Universalismo cristiano

de Aleksey Konstantinovich Tolstoy ,

el poeta ruso del signo XIX (1817-1875).

Meditaciones sobre su poesía de “arte puro”

II.

Concepto teológico de A.K.Tolstoy

Uno de los versos que exponen las ideas teológicas de A.K.Tolstoy es el “ Una l ágrima tiembla en tu celosa mirada”, donde, igual que en otros versos, esas ideas se revelan muy naturalmente, entrelazándose con el cotidiano. El poeta en una forma muy simple y accesible explica a su esposa, su concepto del amor. En su explicación el lector atento fácilmente notará una breve descripción del proceso de la Creación : su comienzo, caída y su fin glorioso.

Una lágrima tiembla en tu celosa mirada

Oh, no te aflijas, eres todavía mi amada,

Pero sólo en la holgura puedo amar:

A mi amor que es vasto, como el mar,

Las orillas de la vida no lo pueden abarcar.

 

Cuando del Verbo el brío creativo

A la infinidad de mundos

de la oscuridad llamó,

entonces el amor

los alumbró, como el sol, a todos,

y sólo a la tierra separadamente

sus raros rayos descienden relucientes.

 

Así, por separado, hallándolos ansiosamente,

nos aferramos al destello de su belleza inmortal;

es de ella que el bosque nos susurra deleitoso,

de ella truena con su flujo el frío raudal

y hablan entre sí meciéndose las flores.

 

Pues amamos con un amor fraccionado

el plácido murmullo del sauce,

sobre el río inclinado,

y la mirada de la doncella dulce

para nosotros destinada ,

el brillo de las estrellas ,

del universo todas las bellezas ,…

pero jamás reuniremos en uno estas piezas.

 

Y sin embargo, no te aflijas,

pasará el sufrimiento terrenal,

Un poco más espera:

la cautividad no es muy duradera,

Pronto nos uniremos todos en un amor universal,

en un amor inmenso, extendido,

como inmenso es el mar,

en un amor que las orillas de la vida

jamás pueden abarcar.

Antes de todo prestemos atención al hecho que sus palabras nos inmediatamente recuerdan el siguiente pasaje del Evangelio de San Juan:

En el principio existía la Palabra y

la Palabra estaba junto a Dios,

y la Palabra era Dios.

Ella estaba en el principio junto a Dios.

Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada.

Lo que se hizo en ella era la vida

y la vida era la luz de los hombres,

y la luz brilla en las tinieblas,

y las tinieblas no la vencieron.

(Juan 1, 1-5),

Conforme con ellos el poeta comienza del hecho que, al crear el mundo el Verbo Divino lo abarcó con Su amor, formando así una espléndida unidad entre Sí mismo y lo creado. De este modo todas las cosas se avivaron unidas con Dios por “los rayos” de Su amor (que es el Espíritu Santo). Y sólo la tierra se quedó privada de esta gracia, seguramente, por la caída del hombre, que causó su maldición. Como consecuencia de ésta el hombre dejó de ver la plenitud del amor Divino, captando sólo sus raros rayos que apenas se reflejan sobre la tierra. Es decir, el hombre dejó de sentir la integridad de toda la creación que se dividió en su conciencia en cosas separadas. Así se fraccionó también su amor y el hombre comenzó a amar las cosas separadamente sin poder reunirlas en su forma auténtica e íntegra que se manifiesta en la unión con Dios.

Sin embargo el poeta asegura que esa desintegración que ha privado al hombre de la luz del amor Divino y de la visión de toda la amplitud de Su Obra junto con su propio lugar en ella, pasará, porque el fin de Dios es devolverlo al seno de Su amor inmenso y universal, que, como dice el poeta, “las orillas de la vida no lo pueden abarcar”.

El amor y la luz son sinónimos para A.K.Tolstoy, porque amor ilumina al hombre. Sin el nada existe, salvo la oscuridad. Y del mismo modo que “ la horda de los mundos” estaba en la oscuridad hasta que el Verbo Divino no la llamó de ahí alumbrándola por su amor, también el hombre está en la oscuridad hasta que no le haya alumbrado el amor Divino y no le haya permitido así ver el mundo invisible en su integridad con el mundo visible.

