobardía y el amor propio que a toda costa lo impulsan a ocupar siempre un lugar alto en la sociedad, lo hacen considerar el honor como algo pusilánime y en el deshonor ver un mérito: "Por lo que veo - dice él - toda la esencia de la idea de la revolución rusa consiste en la negación del honor. A mí me gusta que esto se haya expresado tan valientemente y sin temor..... Con un “derecho al deshonor abierto” a la gente se puede entusiasmar mejor. Yo pertenezco a la generación vieja y reconozco que defiendo el honor, pero, en efecto, lo hago sólo por la costumbre. Me gustan las formas antiguas por la pusilanimidad “.

      Así la mayor autoridad “cultural” de la sociedad aprueba el deshonor, dándole un camino verde.

      Pero hay que admitir aquí que el fondo del asunto no esta en el pueblo ruso o en la revolución rusa, sino en cualquier pueblo y en cualquier revolución. También hoy, y también en todos los países vemos a muchos pilares de la sociedad declarando el deshonor casi abiertamente y por las mismas razones y justificándolo por la libertad democrática, que se convierte en la consigna: todo es permitido. El hecho es que el mal actúa en todos los lugares del mismo modo. Esta negación del honor es la consecuencia de la misma lucha del mundo contra Dios , porque negar el honor es en realidad negar el orden moral Divino.

      El nombre del demonio que ha afectado a esos dos “padres” de la sociedad es la egolatría y vanidad.  

      Pero s i “los padres” se permitían coquetear desde lejos con las “ideas novedosas” del siglo, “los hijos” que se llamaban constructores o reparadores de Rusia, las entendían como una necesidad de la destrucción de las viejas tradiciones. Y realizando esa “necesidad”, lo único que conseguían es llevar al país hacia los cataclismos sociales. Uno de los representantes más importantes de la generación de los “hijos” era Stavróguin , maestro por el aburrimiento que, sin embargo, en el ámbito revolucionario tenía la mayor influencia. Su carácter contradictorio recordaba el de los Karamazov, ya que no veía la diferencia entre una broma bestial y voluptuosa y cualquier hazaña. Era capaz de hacer tanto una como la otra y disfrutar de ambas igualmente. Había hecho en su vida cosas horribles, incluso la violación y el homicidio de una menor. Frecuentaba una secreta asociación voluptuosa y bestial donde su fama había superado la del famoso marques de Sad que hubiera podido tomar clases de él. Se consideraba a sí mismo como un insecto infame y al mismo tiempo disfrutaba de su infamia. Y, siendo infame, quiso burlarse de lo noble. Nunca pudo perder la cabeza por algo o creer demasiado en una idea. Pero a pesar de eso, jugando con los sentimientos patrióticos y con la fe cristiana de su pueblo, decidió, por diversión, profanar la palabra y la imagen de Cristo y así se convirtió en el líder espiritual de toda una generación de los revolucionarios.

      Y ¿Qué era lo que enseñaba? Sin creer en Dios, considerándolo como una personalidad sintética de cada uno de los pueblos, anunciaba, a pesar de esto, la necesidad de alzar la bandera de Cristo para empujar al pueblo ruso hacía la revolución mundial. Protagonizando el papel de un patriota ruso, nacionalista y ortodoxo (sin serlo en realidad), lo llamaba teóforo al pueblo ruso, designado a salvar al mundo, e hipócritamente declaraba que ni un ateo, ni un hombre no ortodoxo no pueden ser rusos. Pero en efecto el destino de su patria no lo interesaba. Entonces ¿qué quería conseguir con eso Stavroguin? Sólo la diversión en su aburrimiento: le divertía el elemento de la destrucción y en éste su papel del director majestuoso que mueve los pueblos y provoca una ruina total.

      Pero si él se burlaba de esta manera de Dios, el demonio se burló de él mismo y lo llevó al suicidio. Se ahorcó ahogándose como aquellos puercos poseídos del epígrafe.

      Al demonio que había afectado a Stavroguin yo lo llamaría voluptuosidad y ociosidad..

      Los poseídos de esta clase están presentes en todas las épocas y en todos los pueblos.  

