La busqueda espiritual de Irina Shutova de Parra, la pintora rusa

 

Fue uno de sus cuadros que dio comienzo a mi amistad con Irina. Desde una tenebrosidad impenetrable, alumbrándola con una luz agradable y misteriosa, sobresalían cubriéndose de verdor las cabecitas de unas peonías. Sobresalían como imágenes. Su base

se perdía en la oscuridad, creando la impresión de algo ilusivo o de una realidad ideal. Parecía que las flores tuvienan alma y vivieran sumergidas en su mundo singular, de donde con timidez y ternura echaban sus miradas a los hombres que se detenían delante de ellas. “Qué mimosas son”, pensé, refiriéndome a su carácter, porque causaban impresión de dar las espaldas al espectador, como si se hubiesen avergonzado por revelar la esplendor de su belleza. Esa sensación de un movimiento delicado y apenas perceptible se debía, quizás, al hecho que Irina las había pintado en distintas posiciones con respecto a los observadores: la flor más alta con su tallito ligeramente encorvado hacia atrás, fue pintada como si hubera dado las espaldas al espectador; aquella que estaba a la izquierda de ésta aparecía de frente en todo su esplendor, mientras que las otras dos se veían en media vuelta como si en medio suspiro. Algo mozartiano. Se sentía una ligera ola de aire que las ponía en movimiento. La imagen creada parecía plasmar recuerdos o sueños de algo bello y precioso, aunque no llamativo, escondido, Dios sabe, en que profundidades de la conciencia humana…. El nombre del cuadro era “Melancolía” y yo diría que esa melancolía tuvo un carácter bien marcado de nostalgia. Como supe más tarde, la nostalgia de Irina tiene que ver con la búsqueda de Dios, con el deseo ardiente de recordar Su imagen perdida y Su verdad.

Justamente en esa nostalgia se revela la búsqueda espiritual de toda su obra - sean paisajes, cuadros históricos, religiosos o simbólicos. Los últimos frecuentemente emergen en su imaginación en forma de visiones fantásticas, como si colgadas en el aire y privadas de cualquier soporte terrenal, así como, por ejemplo, las dichas peonías y también algunas imágenes femeninas incorpóreas, que se perfilan ora del humo, ora de la luz, ora del fuego ora de las nubes, ora del agua. En ellas se destacan sólo la cabeza y los hombros de la mujer mientras que toda la parte inferior de su cuerpo totalmente se disipa y se pierde en los elementos. De esa manera la atención del espectador se concentra sólo en el rostro que personifica el espíritu, es decir, en lo que es más allá del cuerpo, o en la esencia misma de la idea que lleva el cuadro. En este sentido son muy elocuentes los nombres que Irina da a sus cuadros. Veremos tres de estos.

El primero se llama “El Alma del mundo” . Casi la mitad de la obra, dominando sobre el resto, ocupa el busto de una mujer bíblica, como si subido de los vapores acuáticos y con manos empalmadas con la naturaleza circundante. En suma, se crea una impresión de su presencia en todo - tanto en la tierra como en el cielo y en el mar - en calidad de la guarda invisible de la vida que con su tierno amor está custodiando la Creación entera.

Según la idea de Irina el cuadro simboliza aquel tiempo, cuando la tierra se hallará llenada con la conciencia de Dios y todo en ella aspirará el amor. Y ciertamente, el cuadro como si estuviera pletórico del aliento de la vida. Se siente en él el corazón pulsador del universo. Y ese universo es la madre del mundo, aquella Esposa de Dios, fiel y amada, que fue llamada a encarnar en sí todas las semillas espirituales que siembra en ella su Esposo Celestial, para que la vida no tenga fin. Desconozco, concientemente o no, pero, como me parece, Irina tocó aquí a la esencia de la Santísima Trinidad, de la que hablé en otros mis artículos, aquella unidad entre el Creador y la Creación consolidada por el Espíritu de Amor que abastece la vida de la eterna continuidad de la cual habla el Señor a través del profeta Isaías:

“…No se dirá de ti jamás “Abandonada”, ni de tu tierra se dirá jamás “Desolada”, sino que a ti se te llamará “Mi Complacencia”, y a tu tierra, “Desposada”. Porque Yahvé se complacerá en ti, y tu tierra será desposada. Porque como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios” (Is 62, 4-5)

En otro cuadro de la misma línea que se llama “ Energía del amor ” Irina pintó a sí misma, mejor dicho aquel caldeamiento del amor creativo que ella siente en su dentro.

Su cabeza y hombros irradian una resplandeciente luz. Los cabellos y el manto que cubren sus hombros parecen ser tejidos de las lenguas de la llama, y ella misma, nacida del fuego - de aquel al cual debe por su existencia toda la Creación, y fuera del cual se extienden sólo las tinieblas. Es el fuego del Amor, el resplandor del Espíritu vivificador.