El estado de la inconciencia de esa verdad, según A.K.Tolstoy, convierte al hombre en un esclavo de la oscuridad y sólo el amor es capaz de liberarlo. En su poesía “A mí que hasta hoy en sombras, empolvado”, el poeta, se siente como si bajado de lo alto, adonde lo había elevado el amor, porque ha comenzado a ver las cosas de otra manera. He ahí como dice:

***

A mí que hasta hoy en sombras, empolvado,

Tiraba de cadenas como siervo,

Las alas del amor me han elevado

Hasta la cuna del fuego y del Verbo.

Así se puso lúcida mi lóbrega mirada

Y se me hizo visto el mundo invisible.

Desde entonces sigo escuchando

Lo que para los otros es imperceptible.

Y he ahí que he bajado de lo Alto,

Íntegramente de sus rayos penetrado,

Y miro el valle ondulado

Ahora con los ojos renovados.

Y oigo yo cómo en todas partes

Suena una plática constante,

Cómo el pétreo corazón de las montañas

Se late con amor en sus entrañas;

Y cómo en el firmamento azulado

se ovillan con amor las nubes tardas,

y bajo la corteza del árbol

en la primavera verde y olorosa

Con amor asciende a las hojas

De la savia viva el chorro armonioso.

Y por mi previsivo corazón he entendido

Que todo lo que del Verbo ha nacido,

Los rayos de amor en torno esparciendo,

Al mismo Verbo ansía regresar nuevamente,

Y cada chorro de la vida,

Sumiso a la ley eterna del amor

Aspira irresistiblemente

Volver al seno del Creador.

Y resplandece, y resuena todo alrededor,

Y los mundos tienen único comienzo,

Y no hay nada en el universo

Que no exhale el amor.

Una vez abiertos los ojos, el poeta es liberado de la esclavitud ciega y deprimente y se siente, quizás, como se sentían Moisés y Noé, cuando bajaron del santo monte después de recibir las revelaciones de Dios. A partir de este momento todo lo que vive en la tierra, él comprende en su unión funcionando como único organismo con único corazón. Ve que todos los mundos y todas las cosas tienen único comienzo y, ardiendo en el amor Divino, “aspiran irresistiblemente volver al seno del Creador” , para poner fin a esa vieja separación; ve toda la tragedia humana causada por el amor egocéntrico del hombre, que le impide unir las cosas para verlas en su plenitud total o, en otras palabras, para imaginar el cuerpo Divino, cuyas partes representamos. Por la misma causa también queda fraccionada en su conciencia la imagen Divina. Y así será hasta el momento, cuando el espíritu humano se haya liberado del cautiverio terrenal y se haya unido con la plenitud de la única vida real que está en los cielos.

Por eso para A.K. Tolstoy las palabras “vida” y “Creador” también son sinónimos. Eso se ve del siguiente fragmento de su poema “Don Juan” :

Absoluta, íntegra e indivisa,

llena de su obra, la Deidad

plácidamente sobre Ella misma

está reinando desde la eternidad.

Se cumplió en Ella claramente

lo que jamás por nadie fue concebido:

lo inconciliable es conciliado,

pasado con el futuro coincide,

concuerda con placidez la creación,

amor con la serenidad es coherente,

y surgen en eterna sucesión

Sus creaciones continuamente.

Del movimiento del universo lleno,

el rumbo de los astros amor enseña,

desciende siempre como vena

al pecho exaltado del cantor;

se enrojece con las flores,

en las cascadas claras suena su vigor,

y a través de leyes vivas

en todo lo que se mueve, vive.

Del universo siempre diferente,

Pero unido con él eternamente,

es evidente para el corazón,

mas es oscuro para la razón.