      Los revolucionarios tenían también su propio teorético de la revolución o arquitecto del paraíso terrenal que era Schigaliov . Lo llamaban “joyero” por la minuciosidad de sus estudios sobre la futura sociedad humana que habría de sustituir la actual . Pero como él mismo lo confiesa, se ha embrollado en sus propias construcciones, porque su conclusión se había contrapuesto a su idea principal de la libertad infinita, es decir, habiendo partido de la libertad infinita, acabó por el despotismo infinito. Sin embargo, categóricamente agrega, que pesar de esto, salvo la suya, no existe ninguna otra solución a la formula social.

      Pero ¿cómo es su “paraíso terrenal”? En éste el 90 por ciento de la humanidad vive bajo el dominio del 10 por ciento restante. Es decir, sólo el 10 por ciento de los hombres tienen la libertad y el resto son esclavos impersonales, sin dignidad propia” y con una igualdad total. Considerando las posibilidades de llegar a este fin, Schigaliov admite que el primer obstáculo en el camino es la educación, y por eso invoca a rebajar el nivel científico y educativo del país, ya que, según él, el deseo de conocimiento es un deseo aristocrático y no conviene a los esclavos. El segundo obstáculo lo encuentra en los lazos familiares y en el amor entre los integrantes de una familia, es decir, lazos que traen consigo el deseo de la propiedad, la que los esclavos no deben tener. Y como única posibilidad destruir la educación y las familias Schigaliov indica el libertinaje. En el se encuentra, según él, la solución del problema, es decir, en la propagación de un libertinaje sin límites hasta que se haya conseguido la obediencia e impersonalidad total. Al fin, para no caer en el aburrimiento, él cree conveniente que una vez en cada 30 años se organicen unos calambres sociales, es decir, que se derrame la sangre. Así debe ser el paraíso terrenal, el objetivo más grande de las revoluciones.

      ¿Acaso no suena todo esto muy actual? Es evidente que las enseñanzas del tipo de Shigaliov tampoco pertenecen sólo a la literatura e historia rusa. Las vemos ya implantadas hoy en la actualidad mundial, porque casi en todo el mundo el nivel educativo se encuentra rebajado; se han debilitado los vínculos familiares; el libertinaje  exige el derecho para un deshonor abierto.

      El demonio por el cual está afectado Shigaliov es el fanatismo loco, que no le permite ver toda la monstruosidad e inutilidad de sus esfuerzos revolucionarios.

      Pero el demonio principal de la novela no es Shigaliov, sino Pedro Stepanovich, el hijo de Stefan Trofimovich. Se llama a sí mismo Colón, mientras que a Stavroguin compara con America, porque Stavroguin había preparado la tierra para su actuación. Pedro Stepanovich se presenta como un nihilista que niega todo: a Cristo, la iglesia, la felicidad familiar, a los hijos, el arte, la belleza, la moral, la propiedad. Fingiendo que se ocupa de la democracia, en sus pensamientos, a los demócratas los llama “los canallas democráticos “, porque su fin oculto es el establecimiento en la tierra del poder de” una voluntad magnífica, idólatra y despótica”. Su padre admite con horror que su hijo quiere en lugar de Cristo proponerse a sí mismo. Es un hipócrita que dice que el ruido de las telegas que traen el pan para la gente es más útil que la Madona Sextina, mientras que lo único que le importa no es el bien de la gente, a la que considera nada más que un “material” para sus objetivos, sino la destrucción de la Iglesia y de la belleza, porque ambas representan un factor educativo. Para los que no están de acuerdo con él, encuentra sólo un remedio: la guillotina. Deseando él mismo convertir al pueblo en los brutos ignorantes, acusa de tales intenciones a la iglesia y convoca a destruirla para que ya nadie pueda impedirle tergiversar su enseñanza y hacerla útil para él mismo. Dice que “el Dios ruso” ayuda en el asunto malintencionado, refiriéndose a un Dios falso, que crearon las personas como él y Stavroguin. Para la realización de su plan había creado “un programa del desorden sistemático”. Según éste, toda Rusia habría de ser cubierta por “una interminable red de nudos”, es decir, por los grupos de provocadores hechos clandestinos, que ayudarían a hundir al país en el libertinaje, en la desesperación y en el miedo. Después él sabría aprovecharse de la debilidad del pueblo ya conseguida para esclavizarlo sin ningún esfuerzo.