El tercer cuadro es titulado “Recuerdo”. Parecido a los anteriores por su forma, pero diferente por su temática, el cuadro simboliza el tango argentino. Aunque también aquí el pensamiento de la artista va más allá del tema marcado, ampliándolo y dándole un matiz filosófico. En el cuadro parece revelarse - en esta vez del humo del cigarrillo – un busto femenino.

La imagen creada así como si estuviera marcando que iluso, efímero e inestable es todo lo terrenal que deja después de sí sólo un humo de recuerdos e imágenes… que al desvanecer en este humo no desaparecen, sin embargo, de la vida real, porque, siendo incorpóreas, son indestructibles.

Esta es una imagen nostálgica, creada en su imaginación por la bella y magnífica música del tango. Aunque no contiene nada material y ningún otro fundamento además del espiritual. Aquí se percibe el canto del alma, su inalcanzable ideal.

La misma idea sobre la eternidad del espíritu alumbra las imágenes de la Virgen María Madre de Dios, que Irina, a diferencia de dichas imágenes femeninas, parece, siempre presenta a toda estatura. Una de éstas se quedó grabada en mi especialmente. Es una imagen de tamaño muy grande, colocada en el altar de la pequeña iglesia “Nuestra Señora de Lourdes” de la ciudad de Garin en la provincia de Buenos Aires. Aquí la figura fina y tierna de la Virgen María

se presenta ante nosotros como si hubiera envuelta en una nube de rosas que la encuadraran y que la definen. Es una imagen admirablemente aérea que presenta la aparición de la Madre de Dios en una forma tan fugaz que parece que en unos instantes desaparecerá, se esfumará en el éter, subirá, despidiendo suavemente el aroma de las rosas, hacia aquel mundo hermoso y velado que nos está prometido, su estancia eterna, adonde llegaremos algún día también nosotros. Por eso son tan importantes esos instantes de su presencia y el mensaje que la hizo venir. Esa sensación de ligereza se crea una vez más por el hecho que los pies de la Virgen, cubiertos con las rosas, no se ven, mientras que ella misma se presenta colocada en una elipse de rosas. En general es muy propio a Irina colocar el dibujo dentro del círculo, dandole así a su idea una integridad. Pero lo que es más admirable en sus cuadros es la luz que, como un cristal precioso, difunde su resplandor sobre todo el lienzo. Por ejemplo, en la presentada imagen de la Virgen del altar de este modo resplandece la cruz de la Madre de Dios colgada a nivel de los ojos de la pequeña Lourdes ante quien había aparecido. Pero la verdadera sinfonía de la luz la vemos en el otro cuadro de Irina, donado por ella a la misma iglesia. Es una representación del bautismo de Cristo.

El Señor se encuentra parado en las aguas del río Jordán, íntegramente bañado en la luz que viene del cielo. Con todo, los elementos del agua y de la luz se mezclan, recordando la idea de la unidad de la Creación que suena como un acorde solemne que glorifica la vida. Desde este punto de vista es interesante también el cuadro “La Creación del mundo”. Aquí vemos la interacción de los elementos aéreos y acuáticos que no tienen fronteras entre ellos. Sus copas integras se enlazan y se chocan unos con los otros, estando en una rotación permanente derredor del vivo circulo solar que los alumbra y que simboliza a Dios en el pleno proceso de la Creación del mundo. Lamentablemente aquí no tengo la foto de este cuadro, que ya está vendido, para presentarlo. Pero para formar una idea aproximada de éste, acudiremos a la otra obra de Irina que a pesar de haber sido escrita sobre un tema histórico, está impregnada de la idea que los elementos son instrumentos de Dios, y de la participación de nuestro Padre celestial en todos los acontecimientos de la tierra. Este cuadro representa la corveta “Uruguay”, yendo en auxilio de los exploradores del polo, prisioneros de los hielos de la Antártica.

Se ve que aquí, el protagonista principal no es la corveta – un pequeño grano de arena en la rotación del agua y de las nubes - , sino la empresa, que involucró en su participación todos los elementos, dirigidos por Dios. Esa tempestad que ha mezclado la tierra y el cielo crea una sensación de solemnidad e importancia del momento y del acontecimiento, pues lo que se hace para salvar al prójimo, se hace con el sentido – quizás no del todo conciente - de la unidad de toda la Creación. El que percibe su unidad, percibe también a Dios, porque la unidad significa unión, como es único Dios, en el cual todos somos unidos.

La misma idea de la unidad de la creación se manifiesta también en el cuadro “Jesús crucificado” donado a la misma iglesia. La observación del cuadro crea la sensación que el Salvador está por despegarse de la tierra. Respaldado por los ángeles, indica con Su mirada el cielo, adonde llama ir tras El a toda la humanidad. La presencia de las alas angelicales, que ocultan Su atormentado cuerpo, marca la participación del cielo y de la tierra en el ocurrido, su importancia, su carácter trascendental y la consolación venidera.