Aquí Dios se presenta como la única ser, “absoluta, íntegra e indivisa” y “llena de su propia obra”. Se puede concluir que en lo creado por Dios A.K.Tolstoy ve Su cuerpo místico, en el cual reina una total armonía, donde lo inconciliable es reconciliado; donde la creación se realiza en la quietud; donde el amor que no conoce pasiones, es sereno y apacible; donde el “pasado con el futuro coincide” , es decir, el tiempo no existe. Bajo este amor que, como dice el poeta, “es diferente del universo, pero unido con el eternamente” podemos reconocer el aliento de Dios o al Espíritu Santo que mueve las cosas, dándoles vida. Pues es Él quién hace “enrojecer a las flores”, es él quién “da vigor a las cascadas” y “hace correr la sangre en las venas del poeta”.

En el prólogo del mismo poema Dios se presenta también como luz:

***

Sólo Dios es luz sin sombra,

Se reúnen en Él indivisiblemente

el conjunto de todas Sus obras,

el colmo de todo lo esplendente.

Mas se difunde de Él la fuerza

Que combate la oscuridad;

en Él está de la paz la grandeza,

alrededor de Él está la ansiedad.

 

Mas por el Universo apartado,

no duerme el caos rencoroso:

En él, al revés y alterado,

se estremece el reflejo de Dios;

y siempre lleno de engaños,

el malhechor intenta levantar

en la Divina bienaventuranza

las marejadas turbias sin cesar.

 

Y dio el Todopoderoso

curso libre al espíritu maligno,

Así se realiza sin reposo

La rivalidad de los principios enemigos.

En la lid de la muerte y del nacimiento

Ha Fundado la Divinidad

Las creaciones infinitas,

del Universo la continuidad,

Y el triunfo de la vida.

Siendo amor luminoso, Dios no tiene sombra, constituye la vida eterna que aviva todo lo que toca, creando continuamente nuevas formas. Todo lo que vive eternamente, está en Dios, “en la grandeza de la paz”. Mientras que fuera de Él está “la ansiedad de los tiempos”, es decir, nuestro mundo sometido al tiempo y al cambio – que es el fruto de la actividad del ángel caído, o, por la expresión del poeta, del caos. La imagen de éste que por la envidia y soberbia se había contrapuesto a Dios, se presenta como una imitación de la imagen de Dios, pero como dice el poeta, hecha de engaños y “al revés y alterada” que “se estremece” como “el reflejo” en el agua. Por un tiempo determinado Dios Todopoderoso le ha dado “curso libre” a ese espíritu maligno para forjar las almas en las pruebas hasta que lleguen concientemente a preferir la vida a la muerte. Mientras tanto “el malhechor intenta levantar en la Divina bienaventuranza sus marejadas turbias sin cesar”. Esas “marejadas” comprenden la rivalidad entre Dios y el ángel caído que se manifiesta, causando muerte a cada una nueva criatura de Dios.

Deseando ser como Dios, Lucifer intervino en la Obra Divina , plantando sus semillas criminales en la tierra, preparada por Dios para Sus propias criaturas. Y ya

que éste ángel caído, es un reflejo incierto de Dios, sus criaturas también son reflejos inciertos de las de Dios o, como dice A.K. Tolstoy, son sólo “copias” mortales de los “originales” eternos, creados por Dios. A éstos últimos los llama también “prototipos”. Según él, todas las personas tienen sus propios prototipos de una hermosura indescriptible. Desde este punto de vista cada persona que vive en la tierra, es sólo la copia de su prototipo que representa aquella imagen definitiva, eterna, y por eso venidera, que le ha otorgado Dios en la eternidad. En su poema “Juan Damasceno” A.K.Tolstoy escribe:

...Y los tesoros todos del universo:

de las estepas el piélago inmenso,

de los lejanos montes el trazo nebuloso,

las aguas del mar tan espumosas,

la tierra, y la luna, y el sol,

los corros de las constelaciones todas,

del firmamento la azulada cota –

son solo un reflejo, una sombra sigilosa

de todas las bellezas misteriosas,

cuya eterna visión

tan sólo vive en el electo corazón.