      La actuación de esta red nos hace recordar la de los medios modernos de comunicación que de todos los modos posibles propagan el sexo, la violencia y el miedo. Y los ayudan las mismas personas que ayudaban a Pedro Verjovenski. Como él mismo revela, son: “ el profesor que junto con sus alumnos se burla de su Dios ;[…] el abogado que justifica al homicida intelectual sólo por ser este más intelectual que sus víctimas; […]  los escolares que matan al campesino sólo para experimentar sensaciones;[…] el jurado que justifica a los criminales;[…] el fiscal que en el juicio tiembla del temor de no ser suficientemente liberal;[…] también los administradores y los escritores involucrados en la red de las ideas nuevas, aunque no lo sepan…”

      Así es que Pedro Stepanovich quiere que la sociedad humana se hunda en un libertinaje inaudito y vil para convertir al hombre en un canalla ruin, cruel y egoísta. ”Lanzaremos borrachera, chismes, denuncias”, dice él; “lanzaremos un libertinaje inaudito; apagaremos a cualquier genio en la infancia. ¡Todos a un denominador común, a la igualdad total!”. Pedro Stepanovich no ve ninguna diferencia entre el bien y el mal. Considera que si todos son infames, entonces nadie es infame.

      Si Schigaliov es teorético, Pedro Stepanovich es el que actúa. . Así se llama a sí mismo: “él que dio el primer paso”.  Todas las perturbaciones en la novela son obra suya, aunque hechas por las manos ajenas.

      Al demonio que en él se esconde yo lo llamaría locura de la presunción .

      Los otros protagonistas de la novela son las víctimas de los mencionados. Uno de ellos es Shatov . Está totalmente bajo la influencia de Stavroguin, aunque con el tiempo descubrió la falta de sinceridad de su profesor. Comparte todas sus ideas acerca de Rusia. Es un eslavófilo de la costura moscovita. Cree en Rusia y en la ortodoxia rusa sin creer en Dios y declara que el motín debe comenzar desde el ateismo. Es de los hombres de confianza dentro de la sociedad revolucionaria, pero cae como víctima de los celos de Pedro Stefanovich, líder de esta sociedad que, después de haberlo calumniado, manda a matarlo como a un traidor. El demonio por el cual es poseído, yo lo llamaría la confusión y ceguera. Shatov muere como murieron los compañeros de lucha de los líderes de todas las revoluciones en la tierra, es decir, cayendo como víctimas de los celos o del miedo de aquellos que habían llegado al poder.

        La otra victima de Stavroguin y de Pedro Verjovenskiy es Kirilov . En sus pensamientos reina un total caos religioso. No es una persona de mal, pero su conciencia es extremadamente torcida. Dice que para él no existe idea más elevada de la que Dios no existe. Hasta había imaginado una continuación de los Evangelios, en la cual Cristo y el bandolero crucificado con él, buscaron después de la muerte el paraíso y no lo encontraron. Kirilov cree que las fuerzas de la naturaleza son más fuertes que Cristo, hicieron que Él viviera entre el engaño y muriera por el engaño” . Entonces declara que todo el planeta y sus leyes son un vodevil diabólico, un engaño y una burla tonta” . Considerando que la vida es nada más que dolor y temor, no la valora, ni la suya, ni la ajena. Justamente, por esa manera de ver la vida se explica el hecho que Kirilov sin ningún remordimiento refugia en su vivienda a un homicida. Pasa las noches leyendo el Apocalipsis y deseando que éste llegue lo más pronto. Y aunque a veces en sus alucinaciones, quizás, siente por unos instantes la armonía eterna, no tiene la explicación correcta para ella y por eso sus alucinaciones no llegan a ser revelaciones para su salvación. Es decir, en estos instantes, descubriendo inconscientemente a Dios, no quiere aceptar la idea de Su existencia: “Si Dios existe”, dice, entonces toda la voluntad es suya y yo no puedo nada contra su voluntad. Por el contrario , si Dios no existe, entonces, yo soy el Dios y toda la voluntad es mía, y yo debo anunciar mi voluntariedad. Yo debo matarme, porque el punto más completo de mi voluntariedad es matarse a mí mismo.” Así es que quiere, matándose, liberarse de la vida terrena para convencerse a sí mismo que Dios no existe y también para matar el miedo y convertirse en Dios. El demonio que invadió a Kirillov lo lleva hacia el suicidio, pero antes lo convierte en un animal, exactamente como en el epígrafe con los puercos, un animal que en la oscuridad de la habitación de repente ataca a Pedro Verjovenski, y en el cual ya no se puede reconocer a Kirillov. Al demonio de Kirillov yo llamaría confusión y miedo.