La contraposición de Cristo al Príncipe de este mundo Irina simbólicamente ha presentado en su otro cuadro bajo el nombre “ El tiempo de las tinieblas” . Aquí las fuerzas cósmicas representa el océano, sumergido en la noche. A la derecha y a la izquierda

vemos dos figuras contrapuestas en la oscuridad: una de ellas – más viva – representa a Cristo y la otra – apenas perceptible – al Anticristo en forma de un monstruo carnudo, torcido como una serpiente. En el rincón derecho se eleva el árbol ennegrecido del bien y del mal, en el que se ve la silueta de la serpiente. Junto con las raíces del mismo árbol están acumulados los vicios de la humanidad como en la caja de Pandora. La parte central ocupa un triangulo, formado, según la explicación de Irina, por los rayos del Espíritu Santo y representa a la Santísima Trinidad. Todo el cuadro muestra aquella oposición que fue y será en la tierra hasta la llegada de la prometida nueva tierra, íntegramente sumergida en la luz de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

A pesar de la diversidad temática de los cuadros de Irina, todos ellos están unidos por una determinada idea, un expreso mensaje que ella quiere transmitir a través de su obra. Y ese mensaje siempre está ligado a la búsqueda de Dios y de la belleza.

 

Un informe abreviado sobre Irina Shutova de Parra

Irina llegó a Buenos Aires desde Barnaul (Sibería). Egresó la Facultad de matemática en su ciudad natal y organizó su propia empresa. Pero quiso Dios alejarla del camino emprendido para sumergirla plenamente en el mundo del arte y de la búsqueda espiritual.

Aunque ese cambio le costó la pérdida de todos los bienes terrenales acumulados antes, ella vive en la conciencia de la búsqueda espiritual y como si en la víspera de las grandes revelaciones espirituales que ya nunca trocará por los bienes terrenales. Está parada ante la puerta misteriosa y la golpea con un temblor cordial. Unos cuantos años de su vida en Garín de Buenos Aires la convirtieron en la persona bien conocida tanto en Garín como en los lindantes Maschwitz, Escobar y Tigre. Los diarios regionales repetidamente escribieron sobre ella, sus cuadros han sido expuestos en las salas de exposiciones de estas ciudades. Irina es organizadora de dos grupos artísticos: “Alma de artistas” y “Fuente de arte”, cuyos integrantes son los habitantes locales, que inspirados por ella, han comenzado a pintar cuadros bajo su dirección y exponerlos exitosamente. Es un verdadero movimiento artístico, iniciado por Irina que ha animado la vida de las dichas ciudades. Generosa por su carácter, ella en su deseo de transmitir e inspirar a las personas la belleza y la espiritualidad, sin pesar está donando sus cuadros a las iglesias, a los museos, a personas privadas, aunque por su situación económica no debería hacerlo, porque vive sólo a merced de la venta de sus cuadros, algunos de los cuales hasta cruzaron los limites de Argentina y se encuentran en muchos países del continente americano (Estados Unidos, Bolivia, Uruguay, Perú, etc.) y europeo ( Francia, España, Mónaco, Italia). A pesar de la pobreza abrumadora y las dificultades, ante las cuales otras personas habitualmente se doblegan, Irina, como si viendo al invisible, está llena de luz, esperanza y amor. Y todo esto lleva a que la gente le responda con el mismo amor y agradecimiento. Y como un testimonio de lo que expreso, cito aquí la poesía “Peregrina”dedicada a Irina por la poetisa Norma Gomes de Schmit

PEREGRINA

 

De Siberia a la Argentina,

Llenas sus manos de amor,

Ha llegado, peregrina,

Con su arte y corazón.

 

Talentosa, emprendedora,

Llena de magia y candor,

Ha llagado, peregrina,

Con pinceles y color.

 

Generosa, soñadora,

Con su arte en esplendor,

Ha llegado, peregrina,

Buscando el brillo del sol.

 

Cariñosa, con ternura,

Y hasta con cierto temor,

Ha llegado, peregrina,

Llena de afecto y pasión.

 

Es ella la rusa Irina,

La pintora del Amor,

Ha llegado a la Argentina

A darle luz y color.

 

Con nuestros brazos abiertos

Te acogemos Irina,

Gran artista peregrina,

Y uniendo nuestras culturas,

Con amistad y ternura,

Haremos la tierra nueva,

Donde no existan fronteras;

Cuya única religión

Sean la Paz y el Amor.

 

Bienvenida a la Argentina,

Te recibimos a vos,

Gran artista peregrina,

Del afecto y del color.

06.01.2004

 

¿No es verdad que no todos los inmigrantes obtienen el honor de recibir semejante estimación?

08.09.2006. Buenos Aires.

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