Oh , cree , es incorruptible ,

quien ve el mundo este increíble,

a quién había permitido el Señor

echar una mirada en el recóndito crisol,

en el cual los prototipos hierven

y el vigor se estremece creador.

Es su solemne flujo , que suena

en todos los poemas del cantor.

En estos prototipos está la raíz de las nostalgias humanas, el origen de sus ideales. Según A.K.Tolstoy, Dios permite verlos sólo a las personas electas, cuya corazón es incorruptible, es decir, a las que poseen una moral perfecta, porque, al contrario, ésta impresionante visión podría causar al hombre un daño irreparable, como, según el poeta, ocurrió con el famoso Don Juan. Es interesante la interpretación que A.K.Tolstoy da a la figura de este personaje. En un poema dedicado a él, el diablo, provocando sus numerosos amores, dice:

“…aquel prototipo, aquella imagen perfecta que de antemano está guardada para cada una persona […], este prototipo invisible mostraré por amistad a mi favorito, para que en cada rostro que eligiera en vez de copia viera el original”.

Y así lo engaña, preparando su perdición:

A lo celestial (dice) que busque en la tierra don Juan,

en sus victorias originando su aflicción.

Eso significa que el que busca lo celestial en la tierra, se engaña, porque lo mira con los ojos terrenales, cuando éste es accesible sólo para el espíritu. El autoengaño del hombre está causando al hombre nuevas caídas y cada vez más profundas.

Mientras tanto la intención de Dios es salvar a todos, a todos dar vida eterna. Es por eso que ha mandado al mundo a Su Hijo, a quién A.K.Tolsto dedica líneas llenas de amor en sus poemas “Pecadora” y “Juan Damasceno”. La imagen de Cristo en la presentación del poeta es humilde y simple. En Su rostro no se ven las extremidades, propias a la gente, tales como la exaltación, la inspiración, sino un profundo pensamiento. Nadie jamás ha visto ojos tan buenos y serenos. Ardiendo por el amor al prójimo Él enseña al pueblo la humildad y todas las leyes de Moisés somete a la ley del amor. Propaga el perdón, ordena pagar el mal con el bien. A todos da Su mano bendita y a nadie juzga. Hay en Él una fuerza sobrenatural. No necesita la aprobación de nadie, las intenciones de los corazones son abiertas ante Él. Nadie puede soportar Su mirada penetrante. Derramando el deleite de sus buenos discursos en los corazones simples, lleva al rebaño sediento de verdad hacia su manantial.

Y lleno de amor y compasión por Cristo, el poeta que desearía llevar Sus penas, exclama:

¿Por qué no he nacido en aquel tiempo,

cuando entre nosotros en carne,

llevando su penosa carga,

Él iba por el camino de la vida?

¿Por qué no puedo, o mi Señor,

llevar tus cadenas, sufrir tus penas,

cargar sobre mis hombros Tu cruz

y llevar sobre mi cabeza Tu corona de espinas? 

A Él únicamente quiere el poeta dedicar sus pensamientos y cada instante de su vida:

O, si pudiera besar apenas el borde de Tu santo vestido,

Sólo las huellas polvorientas de Tus pasos.

¡O, mi Señor, mi esperanza, mi fuerza y mi amparo!

A vos quiero darte todos mis pensamientos,

La gracia de todos los poemas,

Las meditaciones del día y la vigilia de la noche,

Toda la palpitación de mi corazón

Y mi alma entera.