      Sería un error considerar a Kirilov como un fenómeno puro ruso. Semejantes ideas nacen en todo el mundo. Lo muestran los pensamientos de muchos escritores de fama mundial.  

      Los tipos como Lebiadkin y Liamshin son peones de los más grandes, sus manos ejecutivas. Preparan octavillas y consignas. Las octavillas llaman a la gente para salir a las calles con las horquillas. Quien sale pobre por la mañana, a la noche, puede ser, que volviera rico. Esas octavillas invitan a saquear, cerrar las iglesias, eliminar a Dios, perturbar los matrimonios, y los derechos de la herencia, armarse con los cuchillos, declarar la libertad de la esposa social. Las consignas invocan: que la sangre impura abreve nuestros campos”.

      Y ¿Cómo reacciona la sociedad ? Cede, confundida, delante de los nuevos vientos para parecer inteligente y avanzada. Permite que entre en la sociedad la moda de las “travesuras” no inocentes como una forma de desobediencia y rebeldía contra las reglas morales, y la simplicidad burda como un desafío a la cultura. Las mujeres de la sociedad alta, queriendo mostrar que son mujeres avanzadas, no solamente estimulan esas travesuras, sino que también participan en ellas. Haciendo coro de las ideas novedosas, declaran que para la diversión todo es permitido, repiten las declaraciones revolucionarias sin comprender lo que está detrás de ellas. En pos de los revolucionarios niegan la belleza espiritual y la amistad. Dicen que ahora, salvo los viejos, nadie admira a la Madona. El salón de la mujer del gobernador siempre está repleto de los jóvenes con el “descaro de taberna”. Se critica todo lo que es sagrado y, como consecuencia, los comandantes y coroneles se ríen de su grado y por un peso están dispuestos a convertirse en los escribanos, y las mujeres, de haber perdido su feminidad, sólo representan de sí mismas la cuestión femenina. Todo esto trae consigo violencia, muerte, destrucción.

      Y eso, como dice Pedro Stefanovich, es sólo el primer paso o el ensayo general.

      ¡Que familiar suena todo esto hoy y en todo el mundo!..

      El nombre de esa sociedad, según la Biblia, es legión.

      Así es el esquema de cualquier revolución. Siempre lo vemos observando “el día de hoy” que nos muestra muy claramente que la novela de Dostoievskiy es una advertencia y no sólo para Rusia, sino también para toda la humanidad sobre los peligros de la negación o de la profanación de la palabra Divina. Efectivamente, ¿qué es la verdadera cultura humana? Ante todo es la moral que se manifiesta en el amor al prójimo a través del amor a Dios, dispuesto hasta a sacrificar sus propios intereses por el bien común. En esta moral se basa la idea sobre la perfección y belleza espiritual que es el rostro verdadero de Dios o de Su gloria. Así es que desde este punto de vista, negando la cultura cristiana, la belleza espiritual o la moral, nosotros consciente o inconscientemente nos involucramos en la lucha del mundo contra Dios. Justamente contra Dios luchan todos los protagonistas de la novela, reflejando las ambiciones y los hechos de la humanidad de todos los tiempos. Y esa lucha es la que los lleva a la perdición. Todas las teorías sociales están condenadas a quebrarse, porque están pensadas dentro de ese círculo cerrado de ambiciones. Existe sólo un camino de salida o de curación. Es el camino del amor y del perdón, anunciado por Cristo, pues la paz y el bienestar en la tierra no pueden establecerse antes de que se purifique el espíritu humano y se forme al hombre de nuevo según la imagen y semejanza de Dios, como fue creado desde el principio.

Bs.As.2005

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