En su verso “Consolación” A.K.Tolstoy habla de la revelación Divina hecha por el Cristo sobre la vida eterna, sobre el verdadero sentido de las palabras vida y muerte, - la revelación que ha abierto el camino de la liberación del yugo de la muerte para aquellos quienes creen en El, entienden el significado de Su sufrimiento y en su propia vida a la menor infracción de la ley del amor prefieren el sufrimiento. Estos resucitarán con el Cristo, porque “Aquel, como dice el poeta, Quien con el Amor eterno pagaba el mal con el bien, siendo golpeado, cubierto con la sangre, coronado de espinas, hizo la señal de Su cruz sobre todos quienes por sus sufrimientos se intimaron con El, sobre todos los desdichados, oprimidos y humillados.” Y llama a todos los desdichados hacia la luz Divina, hacia la vida, diciendo: “Vosotros, cuyas mejores aspiraciones se pierden vanamente bajo el yugo, creed, amigos, en la salvación, ya que vamos hacia la luz Divina. Vosotros, encorvados por la aflicción; vosotros, oprimidos por las cadenas; vosotros, sepultados junto con Cristo, resucitareis con El.”

Recordando aquí las últimas líneas de la poesía ya citada (“Una lágrima tiembla en tu celosa mirada”), -

Y sin embargo, no te aflijas,

pasará el sufrimiento terrenal,

Un poco más espera:

la cautividad no es muy duradera,

Pronto nos uniremos todos en un amor universal,

en un amor inmenso, extendido,

como inmenso es el mar,

en un amor que las orillas de la vida

jamás pueden abarcar.

- vemos que el poeta la resurrección y la vida verdadera relaciona con el Amor universal que une a todos, así, como un mar inmenso abraza las gotitas de agua de la que consiste; con el Amor que el ser terrenal ni siquiera puede imaginar, porque su extensión es tan grande que “ las orillas de la vida jamás lo pueden abarcar”. En aquel hora, cuando toda la criatura Divina haya sido unida con su Creador y en Él, se cumplirá la meta de la Creación y, como había dicho el apostol: “ Dios sea todo en todos” (1Cor 15, 28).

Ese Amor es aquella Vida verdadera que espera a todo cristiano sincero. Es la realidad de aquel ideal que el ser humano siempre lleva en su corazón: de aquella paz que aspira, de aquella hermosura que busca, que son las que su alma había conocido en un tiempo tan remoto que parece a un sueño. Por eso el hombre había comenzado a dudar de el y después dejó de creer en el. Ahora aquel ideal representa para él un mundo desconocido, pero tan atractivo que indujo a San Pablo que “fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables, que el hombre no puede pronunciar” (II Cor 12 , 4), a decir:

“…mi deseo es partir y estar con Cristo,

lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor…”

(Flp 1, 23).

Siendo Dios el amor y el pleno acuerdo, todo el desamor y el desacuerdo son contrarios a Él, privan al ser humano de la eterna vida Divina, dando la muerte a toda criatura y convirtiendo el alma humana en la cautiva del dolor y de la destrucción. Desde ahí su soledad y su forzada sumisión a la ley terrenal que es la ley de la carne. Justamente de eso habla el poeta en el siguiente verso, dedicado a su mujer:

***

¡ Oh, no intentes tu espíritu calmar inquieto!

desde antaño he conocido yo tu soledad,

la sumisión ahoga tu aliento,

tu alma sufre y aspira la plena libertad.

 

Mas todos sus suplicios invisibles,

Y el runrún desentonado de afanes y de miedos,

junto con todos los sonidos entre sí lesivos,

la hora última los llevará al pleno acuerdo;

 

Ya mezclará en un impulso los sentidos

Que en el arrogante corazón suenan desunidos,

Y de sus voces el conflicto doloroso

Resolverá por un acorde suntuoso.

Desde el momento de la caída en el dicho cautiverio el alma humana aspira la libertad. Y esa libertad no es una licencia para hacer todo lo que quiere, sino la liberación de todo dolor, de toda angustia, de todo mal, de todo desacuerdo que había provocado y provoca él mismo con su “arrogante corazón”. Así que, si un alma sufre del desacuerdo, es porque quiere liberarse del cautiverio corporal, que se resuelva, naturalmente, en la hora de la muerte. Entonces la muerte es la puerta a través de la cual el hombre puede regresar al mundo perdido, es decir, al mundo armónico. Y ya entrando en el pleno acuerdo con Dios, no sufre más, sino se regocija de la consonancia absoluta.

De la misma habla el poeta también en su verso “Oh, no te apresures a ir allá” , dedicado a su moribunda esposa, donde A.K.Tolstoy además revela su concepto del matrimonio.

***

Oh, no te apresures a ir allá, donde en medio de otros mundos

la vida es más pura y luminosa,

Retárdate aquí conmigo, en los rescoldos

de tus esperanzas terrenales.

 

Al despejarse de las cenizas, no detendrás más el vuelo

a lo desconocido.

Entonces en aquella lejanía, ¿quién será, amiga, tu desvelo

y tu cuita?

 

En la angustia del ser, en el vaivén inmenso,

sin rastro y sin objetivo

¿Quién para mí será el regocijo, el aliento

y mi estrella viva?

 

Uniéndonos en un amor, somos el eslabón unido

de la cadena infinita

Y ascender en el fulgor de la verdad por separado

No nos está predestinado.

A pesar de ver en la muerte la puerta hacia el paraíso, el poeta no se imagina su vida en la tierra sin su amada esposa, si ella lo abandone, para ir a aquel mundo precioso. Y es porque considera su unión con ella como “un eslabón de la cadena infinita”, que se explica por el dicho en la Sagrada Escritura “ Y serán dos como una ” en la eternidad de la vida. Se ve que – concientemente o no - él asemeja el matrimonio a la imagen de la Trinidad que no solamente se refleja en la unión del Padre e Hijo, sino también en la unión eterna del ente masculino con el ente femenino, porque Dios respecto a Su criatura es también como esposo respecto a la esposa. El misterio del nacimiento de Eva de Adán es el gran símbolo de esto.

Al mismo tema de despedida está dedicado también el verso “ En el país de resplandores ”

****

En el país de resplandores, inaccesible a nuestros ojos

los mundos giran en torno a los mundos;

allá infinidad de almas eleva las ofrendas armoniosas

de sus plegarias continuas.

 

Por la beatitud, allá, semblantes relucientes,

Han dado la espalda al mundo ineficiente,

no oyen más clamores terrenales de tristeza,

y ya no ven miserias terrestres.

 

De todo lo que habían deseado y amado,

lo que los enlazaba con la tierra siempre,

ha quedado de ceniza un puñado,

en tanto en los cielos no hay ni íntimos, ni parientes.

 

Mas tú, amiga, en cuanto los sonidos del Edén,

como llamada desde lejos, en tu pecho hayan penetrado,

muriendo, piensa en mí, amada,

olvídate de la beatitud tan sólo por un rato!

 

Y abrazando con la mirada de adiós nuestra vida,

Escruta mis facciones con tu alma,

para que reconozcas por encima de las nubes,

a quien llamabas, a quien amabas tú aquí.

 

¡Que el coro celestial jamás pueda

ahogar eternamente mis ruegos,

que hasta que nos encontremos de nuevo,

en el país de resplandores me recuerdes y añores!

Ante el dolor de perder a su esposa el poeta la pide grabar bien en su alma los rasgos de su rostro para no olvidarlos en el mundo bienaventurado, adonde va, y poder reconocerlo y reunirse con él, cuando haya llegado también su hora a abandonar este mundo terrenal. Aquí es interesante el hecho que el poeta cree que “en el país de resplandores” “no hay ni íntimos, ni parientes” en el sentido terrenal, ya que allá todos son hijos de Dios y forman parte de aquel único pueblo que en vano creen ser todos los pueblos terrenales, partiendo de la carne de la que, como dice el poeta, se queda sólo “un puñado de ceniza”.

En la inmortalidad humana y el amor A.K.Tolstoy encuentra su consolación en las penas terrenales, considerándolas nada más que polvo, como polvo es la misma vida terenal en comparación con la única vida real, plena, íntegra y eterna que está en el cielo. A ella busca y así dice:

“¿Sabes? Me gusta más allá de la bóveda celeste mentalmente hallar la hilera de las vidas distintas (celestiales), y yendo por mí camino, de paso, con sonrisa observar el polvo de las preocupaciones y penas terrenales” .

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